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Ayer no fue un domingo cualquiera. Por un lado fue "muy domingo. Por otro, "poco domingo". Muy domingo porque suponía el fin de las vacaciones, de un fin de semana largo que para los escolares y asimilados se ha prolongado por espacio de dos semanas y pico. La pesadumbre propia de los domingos por la tarde se multiplicó por todo este abismo de ausencia de rutinas. Y poco domingo porque, con motivo de la reciente apertura del periodo de rebajas y con el beneplácito de la autoridad competente, muchos fueron los comercios que abrieron y no menos los que lo aprovecharon.

A algunos poco o nada les importaron las rebajas. Optaron por aprovechar un espléndido sol de enero para asomarse al mar y pasear por la arena que resiste en la playa de Santo Tomás, en la que ya han ocupado su lugar algunos ejemplares de posidonia. Otros por ir a pescar con la chavalada, una actividad con captura segura, que no es otra que verlos como se lo pasan de miedo caña en mano. Unos lujos que no sufren el IPC ni la prima de riesgo.