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El padre Antonio del Pozo Álvarez (Salamanca 1942), sacerdote, misionero comboniano tiene, primero, una experiencia de cinco años de trabajo en Togo. Formador de estudiantes de filosofía en España durante seis años. Otros diez años en Togo donde dejó en funcionamiento ocho grupos escolares con seis aulas cada uno, en diversos poblados, lo que permitió que 2.300 niños y niñas tuvieran un pupitre y 48 profesores autóctonos un trabajo. Fue superior provincial de los Combonianos en Togo, Ghana y Benín durante otros seis años. Más tarde y durante cinco años en Perú estuvo de formador de seminaristas en teología. Ha impartido cursos de formación permanente para misioneros que trabajan en América Latina y en Sudáfrica. Últimamente reside en España cerca de su madre, que está a punto de cumplir 104 años. Hasta el próximo domingo estará en Menorca asistiendo a las jornadas de animación misionera en colegios y grupos de catequesis de diferentes parroquias de la Isla.

¿Cómo nace su vocación al sacerdocio?
Me resulta algo inexplicable que surge. El día que cumplí seis años mi padre me llevó al colegio y apenas me recibió el maestro me preguntó: "Tú niño ¿qué vas a ser de mayor?" Sin pensarlo y sin titubeos le contesté "yo quiero ser sacerdote", como el señor cura. Y este sentimiento y deseo se cumplió con el tiempo.

Y además misionero. ¿Cómo ocurre esto?
Debido a unas condiciones previas resulto que esta semilla que llamamos "vocación misionera" fue depositada por Otro -con mayúsculas- casi sin que yo me diera cuenta en mi corazón de niño. Dios fue preparando el camino. Yo apenas tenia ocho años. En la parroquia había un viejo párroco muy celoso de dos cosas: de los niños y de las misiones. Mi madre, desde el mismo día que hice mi Primera Comunión me inscribió en la Obra de la Santa Infancia, creo que me facilitó el camino. De aquella manera yo comenzaba a conocer que en el mundo había otros niños -millones de niños- diferentes en el color de la piel y en las condiciones de vida, más infelices que yo.

Como responde su familia cuando les dice que quiere ser sacerdote y además misionero?
Con satisfacción, como una bendición de Dios, una inyección de fe y de gracia para toda la familia. Mi madre comentaba que no había "nada más grande en la vida que los misioneros" aquellos que lo dejan todo para servir a los más pobres y necesitados.

De la diócesis de Salamanca a los Misioneros Combonianos. ¿Qué son los Misioneros Combonianos?
Somos un Instituto Misionero fundado por Daniel Comboni, primero, para las misiones de África, donde trabajamos en veinte países, y luego con los descendientes de los negros, los afros, en las Américas. Actualmente somos unos 1.620 misioneros, sin contar la rama femenina, que son otras 2.000 y los laicos, que son unos 150.

¿Qué es lo que más recuerda de sus primeros años de misión?
Lo mejor era el visitar los poblados del sur del Togo, encontrar a la gente, escucharles en sus deseos y necesidades y poco a poco ir aprendiendo la lengua. Fueron cinco años inolvidables, una especie de "primer amor" que te seduce. También fue interesante una noche de domingo cuando después de varios meses en Togo, pude sintonizar con Radio Exterior de España y escuchar los resultados de fútbol. Me parecía estar a la puerta de casa.

¿Qué ha dado y que ha recibido, padre Antonio, como misionero?
Creo haber recibido mucho más de lo que he podido dar, como comprensión, saber escuchar, dialogar, paciencia, aceptar a las personas como son... Creo haber dado también algo muy valioso, sin duda mi fe y mi amor a Jesucristo y su evangelio, haberme preocupado por la mejora de la enseñanza, la igualdad de la mujer, una vida digna… Espero que les haya quedado el recuerdo que los he querido y los llevo y llevaré dentro de mí. Esto por encima de las obras materiales que les haya podido dejar, como escuelas, pozos, capillas... Por supuesto, que el haber trabajado en cuatro países, dos de África y dos de América, me ha dado la oportunidad de tener una experiencia diversificada de cuatro sociedades, de las que cada una te deja su huella. En una son más sensibles a los derechos humanos, en otra tienen en gran valor la diversidad y los derechos de todos, en otra que trabajes junto con ellos en lo que ellos necesitan...

¿Cómo es la Iglesia -sus comunidades- en Togo, Ghana, Benin, Perú, México, en comparación con la Iglesia europea?
Tengo dos experiencias bien distintas de "ser y hacer Iglesia". La africana era más de blanco a negro, de europeo a africano, de rico a pobre, es decir de arriba a bajo, era trabajar por ellos. La experiencia peruana fue "ponerme a la fila" como uno más y trabajar con ellos. En ambos casos fue "hacer causa común con ellos". Las comunidades cristianas de Togo, Ghana y Benín se componen en un 80 por ciento de jóvenes, mientras que las comunidades europeas son casi todos jubilados. México es un caso aparte, debido a la religiosidad popular, allí el "padrecito" es muy bien acogido, pero corre el riesgo de dormirse en una aureola triunfalista, sin sudar la camiseta y sin cuestionarse mucho sobre los problemas reales de la gente.

Asistirá a unas jornadas de animación misionera en Menorca, visitando colegios y grupos de catequesis. ¿Qué les va a transmitir?
Me gustaría trasmitir a los jóvenes de Menorca la alegría que uno tiene cuando has vivido a tope por una causa, por un ideal, como es ayudar a mucha gente a ser personas. Y que descubran que el mundo espera mucho de ellos.

Desde Roma se nos invita a una Nueva Evangelización. ¿Cómo debe de ser esta Nueva Evangelización?
Desde mi experiencia de misionero de primera evangelización, que en la Nueva Evangelización, los que somos Iglesia, estemos cerca de las personas para escucharlas, comprenderlas y hacer camino juntos.