Incomprensión. Una serie de acontecimientos han postrado a Iván Llansó Petrus entre el sofá de su casa y la cama - Javier

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Era dinámico, enérgico, deportista, todo un motorista y un manitas en mecánica, fontanería o construcción. Su vida llevaba buen rumbo y el timón de su viaje le dirigía hacia la felicidad. No obstante, este trayecto derivó en un amarre a puerto poco halagüeño. Iván Llansó Petrus tiene 31 años y ya es pensionista.

Una cadena de situaciones poco comprensibles para este joven mahonés le han "quitado de tajo la vida", según manifiesta entre suspiros, silencios que se alargan y ojos medio llorosos mientras busca la complicidad de su pareja. Y es que, a día de hoy, sin poder erguirse ni avanzar más de cien metros a pie, Llansó no se resigna con una declaración de invalidez del 55 por ciento de su trabajo habitual por enfermedad común que supone una pensión mensual de 727 euros y una vida postrada entre el sofá y la cama.

La historia se remonta a finales de 2009 cuando, "tras un gran esfuerzo físico en mi puesto de trabajo", una fábrica de bloques, se lastima de una hernia lumbar de la que ya padece. Llansó no comprende cómo en el informe médico de la revisión a la que se le somete para comprobar que es apto para el trabajo que va a ejecutar, se contempla que tiene esta dolencia pero no se especifican observaciones ni limitaciones al respecto.

Tras esta lesión, Llansó es dado de baja por enfermedad común, un segundo aspecto que el pensionista no logra entender puesto que "ha sido, sin lugar a dudas, por accidente laboral", asevera. Tras un año y dos meses de baja y "con 17 pastillas diarias para calmar el dolor", Llansó es sometido en Palma a una intervención quirúrgica de una artrodesis lumbar, y es dado de alta cuatro meses después, en junio de 2011, después de ser notificado de que su período de baja ha expirado.

Con dificultades para extender el brazo, este joven enseña el informe del cirujano en una de sus visitas que dice literalmente que "no se debe reiniciar actividad laboral antes de la consumición de la artrodesis, aproximadamente doce meses, cuando el paciente fue dado de alta para actividad laboral a los cuatro meses sin autorización por mi parte".

Este mahonés, quien se define como una persona enérgica y dinámica, a pesar de las dolencias y después de tantos meses de baja, se reincorpora a su puesto con la ilusión de ejecutar su labor "lo mejor que pueda" aunque, "con recato para evitar recaídas".

Recaídas que fueron inevitables e irreversibles. "Los esfuerzos a los que tuve que someterme por no contemplarse limitaciones en mi expediente, a pesar de contar con el informe del cirujano y las radiografías de la intervención, junto a haberme dado de alta antes de que la zona intervenida se soldara, derivaron en una fibrosis entre las dos vértebras y una nueva hernia", indica "cuando la evolución tras ser operado era excelente, me habían quitado el dolor y si antes de operarme sentía una especie de cuchillo en la espalda, ahora ya son tres", suspira con rabia.

Tras visitar de urgencia al médico, éste le da de nuevo la baja. Y antes de los quince días recibe una notificación a través de la que está siendo declarado inválido en un 55 por ciento de su trabajo habitual y por enfermedad común, que, en números, se traduce en una pensión de 727 euros mensuales y una vida lapidada por la incomprensión y la nostalgia de ver transcurrir sus mejores años atado al dolor y la rabia. Además, la empresa "me despidió sin derecho a una indemnización por clasificar mi situación de enfermedad común y recibí un finiquito de 819 euros tras seis años de cotización", remarca.

Iván Llansó, quien no da crédito a cuanto le está sucediendo, ha remitido todos los informes médicos a la Seguridad Social en Palma para que le revise su declaración de invalidez por enfermedad común para que se le otorgue la de accidente laboral, que le ascendería su pensión en un 100 por cien del sueldo. La notificación será remitida en unas dos semanas. No descarta que le venga denegada. Siendo así, Llansó asevera que recurrirá por la vía judicial.

Sin embargo, sin casi poder articular palabra, resalta que ni los euros ni las palmadas en la espalda por percatarse de un cúmulo de opacidades, van a retornarle su enérgica vida. Los médicos le proponen someterle a una nueva intervención cuyo resultado va a ser la de sellarle la espalda. "Si ahora no puedo erguirme después perderé la flexibilidad", exclama.

Una simple acción como la de calzarse o ponerse los calcetines está siendo una de sus más duras hazañas que, unido a su amor por el motociclismo y a la nostalgia de observar su Ducatti aparcada y polvorosa en la cochera, convierte el que iba a ser un rugido de motores impetuoso en dirección a la felicidad en una fuga de combustible y un estacionamiento tachado de incomprensión.