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Algunos menorquines vivieron muy de cerca el horror de los atentados de Madrid y la psicosis que se apoderó de la capital en las horas, días e incluso semanas posteriores a la matanza terrorista. El exalcalde de Maó, Vicenç Tur, vivía entonces en Madrid y trabajaba como técnico de alcaldía en el Ayuntamiento de Parla. Habitualmente tomaba el tren en la estación de Atocha pero más tarde de la hora en la que estallaron las bombas. «Me preparaba para salir de casa cuando oí las explosiones pero en ese momento, no te das cuenta de lo que puede ser», explicó ayer.

Rememorando lo sucedido, Tur afirma que, sin cobertura de telefonía móvil desde unos minutos después del atentado, su familia en Menorca supo que estaba bien porque una amiga pudo contactar con él antes de que las lineas de teléfono se colapsaran, y avisar así a sus allegados.

«Cuando me enteré de lo sucedido fui a la Puerta del Sol a donar sangre pero ya había colas kilométricas en el centro de emergencias», señala. Ya en Parla, a donde llegó en coche, Tur tuvo que trabajar en el recuento de posibles ciudadanos locales afectados por el atentado, ya que sus familiares requerían información y no podían llegar al centro o contactar vía teléfono. «Mi recuerdo del drama son aquellas imágenes de desesperación, de barrios muy obreros, y de los días de incertidumbre de hallar los autores».

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Como José María Pons Muñoz, colaborador del MENORCA y testigo del 11-M, el exalcalde de Maó recuerda que el objetivo era el interior de Atocha y que las víctimas podían haberse multiplicado. Pons Muñoz por su parte asegura guardar en su memoria «imágenes imborrables, que ojalá no se repitan nunca» ya que se acercó a la estación y vio el tren destrozado.

«Al principio hablaban de un accidente, de que se había caído una catenaria» pero al llegar a Madrid se encontró con la masacre. Pons Muñoz debía haber cogido el tren desde Alcalá pero optó por el coche al no encontrar aparcamiento en la estación y disponer de tiempo para conducir hacia el centro.

Su hija, Arantxa Pons Donoso, logopeda, en aquel tiempo de prácticas en el Hospital 12 de Octubre, colaboró en la atención de donantes de sangre y vivió en primera persona la actividad frenética en el hospital . «Me sorprendió a mi misma lo bien que reaccioné ese día, pero el miedo vino después, a montar en tren, en metro, el mirar a personas, bolsos..., todos teníamos compañeros, conocidos, que se habían salvado por poco, y la psicosis duró mucho tiempo después, es algo que aún nos duele mucho en Madrid», relató.