Vital y aventurera. Así es Lara, quien admite que lo suyo no es descansar o estar mucho tiempo quieta en un sitio | LBP

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Admite que estar inactiva no es lo suyo y su trayectoria personal lo corrobora. Suecia, con una beca de cuatro meses del programa europeo Leonardo da Vinci; Linz, en Austria, durante un año, con un proyecto de voluntariado europeo; y prácticas en un centro de salud de Ruanda, de la mano de las misioneras del Sagrat Cor, son algunas de las paradas anteriores de Lara Bisbal Pons.
Esta joven trabajadora social ha regresado ahora a Austria para perfeccionar su alemán y seguir estudiando en una ciudad que, asegura, tiene un ritmo cultural intenso y asequible.

¿Qué hace una trabajadora social en una vinoteca?
— Es un trabajo para subsistir pero estoy contenta, me manejo bien. Servimos y vendemos productos delicatessen y el propietario es español, de Salamanca. Los productos principales son vinos e ibéricos, pero también tenemos Queso Mahón-Menorca ¡y lo promociono muy bien! Es un negocio enfocado a austriacos y funciona bien, aquí hay trabajo y dinero.

¿Cómo es el trato con los clientes?
— Bueno, pero tienes que oir algunos comentarios que no te gustan e ir rompiendo muchos clichés. ¿La siesta? Yo no la echo nunca, les digo, y en España mucha gente tampoco porque no tiene tiempo. ¿Fiesta? Si es lunes y al día siguiente hay que trabajar, no. Otra cosa que les choca es que mi lengua materna es el catalán. Hasta que te conocen, te ven todo el día trabajando y se dan cuenta de que los estereotipos no funcionan.

¿Por qué regresó a Austria?
— Quería mejorar mi alemán, cuando estuve en Linz me centré en el inglés, porque es increíble que después de doce años, con nuestro sistema educativo, salgas sin aprender. Ahora a finales de año me examinaré de alemán y espero poder estudiar un máster en cooperación e igualdad de género. Mi ilusión sería trabajar en cooperación internacional y en un futuro volver a África o viajar a Sudamérica.

¿Qué otras actividades realiza?
— Soy voluntaria asistiendo a adolescentes y jóvenes discapacitados, presto mi apoyo en una organización, y también ayudo a implementar el programa Erasmus + de la Unión Europea entre estos jóvenes con discapacidad. La verdad es que siempre estoy muy ocupada, nunca descanso, e intento colaborar sobre todo en temas sociales.

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¿Le resulta fácil acceder a la formación en Viena?
— Sí, te facilitan sobre todo aprender el idioma, en centros cívicos, y es asequible. Son cursos que sirven y funcionan, los profesores están bien pagados y no subestiman a los alumnos porque paguen menos. Recibes la misma educación vayas donde vayas y pagues lo que pagues. Eso me ha abierto las puertas para formarme. El nivel cultural es elevado, aquí hay jóvenes de 18 años que quedan para ir a la ópera o el teatro ¡por 4 euros! Eso en España es impensable, yo cuando estudiaba en Barcelona me moría por ir, pero no me lo podía permitir. La ópera aquí no es elitista, yo he ido a ver muchas por 4 euros, y también una vez al mes abren los museos gratuitamente.

¿Cómo fue su llegada al país?
— Primero de au-pair, confieso que así pude tener alojamiento, comida y algo de dinero, porque no tenía ni un euro. Después ya me independicé.

¿Una familia austriaca?
— Sí, y tienen un carácter particular, son muy suyos y un poco antipáticos hasta que les conoces, no se abren de primeras, pero luego ya son muy cachondos. Los austriacos son muy disciplinados y hay que respetarlo, porque esto no es España, no hay tanta jarana, pero no me parece bien quejarse. Ese chip con el que vienen algunos españoles aquí no me gusta. En mi grupo hay gente austriaca, franceses, catalanes, húngaros..., yo y mis amigos catalanes ponemos el punto rumbero.

¿Algún problema de rechazo por ser inmigrante? Se dice que es uno de los países europeos con más problemas de racismo.
— Personalmente no, aunque como dije antes, tienes que ir rompiendo moldes, y está claro que para ellos somos europeos, pero los pobres. Sí son racistas, pero es que tienen una historia complicada con la reconstrucción del país y una afluencia increíble de inmigración turca. Una inmigración mal gestionada porque son un ghetto, hay gente que trabaja desde hace 25 años aquí y no tiene ni idea de alemán ni quiere aprenderlo, y eso que hay una red social increíble, si quieres lo estudias porque te lo ofrecen. Con los turcos el problema está ahí en la calle, ellos se sienten mal recibidos y los austriacos se quejan de que les dan ayudas. Siempre hay conflicto.

Aun así usted se siente satisfecha, contenta con el país que la acoge....
— Sí y me molesta que la gente hable mal de los austriacos, o ver que vienen españoles aquí y que mucha gente se rinde con el idioma antes de empezar, o que no se acostumbran a que esto es otra forma de vivir. Durante tres meses apenas ves el sol, la gente está en sus casas, nieva y hace frío. Claro que hay trabajo, pero muchas veces fregando platos aunque estés cualificado. El Gobierno nos anima a los jóvenes a salir ¿no? Pues eso es lo que hay si no sabes idiomas. Yo salí de España por motivos profesionales, si hubiera podido lograrlos en Madrid o en Barcelona me habría quedado.

¿Y Menorca? ¿Entra dentro de sus planes?
— Salí de Menorca con 18 años y ya no volví, creo que el tiempo seguido que más tiempo estuve de nuevo en la Isla fueron cuatro meses, y me tuve que ir. Allí cuesta avanzar, al menos para los objetivos que tengo yo ahora en la vida. Claro que tengo amigas que se han quedado y están bien, tienen lo que quieren, pero no es para mí, creo que Menorca aún no me va a dar lo que espero, aunque la echo de menos, claro.