Menorca. Vargas Llosa ha quedado impresionado de su estancia en la Isla - Jaume Fiol

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Gracias a la magia de la tarde de Sant Joan, a una intervención angélica y a los buenos oficios anfitriones de la familia Orbaneja Dellas nos encontramos en el jardín de la casa de Sant Antoni (The Golden Farm) en el momento adecuado para que nos presenten a Mario Vargas Llosa (Arequipa Perú -1936), premio Nobel de Literatura 2010, y tengamos ocasión de entrevistarlo.

Es uno de los escasos privilegios que nos concede muy de vez en cuando la práctica del periodismo, conversar con personas a las que admiramos. Como nada humano le es ajeno, hablamos un poquito de temas diversos: literatura, deporte, la crisis y sobre todo de las ideas que expone en su interesante último ensayo "La sociedad del espectáculo".

Usted debe estar cansado de entrevistas

Bueno, hay que tomarlo con espíritu deportivo. Yo me he ganado la vida como periodista muchos años o sea que comprendo bastante bien el oficio.

¿Hay algo que nunca le hayan preguntado?

Creo que me han preguntado todo lo ha habido y por haber.

Debe dar la impresión de estar siempre repitiendo lo mismo.

Hay algunas preguntas que son de cajón, que son las inevitables y. al mismo tiempo es muy difícil dar respuestas originales. Muchas veces caes en la repetición. No hay más remedio.

En su discurso de aceptación del Nobel en 2010 hizo un elogio del papel de la ficción literaria, de lo que usted ha llamado con fortuna "la verdad de las mentiras…

Creo que nosotros necesitamos de la ficción para completar nuestras vidas. Como somos seres que estamos dotados de imaginación, de deseos… pues salimos de nosotros mismos en busca de otros mundos, de otras experiencias. Estamos insatisfechos con lo que hacemos y con lo que tenemos y eso crea un vacío que es lo que llena la ficción. Es algo que inventamos para vivir, de alguna manera, todo aquello que no podemos vivir en la realidad. La ficción completa, en cierto modo, nuestra existencia añadiéndole experiencias que no forman parte de lo posible de un solo ser humano. Eso es lo que está en el origen de la novela y de todas las otras formas de ficción.

¿Qué le enseñaron a usted los grandes libros, las grandes obras novelas?

Creo que las grandes novelas, por una parte, le hacen vivir a uno experiencias maravillosas y, por otra parte, le enriquecen muchísimo la sensibilidad, la imaginación. Dan una visión más compleja, más ambigua, más sutil de la vida. La novela, en particular, pero la literatura y la cultura, en general, te hacen mucho más sensible a detectar matices, te enseñan que no todo es blanco y negro, a romper un poco los esquematismos, las visiones dogmáticas y unilaterales. Y al mismo tiempo, la literatura enriquece también el espíritu crítico y hace que uno se cuestione más el mundo en el que vive, la sociedad de la que forma parte. Todo eso es una de las consecuencias de la literatura y de la cultura en general.

La semana pasada presentó usted una nueva edición de "La ciudad y los perros", con motivo del cincuenta aniversario de su primera novela. ¿En ésta y en otras de sus primeras novelas había más carga autobiográfica que en las últimas, que están más basadas en la recreación de algunos hechos y personajes históricos?

Seguramente eso es verdad. Es más o menos el proceso acostumbrado de un escritor: utilizar mucho más la experiencia personal cuando comienza y luego abandonarse un poco más a la fantasía, a la imaginación. Aunque sea cierto de una manera general no es cierto, sin embargo, que mis novelas sean unas autobiografías simuladas. No es el material que viene de la memoria, está muy transformado por la imaginación, por la fantasía. Está además presentado siempre en unos contextos que lo independizan, lo emancipan, siempre de mi propia experiencia. Incluso en novelas muy autobiográficas como "La ciudad y los perros" o "La tía Julia y el escribidor" si yo hiciera una estadística entre lo que es memoria y lo que es invención, probablemente lo inventado sería muchísimo más importante que lo recordado.

En la presentación de "La ciudad y los perros" recordó sus problemas con la censura franquista.

Bueno. Era una época en que la censura todavía era muy dura y la negociación que hizo Carlos Barral (editor), que protagonizó una verdadera batalla para conseguir que la novela sorteara el obstáculo de la censura, fue enorme. Tuvo que escribir a distintas personas, entre ellas José María Valverde (catedrático de Literatura y poeta) que se dirigió ya no me acuerdo si al director de Información o al ministro de Información recomendando el libro. Le decía que era una novela, un trabajo serio y que no debería ser leído como si fuera un libro puramente obsceno. En esa negociación, en la que también intervine yo, se puso de manifiesto lo absurda que es la censura en última instancia, cuando uno empieza a revisar detalles. Al final corregí ocho frases, que Carlos Barral en la segunda edición de "La ciudad y los perros", restableció.

Curiosamente le bastó con poner sinónimos para que el libro saliera adelante.

Finalmente me cambiaron cetáceo por ballena o ballena por cetáceo, ya no recuerdo. Otra frase modificada era burdel por prostíbulo o al revés. Todo se reducía a una simple manifestación de autoridad, pero al final no cambiaba nada.

Su último libro ensayo, "La civilización del espectáculo" es una brillante descripción de lo que ocurre cuando la cultura se reduce a puros términos de mercado, a mero entretenimiento. ¿Su conclusión es que haría falta una especie de policía del gusto?

No es tanto una policía del gusto. La palabra policía aplicada así suena un poco a censura. De ninguna manera.

El gusto se ha determinado siempre por unos ciertos patrones, unos ciertos valores respecto a los cuales hay unos ciertos consensos. ¿No es verdad? Eso ocurría antes pero ha desaparecido prácticamente de nuestra época. No hay esos patrones, no hay esos valores. En algunos géneros más que en otros, eso ha volado por los aires. En las artes plásticas, por ejemplo, todo vale. Y cuando ocurre eso, como conclusión lo que se impone es algo que está finalmente promovido por la publicidad, por la frivolidad, por el esnobismo. Son modas las que imponen los productos culturales y al final llegamos a que grandes embaucadores sean los artistas más cotizados. Ya no hay manera de restablecer unas jerarquías que tradicionalmente respondían a un respeto por ciertos patrones, ciertos valores, ciertos cánones. Eso en nuestra época ha desaparecido. Pienso que la frivolidad y el esnobismo causan verdaderos estragos en el campo de la cultura porque generan un tipo de confusión en la que al final lo que se impone es el mercado, que es el precio, y el precio pasa a ser sinónimo de valor. Eso en el pasado no había ocurrido nunca. Es la primera vez que sucede.

Pero mientras exista gente como usted, seguirá el buen gusto.

Bueno pero en sectores muy minoritarios. Muy marginales

Siempre ha sido así.

Siempre ha sido así pero esos sectores marginales, de alguna manera, contagiaban poco a poco el efecto de la cultura al conjunto de la sociedad. En cambio, ahora ocurre al revés. Son las élites las que se contaminan de frivolidad y esnobismo y amparan un poco esa confusión enorme.

Es un proceso que está en marcha pese a que hay muchísimas excepciones. Pero la tendencia es la que me parece peligrosa y la que debería ser un motivo de reflexión y de preocupación. Ése es el motivo del libro.

Uno de los entretenimientos de masas que crítica es el fútbol. Sin embargo usted es un apasionado de este deporte. En alguna ocasión ha escrito artículos sobre la belleza del fuera de juego o del once titular.

Me gusta mucho el fútbol y voy al fútbol y sigo el fútbol. Pero debería coexistir con lo otro y no convertirse en un sucedáneo de lo otro. A eso voy. El entretenimiento es perfectamente legítimo. No tengo nada en contra de ver un buen serial de televisión, a condición de que eso no sea toda la cultura, que no cubra todo el espacio de la cultura.
Es muy interesante ver cómo son ahora las secciones de cultura de los diarios, revistas. Cada vez ocupan más espacio cosas como las pasarelas, la cocina, las modas. Tiene una gran fuerza porque la impone esa necesidad de entretenimiento, de espectáculo, que es hoy día el rasgo central de la vida cultural de una sociedad. Eso tendría que ser preocupante. Nos tendríamos que preguntar si esto está bien o no, si tiene consecuencias muy negativas.

Dígame algunos de sus jugadores favoritos.

Hombre, ya sabemos cuáles son. Maravilloso es Messi, una especie de milagro, no hay ninguna duda. Ronaldo, otra figura absolutamente excepcional. Y después tienes equipos notables. Seguramente viste el partido de España contra Francia. No me digas que no es un equipo formidable, magnífico. Además admiro muchos a esos jugadores que no son las vedettes, las estrellas, pero que son absolutamente serios, grandes trabajadores, como Xavi o Xabi Alonso, muy trabajador, constante, de un desempeño siempre muy homogéneo. Esos son los que hacen un equipo. Y las figuras también son muy divertidas. No estoy contra los deportes ni muchísimo menos. Pero digamos que no es lo mismo jugar al fútbol que componer una ópera o que un sistema filosófico no puede ser lo mismo que un desfile de modas. Hay unas jerarquías que se están perdiendo. Y esa confusión deteriora al conjunto de la sociedad y no solo a las personas que se preocupan por la cultura más bien en sentido tradicional.

Usted jugaba a tenis con Jorge Edwards (escritor y diplomático chileno)…

Sí, jugaba con él cuando vivía en Barcelona. Fui muy mal jugador aunque muy entusiasta. Todos los deportes que he practicado, salvo quizás natación cuando era chico, que lo hice bastante bien, los he practicado con mucho entusiasmo, pero nunca he destacado en ninguno.

A usted le ha interesado mucho la figura de Albert Camus y ha escrito en diversas ocasiones de su figura, quizás sepa que su abuela materna era menorquina.

Me ha interesado muchísimo Camus pero no lo sabía. Sabía que era española pero no que era menorquina. Por eso sabía español. Yo lo vi a él una sola vez en mi vida. En enero del año 1958. Estaba en París por un premio que gané. Me acerqué a él y le hablé en el pésimo francés que hablaba y él me contestó en español. Y hablaba español, lo hablaba. Después descubrí que era porque su abuela era española pero no sabía que era menorquina.

Las raíces menorquinas de Albert Camus le convierten en una figura especialmente apreciada en la Isla. A falta de otro, es para mucha gente nuestro Premio Nobel menorquín. ¿Qué mensaje de Camus sigue siendo especialmente vigente en nuestro tiempo?

Creo que sigue valiendo sobre todo su idea de que no se puede disociar la moral de la política sin que la política se convierta en barbarie. Ésa es una frase de él que yo tengo siempre presente porque creo que es lo que le dio a él la razón en su gran polémica con Sartre. Ésa fue. Sartre defendía el pragmatismo y él se opuso en nombre de una moral. Dijo no, no se puede disociar la moral de la política. Y todo lo que hemos vivido y sabido de la política es que en el momento en que la disocias de la moral se vuelve barbarie, violencia, asesinatos, campos de concentración, torturas. Todo lo que ha ocurrido desde que él escribió le ha ido dando la razón.

Mi última pregunta es sobre el pesimismo que se ha apoderado de la mayoría de la gente por la crisis, aquí en España sobre todo.

No hay que ser pesimista. Es una crisis muy seria. Tiene sus orígenes y sus responsables, lo cual significa que se puede corregir.

Lo que hay que poner en la balanza es lo que significa Europa, lo que significa el euro. El euro es parte esencial de la construcción de Europa que es para mí el último gran proyecto internacional que queda después del fracaso de todas las grandes utopías totalitarias. Su superioridad sobre esas utopías es que es un proyecto democrático. Un proyecto que tiene como fundamento la cultura de la libertad, la cultura democrática. Europa ya le debe más de medio siglo de paz. Por primera vez en la historia, países que se han pasado la vida destrozándose unos a otros coexisten y ahora comparten una problemática grave que deriva en partes de errores. Hay que aprovechar la crisis para corregirlos.

Hay que ver la crisis sobre todo como una oportunidad para hacer unas reformas muy radicales para que no vuelva a repetirse la política completamente peligrosa, casi suicida, de vivir por encima de las posibilidades, de derrochar de una manera insensata los recursos reales con los que cuenta un país. Creo que ése el origen del problema europeo y ésta es una circunstancia apropiada para hacer esas reformas que probablemente en una condiciones de normalidad no se hubieran podido hacer porque como hay unos derechos adquiridos tan grandes, las reformas se resisten, pero en tiempos de crisis se pueden hacer porque una sociedad está, digamos, mucho más dispuesta al sacrificio que en tiempos normales. Ése es el lado más positivo que puede tener la crisis.

Según el reloj han pasado veinte minutos desde que iniciamos la charla pero algo especial parece haber sucedido en el puerto. El velero que cruzaba la bahía sigue ahí fijo como si el tiempo se hubiera detenido.

"En Sant Joan resuena la voz de los siglos"

El autor de "Conversación en la Catedral" y de otras novelas que le han convertido en uno de los grandes de la literatura universal llegó a la Isla el viernes y ha explorado el terreno como un joven viajero. La Mola, el Teatro Principal, el caragol des Born, la Illa d'en Colom son algunos de los lugares que visitó el escritor que a lo largo de su vida ha vivido en ciudades como Madrid, Barcelona, París, Londres o Nueva York, donde reside actualmente la mayor parte del tiempo. Antes de partir ayer, tuvo tiempo de probar la caldereta, las ensaimadas menorquinas y de entusiasmarse con el paisaje y las fiestas de Sant Joan, en la que, como uno más, también toco caballos.

Dijo que su primera impresión de Menorca era buena. ¿Cuál es su segunda impresión de lo que ha conocido?

Magnífica. Me parece muy bella, pero muy bella la Isla. Una cosa que me ha impresionado es que, a diferencia de lo que ocurre con otros lugares turísticos está mucho menos destruido aquí el paisaje por la urbe, por la arquitectura que es mucho más armónica con el entorno. Se respetan mucho las alturas, por ejemplo. Es interesante.

Fíjate (dice señalando el puerto de Maó) aquí no ves esa cosa terrible que ves en la Costa del Sol, por ejemplo. Esa arquitectura que ha destruido completamente el paisaje para reemplazarla por cosas muy feas. ¿No es cierto? Se conserva bastante bien la Isla. La naturaleza está todavía muy presente.

Por otra parte me ha impresionado mucho. No sospechaba que ciudades como Maó o como Ciutadella tuvieran una arquitectura tradicional tan bella: palacios, iglesias, conventos… Esa opulencia. Se nota que hubo un momento en el pasado que fueron enormemente prósperas. ¿No?

Además es tan bonito que conserven tradiciones como la de los caballos en Sant Joan. Para mí un espectáculo absolutamente sorprendente. No tenía idea ni lo conocía. Había leído algo alguna vez pero no lo había visto en vivo y es realmente impresionante e insólito. Son muy interesantes esos espectáculos que son como la voz de los siglos y que no son una cosa arqueológica sino que están allí vivos. Muy bonito, muy impresionante.

¿Esa sería su definición de la fiesta de Sant Joan en Ciutadella: "la voz de los siglos"?

Hombre, al mismo tiempo es una cosa muy moderna y muy cosmopolita. Pero me parece muy importante que la voz de los siglos esté allí viva, que siga resonando. Que se repita, que haya ecos vivos.

El sábado gocé enormemente en Ciutadella, la verdad. Me pareció muy interesante que sea una fiesta en la que participan todos los sectores sociales y aunque vienen muchos extranjeros es una fiesta local fundamental y clarísimamente.