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No conjugan el verbo recortar ni leen la carta de un restaurante de derecha a izquierda; no se privan de manjares exquisitos ni de caprichos caros, porque buscan lo mejor y para ellos el precio no es lo más importante. Y sí, están entre nosotros, pero desengáñese, es difícil que se los encuentre en la cola del supermercado o en la barra del bar, ni siquiera es probable que acudan a uno de los locales de moda una noche de verano.

Son turistas de alto poder adquisitivo, buscan el lujo y sostienen con su calidad, es decir, su dinero, un buen número de negocios locales.

Menorca no es un lugar para exhibirse, así que estos visitantes, algunos esporádicos, otros con segundas residencias, son discretos. Muy discretos. Tanto, que muchos de los empresarios que se dedican al sector confiesan que solo tratan con este tipo de clientes vía e-mail, con conversaciones en skype o a través de su personal de servicio.

«Muchos eligen por internet, tienen total confianza, no piden precio y pagan bien, el presupuesto es holgado así que sabes que puedes trabajar a gusto, hacer algo bonito», explica la propietaria de una floristería. Muchos de sus pedidos son de clientes nacionales «más del norte» que pasan el verano en la Isla y quieren ornamentar sus casas con flores frescas cada día. Otro segmento es el de los grandes yates, cuyas tripulaciones son las encargadas de comprar ramos y centros para los lujosos salones de las embarcaciones en las que se celebran cenas y fiestas. «Saben muy bien los gustos de sus señores», apunta.

Casas y barcos tienen que estar perfectos, y los aviones privados, bien surtidos de comida que procede de pequeñas empresas de catering menorquinas, de renombre y que ofrecen alimentos de calidad.

Alimentación, restauración, hoteles con encanto, casas rurales, alquiler de vehículos, náutica, joyería, servicio doméstico y de limpieza, floristerías, músicos en directo para las veladas especiales, objetos de regalo o de joyería, wedding planners, organizadores de eventos o tiendas de delicatessen, entre otros, se suman al listado de negocios que habitualmente se nutren del turismo. Y saben que no pueden fallar ni defraudar a este segmento del mercado.

«A mí me llaman muy temprano y me piden que abra la tienda fuera del horario comercial, especialmente para ellos», apunta el dueño de una tienda de alimentos exclusivos de Maó. Imposible resistirse a la petición cuando sabes que «se pueden gastar mil euros en quince minutos».

Y aunque también cuentan con clientes fieles de Menorca, abundan entre este tipo de sibaritas los norteamericanos, australianos, franceses, holandeses y últimamente, en aumento, los rusos.

«Voy a involucrarme a fondo con ellos y a aprender algo de ruso», asegura este comerciante, porque «no hablan inglés, vienen con un traductor, y sobre todo quieren pasar desapercibidos, que no los vean».