LLOPIS.El menorquín llegó a Lausana el 10 de noviembre de 2011 - A.LL.

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Agustín Llopis Sintes (Es Castell, 1968) no se marchó al extranjero por gusto, sino empujado por las circunstancias. Tras perder su trabajo como chapista hace cinco años, el menorquín y su mujer pusieron en marcha una librería y un bar, pero ninguno de los dos negocios funcionaron. Las dificultades económicas llevaron a Llopis hasta Palma, donde encontró trabajo en un taller. A pesar de contar con un empleo, estar lejos de su familia lo atormentaba. Hace un año y medio, un amigo suizo le propuso emigrar a Lausana. Las circunstancias eran muy desfavorables y Llopis decidió aceptar la oferta, haciendo frente a sus miedos. El menorquín aterrizó en Suiza en noviembre de 2011 y, en poco tiempo, consiguió un empleo como chapista. Los inicios fueron muy duros, pero Llopis consiguió finalmente que su familia se instalara junto a él en Penthalaz, un pequeño pueblo cercano a Lausana, donde residen todos desde el pasado mes de julio.

Sus problemas comenzaron al perder su trabajo de chapista….
Sí. Hace aproximadamente cinco años me quedé sin trabajo. Llevaba nueve años y medio trabajando para la misma empresa pero, debido a algunas desavenencias profesionales con mi jefe, perdí el empleo.

¿Qué hizo entonces?
Precisamente unos meses antes, mi mujer, Ely, y yo habíamos puesto en marcha una librería en la Plaça Biosfera de Maó. En un principio, la intención era que la llevara mi mujer, pero al quedarme yo sin trabajo, decidí involucrarme más en el proyecto. Sin embargo, a pesar de las horas y esfuerzos que dedicamos, no conseguimos que el negocio funcionara. La crisis ya había comenzado y, además, nosotros éramos inexpertos y quizá la situación escogida tampoco fue un acierto. Fue entonces cuando me planteé la posibilidad de hacer alguna otra cosa.

¿Encontró otro empleo?
Sí. Un día entró en la librería un amigo y, comentándole mi situación, me ofreció trabajo de repartidor de productos alimentarios. No tenía nada que ver con lo que yo sabía hacer, pero me gustó la idea de trabajar recorriendo la Isla. En este punto, quiero agradecerle de todo corazón la oportunidad a Rafel Vidal, puesto que gracias a este nuevo empleo conseguí despejarme un poco.

¿Por qué lo dejó?
Me lo pasé muy bien trabajando hasta que me tuvieron que operar de una lesión que ya tenía en el hombro. Tras recuperarme y viendo que la crisis se iba asentando de cada vez más en Menorca, decidí intentar desempeñar mi oficio como autónomo.

¿Funcionó?
Sí, durante un tiempo. Hasta que la maldita crisis lo fastidió todo de nuevo. Siempre con el apoyo de mi mujer, coincidí con unas personas que hicieron posible que en los años siguientes pudiera ganarme la vida decentemente. Se trata de Rafael y Miquel Ripoll, que me ofrecieron trabajar con ellos. Yo era autónomo, pero formábamos una especie de equipo. Ellos pintaban mis coches y yo reparaba los suyos.

Pero la difícil coyuntura económica complicó de nuevo las cosas….
Así es. Mi mujer y yo decidimos embarcarnos en una nueva aventura y abrir un pequeño bar en Es Castell. Los últimos meses compaginaba el trabajo en el bar con el taller, donde cada vez tenía menos clientes. Sin embargo, el bar tampoco cuajó, a pesar de nuestra ilusión y sacrificio. Yo me estaba hundiendo, no veía salida ni una solución. Fue mi mujer quien me abrió los ojos y me propuso la posibilidad de salir de la Isla.

¿Qué le pareció?
La verdad es que yo estaba desesperado, incluso me había inscrito en un curso de mantenimiento de cruceros para irme embarcado. Por un lado, no me podía imaginar estar lejos de mi mujer y de mis hijos, ellos lo son todo para mí. Sin embargo, la primera opción que nos planteamos fue que yo probara suerte en Mallorca, donde viven mis dos hijas mayores.

Se embarcó, aunque sólo hasta Mallorca…
Sí. Al llegar a Palma y salir del barco ya empecé a repartir currículums. Por la tarde llegué a casa de mi hija Nataly, que vive en Inca. Al día siguiente, empecé muy temprano la búsqueda de trabajo. Cogí la moto y, con la ropa de trabajo en la mochila, fui de nuevo hasta Palma.

¿Hubo suerte?
Al llegar al polígono de Son Castelló, lo intenté en los concesionarios de Opel, Mercedes, Audi, Volkswagen y algunos talleres más, pero no encontré nada. Eran cerca de las 11 horas cuando vi un pequeño taller que me llamó la atención. Se llamaba Prestige Cars y aparcados en el exterior había varios coches de gama alta. Entré y le ofrecí que me hicieran una prueba sin compromiso.

Y aceptaron…
¡Sí! Me dieron un coche y, al terminar el trabajo, me ofrecieron un contrato. Durante un mes y medio trabajé mucho y muy duro, pero se me hacía insoportable estar lejos de mi familia. Intentaba mantenerme ocupado y ganar el máximo de dinero posible, mientras mi mujer continuaba intentando aguantar el bar.

Tenía trabajo, pero estaba lejos de los suyos…
Sí. Todo cambió cuando un amigo suizo, Jean Pierre, fue a tomar un café al bar y, comentando la situación con mi mujer, se ofreció a ayudarnos a buscar otra salida a nuestro problema. Ely me llamó y me dijo que comprara un billete de vuelta a Menorca para el fin de semana para así poder hablar con Jean Pierre. Así lo hice, estaba intrigado, pero también muerto de miedo.

¿Qué le aconsejó su amigo?
Conociéndome, me dijo que tenía posibilidades de salir adelante en Suiza y me animó a marcharme. El problema era que tenía un trabajo en Palma. La situación era algo embarazosa, pero me armé de valor y les dije a mis jefes que me tenía que ausentar durante un mes por motivos familiares y que no sabía si iba a volver.

¿Qué le dijeron?
Fue una sorpresa cuando me dijeron que no había ningún problema, que me guardarían mi plaza todo el tiempo que hiciera falta. Así que saqué un billete de ida y vuelta a Suiza y emprendí una nueva aventura. Si en un mes no conseguía algún trabajo allí, debía regresar y seguir buscando soluciones.

¿Cuándo llegó a Suiza?
El 10 de noviembre de 2011. Después de una hora y media de vuelo, aterrizamos en Ginebra. El cielo estaba cubierto y gris. De repente, atravesamos un manto de nubes que cubría todo y el avión, finalmente, tomó tierra. Allí estaba yo, con una maleta, un poco de ropa y mucho miedo a lo desconocido.

¿Le esperaba alguien en el aeropuerto?
Sí, mi amigo Jean Pierre y su pareja. Cuando los vi, noté algo de alivio. Eran las 17 horas y ya oscurecía. Hacía frío y llovía. Nos pusimos en marcha hacia Lausana, donde ellos viven. Después de una hora en coche me llevaron a su casa a cenar y después a un pequeño estudio en el octavo piso de un bloque de apartamentos. Aquella iba a ser mi casa durante el tiempo que estuviera sin trabajo.

¿Consiguió calmar su temor?
Aquella primera noche, cuando me quedé solo en el estudio, tuve una sensación de tremenda soledad y pánico, pero al hablar con mi mujer y con mis niños consiguieron inyectarme algo de fuerza, que necesitaba mucho en aquel momento. Al día siguiente, decidí explorar un poco la ciudad.

¿Qué le pareció?
La verdad es que Lausana no me gustó en un primer momento. Me llamaron mucho la atención los cables que se veían por toda la ciudad. ¡Parecían una tela de araña! Más tarde supe que eran los cables de la red eléctrica de los autobuses. Pasé el fin de semana recorriendo los alrededores de Lausana con Jean Pierre, haciendo un poco de turismo.

¿Qué tal fue la búsqueda de trabajo?
Ese mismo lunes me puse en marcha para buscar empleo. Jean Pierre me ayudó y, en primer lugar, fuimos a varios talleres que él conocía, pero no necesitaban a nadie. Por la tarde fuimos a una carrocería de un español y nos dijo que conocía a un italiano que de vez en cuando contrataba a personas de forma eventual para cubrir bajas o vacaciones.

¿Fueron a verlo?
Sí. Me dijo que fuera al día siguiente a probar. Por segunda vez desde que me había marchado de Menorca tenía la oportunidad de demostrar lo que sabía. Conseguí demostrar que era apto para el trabajo, aunque tuve que pasar por muchas pruebas al ser nuevo. El jefe quería saber de lo que era capaz.

¿Consiguió el trabajo?
El jefe estaba esperando a un chapista portugués que había contratado para cubrir una plaza en el taller. Así que yo podía trabajar, en teoría, hasta que llegara el nuevo chapista. Cada día, al finalizar mi jornada, el jefe me decía si debía volver al día siguiente. Así estuve un mes y medio, que fueron los más difíciles y duros de mi vida. Trabajaba muy duro, pero nunca sabía si al día siguiente volvería. Y todo eso teniendo en cuenta que no dominaba el idioma. Al cobrar la primera semana de trabajo me di cuenta de que, en tan sólo siete días, había ganado más que en un mes en Palma. Sin embargo, es cierto que la vida en Suiza es como tres o cuatro veces más cara que en Menorca. El buen salario hizo que no cesara en mi empeño de conseguir ese puesto que, en principio, no era para mí.

¿Tanto esfuerzo tuvo recompensa?
Sí. Dos meses después de haber empezado, me dijeron que el portugués no iba a venir y que me había ganado el puesto. El día 1 de enero de 2012 firmé el contrato, lo que me permitía hacer planes más a largo plazo. Mi mujer dejó el bar y pudo dedicarse más y mejor al cuidado de su madre enferma. Por entonces todavía no podía pensar en la posibilidad de que mi familia se trasladara conmigo a Suiza.

¿Por qué?
En primer lugar porque no disponía de un piso lo bastante amplio para que pudiéramos vivir todos juntos. Además, estaba la enfermedad de mi suegra y, debido a su estado, era totalmente inviable que pudiera venir con nosotros a Suiza.

¿Intentó buscar una casa más grande?
Sí, pero era una misión casi imposible. Hay mucha demanda y los precios son elevadísimos. Después de pasar las fiestas navideñas en Menorca con mi familia, tuve que irme del estudio en el que vivía. Lo único que encontré fue un pequeñísimo bungaló en un camping.

¿Cuánto tiempo estuvo viviendo allí?
Un mes. La ducha estaba a 100 metros del bungaló y era pleno invierno, por lo que llovía, hacía frío e incluso nevó. Afortunadamente, un amigo de mi jefe se ofreció a alquilarme una habitación y estuve en su casa los siguientes tres meses. Hice gran amistad con él y, por fin, dejé de sentirme tan solo. Sin embargo, mi mayor deseo seguía siendo poder traer a mi familia.

Finalmente, lo consiguió…
Sí. Mi jefe, a través de otro amigo suyo, me consiguió un apartamento en un pequeño pueblo llamado Penthalaz, a pocos kilómetros de Lausana. Fue entonces cuando comenzamos a planear el traslado de mi esposa y mis hijos a Suiza. Alquilé un pequeño camión con el que viajé hasta Barcelona y, desde allí, cogí un barco hasta Menorca. Mi mujer había metido en cajas de cartón casi 15 años de recuerdos y vivencias en común. El día 1 de julio, tras despedirnos de toda la familia y amigos, iniciamos el camino hacia Suiza juntos.

¿Se fueron todos a Suiza con el camión?
¡No! La idea era que yo, junto un amigo de Menorca que venía con nosotros para hacer una sustitución en el taller en el que trabajaba, fuéramos en el camión y mi mujer y los niños viajaran a Suiza en avión. No obstante, tuvimos un pequeño contratiempo. Antes de marcharnos de Menorca, les prometí a mis hijos que jamás me separaría de ellos otra vez y, por ello, cuando mi hijo pequeño me vio marcharme en el camión desde Barcelona entró en un estado de ansiedad tan fuerte que mi mujer tuvo que llevarlo al hospital. Nosotros ya habíamos recorrido 100 kilómetros cuando Ely me llamó para explicarme lo sucedido.

¿Regresaron?
Sí. Cuando llegamos ya le habían dado el alta. Cuando mi hijo me dijo que no estaba cumpliendo la promesa que le había hecho, le subí al camión e hizo el viaje con nosotros. Mientras, mi mujer y mi hija cogieron el avión.

¿Se han adaptado bien sus hijos a la nueva vida en Suiza?
Sí. La integración de los niños está siendo un éxito. Se lo han tomado todo muy bien y les gusta mucho Suiza. Nosotros vivimos en la zona francesa del país. Recuerdo que, al principio, se me hacía muy raro el idioma y, aunque muchas palabras se asimilan al menorquín, la pronunciación es especialmente difícil.

¿Su mujer ha encontrado trabajo?
Le están saliendo muchas ofertas para cuidar niños, de momento no le va mal porque se saca un pequeño salario y puede compaginarlo con la casa y el cuidado de nuestros hijos. Yo estoy prácticamente todo el día fuera de casa, pero tengo el sábado por la tarde y el domingo libre para dedicárselos a ellos.

¿Qué hacen entonces?
Normalmente, los domingos nos dedicamos a pasear y a conocer el país. Al ser pequeño, el mismo día puedes visitar Zúrich, que está en la otra punta de Suiza, y volver por la tarde a casa. Aun así, lo que más nos gusta es la nieve, es impresionante. En Penthalaz no nieva a menudo, pero a tan solo media hora de coche tenemos montaña y mucha nieve. De momento, nos tiramos en trineo y queremos aprender a esquiar. En verano nos bañamos en el lago Leman que, por cierto, es más grande que Menorca entera. Sin embargo, echamos de menos el mar, que tiene un olor especial.

¿Se han adaptado al clima?
Sí. En invierno hace bastante frío, pero es más fácil de aguantar que en Menorca, porque es mucho más seco. Hemos llegado a estar a diez grados bajo cero, pero con una buena chaqueta se aguanta bien.

¿Hay muchos inmigrantes en Lausana?
La verdad es que en Pentalhaz tenemos vecinos de todas las nacionalidades. Me llama mucho la atención que la mayoría de los habitantes de Lausana son extranjeros y, especialmente, procedentes de Portugal. También hay muchas personas de los países del este, aunque normalmente se concentran en las ciudades más grandes, como Lucerna.

¿Su estancia en Suiza va para largo?
Viendo el sistema de vida que llevamos aquí, teniendo trabajo y viendo a mi familia feliz, veo lejos la idea de regresar a Menorca. Las pasadas fiestas navideñas las pasamos en Suiza, aunque en verano tenemos previsto visitar la Isla durante las fiestas de Sant Jaume.

¿Recomendaría a otros menorquines que pasan por dificultades económicas la opción de marcharse al extranjero?
Sí. Siempre hay salida para los malos momentos que te depara la vida. Eso sí, se ha de tener en cuenta que conlleva un sacrificio, pero al final obtienes una recompensa. Del mismo modo que te puedes encontrar malas personas en cualquier parte del mundo, también es impresionante la cantidad de buena gente que está dispuesta a ayudarte. Siempre hay alguien dispuesto a tenderte una mano. Desde aquí me gustaría también decirles a todos los que hemos dejado en Menorca que los llevamos con nosotros y no los olvidamos. Gracias a internet podemos seguir cerca a pesar de la distancia.