‘Todoterreno’. Así se definió Cesáreo Orfila en su juventud, cuando le llamaron para trabajar en el sector del calzado en Mallorca - M.V.

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A mediados del siglo pasado llegaron a existir en Inca unas 170 factorías de calzado, en su mayoría de carácter familiar. La mecanización del trabajo en estas fábricas contribuyó a acuñar para esta localidad de Es Raiguer de Mallorca la denominación de 'ciudad de la piel' y atrajo a artesanos de diversa procedencia.

Dos de los precursores del diseño de zapatos en esta comarca son los menorquines Cesáreo Orfila y Modesto Andreu, este último ya fallecido. A ambos, este municipio acaba de rendirles un homenaje. Uno y otro contribuyeron a la formación de la nueva hornada de patronistas de calzado aunque, en su caso, fue la experiencia lo que acabó por llevarles hasta el magisterio.

"Yo era un todoterreno. Cuando vinieron a Maó a buscarme para trabajar en Inca, estaba de empleado en Pons Timoner y allí hacía un poco de todo", cuenta Cesáreo, nacido en Maó, en 1926.
La mañana lluviosa y fría aplaca los últimos ecos del Dijous Bo, la principal 'fira' de la isla. En los aledaños de la casa familiar de los Orfila Triay se ubica el núcleo comercial de esta ciudad, un buen hervidero de actividad comercial que ha conocido tiempos mejores antes de la crisis.

En sus años prósperos, Calzados Abel y Juventus llegó a gestionar dos fábricas; "fabricábamos mil pares de zapatos al día", recuerda este maestro, hoy jubilado. Antoni Beltrán, uno de los responsables de esta firma, fichó al entonces joven artesano, a la sazón flamante ganador estatal del concurso de destreza en el oficio en su modalidad, uno de tantos que se celebraban en esos años de la dictadura franquista. Cesáreo, recién casado, se trasladó a Inca.

Por la sangre de este menorquín octogenario corre la pasión por el oficio del calzado desde su adolescencia. "Mi padre tenía en Maó su propia fábrica, que se fue a pique con la guerra, y yo mismo, al acabar el servicio militar, traté de montar mi empresa". Tampoco funcionó. "Hacíamos expediciones a Canarias, que entonces tenía puerto franco, pero el género al que no dábamos salida no se podía devolver". Era un negocio arriesgado. Y con la oferta llegada de Inca, aquel antiguo mozo para todo de la mahonesa Sintes y Navarro acabó consolidándose de patronista y se bregó en el arte del modelismo de calzado, oficio precursor de los actuales diseñadores de zapatos.

En varias carpetas de anillas, escritos a mano con letra pulcra y croquis calculados al milímetro, Cesáreo Orfila conserva centenares de folios que representan la única bibliografía de que dispusieron aquellos pioneros del diseño de calzado.

Cuando entró a dar clases en el Instituto Nacional de Formación Profesional carecían de manuales o de libros de guía sobre la materia. "Tuvimos que confeccionar todo el material por nuestra cuenta. Impartíamos tecnología, dibujo y talleres y el único contacto con el sector editorial era con un señor de Elche que publicaba libros de tecnología y que, de vez en cuando, nos enviaba información sobre algunas novedades", explica, mientras extrae de su funda uno de los muchos patrones cortados sobre cartón, que servían para la elaboración de los Oxford, uno de los modelos clásicos de zapato.

En la actualidad esos patrones se realizan a través de ordenadores, con lo que las carpetas de Cesáreo constituyen una verdadera reliquia de un oficio que hoy ha dado paso, con mayor o menor acierto, a los diseñadores. "En su momento, los modelistas adaptábamos el diseño a los criterios de cada fabricante. Nos documentábamos acerca de las modas que imperaban por aquel entonces y, a partir de eso, elaborábamos una colección de modelos aptos para la fábrica que nos había encargado la tarea", explica. Después se preparaban los patrones.

"Como modelista y patronista, era el encargado de supervisar toda la cadena de producción; aquí, en Mallorca, ese proceso ya estaba mecanizado, mientras que en Menorca andaban un poco más atrasados en este aspecto. Imagínese mi impresión al llegar a Inca y comprobar que una fábrica podía llegar a producir mil zapatos al día", subraya Cesáreo Orfila.

Las glamourosas pasarelas de hoy eran entonces los escaparates de los comercios de Italia o de Madrid, algunos de los destinos a los que un modelista de antaño se dirigía cada temporada "para no quedar desfasado con los diseños". Un paseo por las calles comerciales de las principales capitales servía para tomar apuntes y referencias antes de enfrentarse a una nueva colección.

Años después la floreciente industria del calzado empezó a decaer en la comarca; Cesáreo se presentó a las oposiciones para la Escuela Sindical de Madrid y, desde entonces, y hasta la jubilación, se dedicó en exclusiva a ejercer de maestro de la escuela de zapateros. "Llegué a tener hasta 24 alumnos por aula. Los patronistas actuales de Inca han salido de esa escuela", afirma.

En las últimas décadas la competencia de fabricantes de otros países, sobre todo asiáticos, ha sido constante y la disputa por el mercado, dura para este sector. El veterano modelista ironiza con orgullo: "aquí no hemos sabido hacer mal calzado, de modo que nuestros zapatos pronto resultaron caros y poco competitivos frente a esos otros mercados". A eso se suma el sobrecoste muy elevado que resulta de la importación de las materias y el precio de los fletes para exportar el producto final fuera de las Islas. Además, Cesáreo advierte que en Inca, la "ciudad de la piel", "aún se firman muchos zapatos, pero están hechos en otros países y su calidad no tiene nada que ver con la de aquellos que se fabricaban en casa".

En Inca, Cesáreo y su esposa Magdalena han tenido una vida confortable. Aquí criaron a su único hijo, y nació su nieto, que ahora tiene 18 años. Magdalena reconoce que a ratos recuerda con nostalgia su Menorca natal, a la que proyectaron regresar tras la jubilación, aunque ese propósito, hoy por hoy, sigue pendiente.