Autores. Marc (de pie) y José (sentado), ayer en Ciutadella - Cris

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Imagínese de turismo por la costa sur de Francia, harto de comer foie y quesos y con morriña de la comida de toda la vida de Menorca. El foie está riquísimo, pero la tierra siempre tira, y el paladar es una vía perfecta para relajar la añoranza. Hasta hace un año, los menorquines que pasaban por la ciudad francesa de Montpellier tenían la oportunidad de degustar la cocina de su tierra aunque estuviera a 415 kilómetros de la misma. El lugar para hacerlo era Can José, un restaurante regentado por un menorquín que emigró a Francia y un francés que, si por él fuera, hubiera emigrado ya definitivamente a Menorca.

El restaurante fue fundado en 1996 por Marc Emmenecker y José Pons. Éste último ciutadellenc de nacimiento, aunque residente fuera de la Isla desde 1976, llevaba ya años en el mundo de la restauración, pero hasta ese momento no había podido hacer realidad su deseo de montar un restaurante plenamente menorquín. La posibilidad llegó al conocer a Marc, excontrolador aéreo y aficionado a la cocina, quien había conocido Menorca en 1994. Desde ese momento, y a través de José, se interesó por las recetas típicas de la Isla, pero no las que se sirven en los restaurantes de la Isla, sino las que se cocinan en los fogones de toda la vida.

Con Marc ya totalmente empapado de la cocina insular, José y él se dispusieron a emprender la aventura en Montpellier. Con el tiempo, el restaurante se convirtió en un centro de promoción de la cultura menorquina. Las paredes estaban cubiertas de pósters y fotos de Menorca. Sonaban canciones típicas de la Isla, y el menú era claramente menorquín. Berenjenas rellenas, albóndigas, 'greixera' de macarrons, cuscussó... Y con la sobrassada como ingrediente estrella.

Pero Menorca estaba presente en el local no solamente a través de imágenes, música y comida. José ejercía de promocionador de la Isla por vocación. Como menorquín se encargaba de explicar a la clientela que Menorca era una isla pequeñita del Mediterráneo, y ante la respuesta generalizada de "Ah, sí, conozco Mallorca, sí", dejaba claro que Menorca era muy diferente de sus vecinas. Ejercían la mejor promoción que se puede hacer, el boca-oreja, la recomendación de algo porque se conoce y, en su caso, porque se ama ese sitio.

Ahora bien, la promoción empezaba a complicarse cuando José tenía que explicar a los clientes el precio que tenía que pagar para viajar hasta Menorca. "Al principio empezaba loando nuestra Isla, su tranquilidad, su belleza, su encanto.. y dejaba para el final el precio. Posteriormente cambié, y empecé por explicar el precio, para que estuvieran avisados", comenta José. Y es que desde su experiencia de quince años al frente del restaurante y hablando de Menorca a los franceses, Marc y José tienen claro que "hay que encontrar una solución al problema del transporte, ya que la gente se va al fin del mundo buscando tranquilidad cuando a media hora de Barcelona tienen un rincón de paraíso".
Con Marc en la cocina y José en la sala, consiguieron hacer del restaurante un sitio único. Sin parafernalias, sin un trato exageradamente adulador y tratando a los clientes como si estuvieran en casa, consiguieron que el restaurante fuera distinguido por la Guía Michelin y por Gault Millau. Y siempre, haciendo promoción de Menorca. "Cuando entraba alguien al restaurante, le decíamos que aquí no había ni toros ni sevillanas, ni olés. Si querían, hablábamos de caballos, que sí son menorquines", comenta José. Entre una tapa de 'faves ofegades' y otra de 'pa amb oli', consiguieron recordar, por ejemplo, como reaccionaba el paladar ante la comida menorquina a los descendientes de los menorquines emigrados a Argelia que, emigrados de nuevo, acabaron en Francia.

FALTA PROMOCIÓN

Aún hoy, el turismo francés es muy minoritario en Menorca. Además de los problemas de transporte ya citados, José y Marc consideran que la Isla es una gran desconocida en tierras galas. Eivissa o Mallorca ya se habían labrado un nombre, pero Menorca no, y aún sigue sin tenerlo, según estos restauradores. Para ellos, la Isla debe esforzarse más en promocionarse en Francia, un mercado relativamente cercano con sectores de la sociedad que se adecuarían perfectamente al tan aclamado turismo de calidad. Pero esta promoción, explica Marc, no se consigue a través de touroperadores, sino yendo directamente al potencial visitante a través de publicidad en prensa especializada, vendiendo la tranquilidad, la belleza, el campo... "Menorca es única, y deben saberlo. Mañanas como ésta (la charla se produce en la Plaça d'Artrutx de Ciutadella, sentados en una terraza disfrutando de este sol veraniego de otoño) no las encuentras en otros lugares", describe José.

De hecho, aseguran que cuando describen Menorca a sus amigos franceses, "sin necesidad de ver ninguna foto ya quieren venir". Ahora bien, luego hay que vencer el obstáculo del precio y del transporte, sobre todo. "Si en Francia se conociera Menorca, seguro que mucha gente vendría, pero alguien tiene que dar el paso, y dar a conocer la Isla", comenta José Pons. Pero para seguir siendo atractivos, Pons pide que "mantengamos este carácter nuestro, nuestras costumbres, la tranquilidad que algunos pagarían a precio de lujo. Las playas y el sol están muy bien, pero aquí tenemos cosas que no se hallan en ningún otro lugar del mundo".

CASI JUBILADOS

Ahora, José y Marc, con 61 y 60 años respectivamente, se encuentran medio jubilados. Para disfrutar de la vida, traspasaron el año pasado su Can José, que ha dejado de ser esa embajada culinaria menorquina en tierras francesas. Han cogido otro restaurante, pero a medio gas, pues actualmente lo tienen alquilado, para así poder vivir la vida con más tranquilidad después de muchos años entre fogones y mesas. La carta de Can José con el escudo del Consell y el del Ayuntamiento de Ciutadella como reclamo, ya ha pasado a la historia, pero durante sus quince años de vida ha transportado el sabor menorquín a través del mediterráneo hasta aguas del Golfo de León, compitiendo con restaurantes de todo tipo y origen.

Marc y José viven ya casi más tiempo en Menorca que en Francia. Tienen que desplazarse hasta el país vecino para controlar el negocio que allí les sustenta, pero si por Marc fuera, francés de nacimiento, sus pies no se moverían de esta isla que le cautivó y a la que, a través de los fogones, recreó durante quince años en su tierra.