Rafael Coll, en primer plano y, a lo lejos, en la cesta que le transporta del barco a una plataforma; el acceso también se realiza con helicópteros | R.C.

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En pleno debate político y social sobre las prospecciones petrolíferas previstas en aguas de Balears, Rafael Coll Florit aporta un testimonio, desde la primera línea, de las plataformas que taladran el fondo marino en busca del oro negro. Son profesionales como él los que velan por la seguridad en la industria extractiva del petróleo, para que no haya fugas o explosiones. Están en juego el medio ambiente, mucho dinero, el prestigio de las grandes compañías y vidas humanas.

Desde hace un año, este marino menorquín tiene su base de operaciones en Singapur.

¿Cómo se introdujo en el mundo de la extracción petrolífera?
– Pasé la primera mitad de mi vida profesional dedicado a los barcos de pasajeros, en ferries en España, en el Estrecho de Gibraltar; en Reino Unido, en el Canal de la Mancha, y en la líneas que unen Liverpool con Dublín e Irlanda con Cherburgo, en Francia. También trabajé en la puesta en marcha de campañas de limpieza del litoral en Catalunya y Menorca. Hasta que, por casualidad, trabajé en un barco supply, de los que llevan comida y todo tipo de material, y que abastecía a la plataforma de Tarragona.

(A 45 kilómetros de la costa de Tarragona se halla la plataforma Casablanca, la única de extracción en el Mediterráneo español, cuya titularidad es de la compañía Repsol).

Y descubrió nuevas expectativas profesionales.
– Descubrí un mundo que nos es ajeno a los españoles, el del petróleo, porque no tenemos, y se me abrió la posibilidad como marino de entrar en él. Estuve un año enviando currículums a compañías extranjeras hasta que una firma suiza me dio la alternativa, una posibilidad; la compañía petrolera para la que trabajaban era Total, un gigante del sector francés.

¿Cuál fue su primer destino?
– Angola, como capitán de un barco-hotel que albergaba a 300 personas, era el centro de operaciones a 200 kilómetros mar adentro, se accedía por helicóptero o barcos rápidos. En este barco había de todo para vivir, centro de conferencias, oficinas... Y se utilizaba porque en tierra ya estaba todo lleno, las casas todas alquiladas. Porque una explotación de este tipo implica mucha logística, en mar y en tierra.

¿Estuvo mucho tiempo en campos petrolíferos de África?
– En África estuve en total unos cinco años, dos años como capitán del barco-hotel y el resto en tierra, como jefe de operaciones de la compañía en Angola.

¿Qué tipo de profesionales trabajan en estas instalaciones?
– De todo tipo. La media de personas que viven y trabajan en una plataforma es de un centenar. Desde mano de obra menos cualificada a gente muy especializada, ingenieros, médicos, técnicos de laboratorio, de seguridad, marinos como yo, profesionales de la restauración... Y de muy diversas procedencias. Nuestro idioma de trabajo es el inglés, pero tengo compañeros de todas las nacionalidades, razas y religiones... Una plataforma es como una Torre de Babel.

¿Algún español más?
– No. No veo españoles, no está en nuestra cultura, no hay tradición de este tipo de trabajo en plataformas. Además, cargamos con un sambenito injusto. No tienen un referente y nuestra reputación es peor de lo que nos merecemos. Los técnicos más cualificados de estas instalaciones suelen ser británicos, nórdicos y estadounidenses.

El negocio de la extracción de petróleo ¿genera riqueza en las poblaciones locales?
– Sí, sin duda, lo veo todos los días, hay poblaciones que salen de una crisis en meses. Si se gestiona bien, es como si le tocara la lotería a un país o una región. Genera también muchas posibilidades de negocio en tierra, en el alquiler de viviendas, la restauración, los servicios. Se desplazan muchos expatriados, con un poder adquisitivo alto, y las petroleras son gigantes que subcontratan a otras empresas.

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¿A qué se refiere con el matiz 'si se gestiona bien'? ¿Por parte de quien?
– De las autoridades locales. Los políticos de cada país, si están a la altura de las circunstancias, legislan y obligan a las compañías a que contraten personal local. Y las compañías se pliegan a esas condiciones para llevar a cabo la explotación. En esos casos, normalmente un 70 por ciento de los trabajadores de una plataforma son locales, salvo el personal técnico de una alta cualificación que tenga que venir de fuera.

¿Qué opina de los sondeos anunciados en el Golfo de Valencia y al norte de Menorca?
– Los sondeos cuestan millones, si los hacen es porque realmente existen posibilidades de hallar petróleo. Pero bueno, también había petróleo en el Sáhara o en Guinea Ecuatorial y los españoles no lo vimos...

Veo que le duele el rechazo que genera esta industria.
– Sí, y me duele España. Yo me alegré por Canarias cuando supe lo de las prospecciones y ahora, como menorquín creo que si lo encuentran nos tocaría la lotería, sería como tener una temporada alta de doce meses. Pero claro, yo no soy un técnico medioambiental, solo aporto mi experiencia personal.
Otra cosa que me choca es esa actitud de que no se recaben todos los datos y de no informarse al cien por cien, con las experiencias de otros países, que consideran una suerte tener petróleo.

¿Qué me dice del turismo? ¿No cree que la convivencia entre dicha actividad y una industria peligrosa es muy difícil?
– Conviven, hay zonas turísticas que tienen petróleo: Malasia, Tailandia, Golfo de México; es más, la logística del turismo y la del petróleo se complementan. Veo esa convivencia a diario en mi trabajo, yo mismo he pernoctado en hoteles turísticos antes de trasladarme a plataformas.

Pero una marea negra, por remota que parezca esa posibilidad, aniquilaría el turismo en las Islas...
– Sí, pero ese riesgo existe igualmente, con los petroleros que navegan constantemente por el Mediterráneo o si perforan por ejemplo en aguas francesas y hubiera un percance, no hay fronteras. Mi trabajo, y mi humilde aportación a todo esto, es que puedo certificar que la seguridad en las plataformas se gestiona muy bien, no es perfecta, porque el riesgo cero no existe y no se puede decir nunca que algo es perfecto, pero casi.

¿En qué consiste exactamente su trabajo en los campos del sudeste asiático?
– Mi cargo actual es el de marine warranty surveyor y realizo las inspecciones para que las operaciones, al mover plataformas, se realicen con garantías de seguridad. Cada operación marítima entraña un riesgo que debe minimizarse al máximo. Dos días antes de que se mueva una plataforma se inspecciona todo lo que va a participar en la operación: material, personal, documentación, certificaciones... Todo de acuerdo con las leyes internacionales y de la A a la Z. Si es correcto, expido la aprobación. Las mismas aseguradoras se preocupan porque las primas son muy altas, y el riesgo disminuye si hay un capitán garantizando que todo está bien.

¿Ha vivido algún percance?
– En todo este tiempo no, y llevo en el mundo del petróleo desde 2003, primero en Angola, luego en Abu Dabi (Emiratos Árabes) y ahora en el sudeste asiático. Sí he visto situaciones en las que podría haber ocurrido algo, pero no ocurre porque existe una política exhaustiva de control. Debe tenerse en cuenta que no solo hay riesgo ambiental, por una fuga; también hay vidas en juego y la viabilidad económica de las compañías depende de la seguridad. El máximo responsable de riesgos laborales de Shell, BP o Total se sienta al lado del 'gran jefe' en Londres o París, y el señor que está en las oficinas ha pisado antes las plataformas.

¿Cómo es la vida, el trabajo y los controles en una plataforma en alta mar?
– Hay dos trabajadores por cada plaza, se trabajan doce horas al día y cuatro semanas seguidas, no hay festivos, porque luego el mes siguiente tienes vacaciones. Las condiciones de trabajo son muy duras. No puede entrar alcohol, el despido es fulminante si te pillan. Cada vez que llegas, en helicóptero o barco, te registran, te ponen vídeos y te dan charlas sobre seguridad, y por supuesto tampoco puedes hacer fotos (el flash es peligroso), llevar móviles o mecheros. Hay una o dos zonas específicas para fumar, pero con mecheros fijos y vigilados. Todos los empleados, hasta un pinche de cocina, llevan una tarjeta que les permite detener cualquier actividad que se considera arriesgada, incluso si la realiza un superior.

¿Y en tierra?
– Las circunstancias del trabajo no te dejan mucho tiempo para conocer a la gente local. Aún así, me preocupo por conocer el idioma y la cultura, por ejemplo, en Angola aprendí portugués. Ahora resido en Singapur, una isla de las dimensiones de Menorca con casi 6 millones de habitantes. Pero se puede hacer una vida normal, no tengo mucha sensación de masificación.

¿Cómo lleva la añoranza?
– Siempre llevo Menorca en el corazón y tengo contacto con la Isla y la familia; mi hijo está aquí y lo veo cada vez que vengo. Pero no hay problemas de adaptación, los cambios forman parte de la naturaleza del marino, desde el primer día que estudias esto sabes que vas a viajar, y lo tienes asumido.