El profesor menorquín (derecha) llegó a la capital sueca en 1964 | R.C.

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Su base de operaciones está en Estocolmo desde hace muchos años, donde ha trabajado como profesor de catalán y castellano. Vive en Suecia, pero «siempre voy y vengo», confiesa Ramón Cavaller García (Ciutadella, 1939), quien las pasadas Navidades visitó su ciudad natal, Ciutadella.

Con usted estamos hablando de lo que generalmente se conoce como un verdadero trotamundos...
— Pues en realidad puedo decir que a lo largo de mi trayectoria he vivido, además de en mi en Menorca natal y en Mallorca durante algunos años, temporadas en Estados Unidos y un año también en Roma. He viajado, pero actualmente mi situación y plan de vida es el de ir a ver amigos. Próximamente, en el mes de febrero planeo volver a Suecia, que de alguna forma es mi base de operaciones. En marzo espero pasar por Italia, y en abril probablemente esté por Menorca de nuevo.

Una ruta con climas de lo más variados...
— Actualmente vivimos en un mundo con un problema grande como es el cambio climático; habitamos un planeta lleno de desequilibrios, y Menorca es un reflejo de lo que está pasando. Considero que la Isla también se está desequilibrando en estos momentos, donde se está produciendo un proceso que es muy evidente; creo que Menorca llegará a ser como Ibiza. En el caso de Suecia, hay mucha diferencia entre las distintas estaciones.

Un hombre de mundo, y además experto en idiomas...
— Y naturalmente, la globalización también significa una uniformidad de las lenguas. Actualmente el inglés es una tapadera de todas las lenguas del mundo. Hay que decir que el sistema lingüístico del estado español y la política desde Madrid en ese campo es muy provinciana, y tendría que fomentar todas las lenguas españolas. Por ejemplo, mi hermana, que vive en Madrid, no ha podido en 50 años escuchar la televisión en catalán, y eso es una vergüenza.

Entre las muchas actividades que desempeña, ¿la de profesor de idiomas es la principal?
— Sí. He estado enseñando catalán durante muchos años en Estocolmo como lengua materna en colegios públicos. En Suecia tienen una sociedad políglota. En la época en que yo trabajaba como profesor se enseñaban hasta unas 60 lenguas maternas. Aquí, en cambio, la situación que tenemos es de diglosia. Yo creo que una persona ha de saber catalán y castellano.

¿Cuándo se fue a vivir a Suecia?
— Fue en el año 1964.

Ahora los jóvenes salen al extranjero en busca de trabajo. En su caso, ¿qué le impulsó a vivir fuera de Menorca?
— Yo vivía en Mallorca, trabajaba en un banco y pintaba; hice una exposición y vendía cuadros. Allí ya conocí gente de Suecia e hice contactos, había un señor sueco que me vendía los cuadros, y hubo un momento en que llegué a tener muchos. Estamos hablando de una época en la que yo no quería vivir en España, ya que la situación era terrible, era una dictadura, dura, dura. A una persona joven, con ganas de vivir, le ahogaba. Aparte de eso, yo aquí (Menorca) ya no tenía ataduras familiares, así que decidí ir a Suecia. Allí hice una exposición con la que me fue muy bien, y después fui a Estados Unidos, donde también pasé un año...

Hasta que llega a Roma...
— Efectivamente, allí conseguí trabajar en Cine Cité, en la ciudad del cine, donde hice unos paneles para una película, aunque de tercera categoría, pero allí estuve trabajando durante unos meses. Fue muy interesante, porque era una época en la que Fellini estaba haciendo el «Satiricón». Después de esa aventura, regresé a Suecia otra vez.

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Le ha guiado siempre un espíritu un tanto aventurero, por lo que veo...
— Cuando llegué a Suecia por primera vez era una época en la que no tenía dinero, así que tuve que alquilar un sofá. Vivía en la casa de un señor por un precio ínfimo. Pero eso implicaba que yo debía abandonar la casa por la mañana. Así acabé yendo al museo de historia, donde está toda la parte medieval vikinga, y allí pedí permiso para pintar, y así comencé a trabajar hasta que conseguí montar una exposición que se tituló «Un español ve la edad Media sueca». En lo que se refiere a exposiciones, la última que he hecho fue hace cuatro años en el Museo de San Petersburgo, una muestra temática sobre el teatro.

¿Fueron duros los comienzos?
— No, cuando eres joven, no hay nada que sea duro. Las cosas duras se convierten en normales con la juventud. La juventud es un gran capital, pero que se acaba.

¿Y el idioma?
— Hay que decir que ya cuando me fui a vivir a Mallorca comencé a estudiar inglés, cuando estaba cumpliendo el servicio militar, a los 21 años. Al principio, en Suecia hablaba inglés. También hay que decir que las lenguas no son difíciles o fáciles, todo depende de dónde vas. Por ejemplo, para los niños españoles aprender inglés es difícil, pero no tanto para los suecos, les resulta más fácil porque la suya es una lengua germánica evolucionada. Además, allí ven toda la televisión en inglés.

¿Qué es lo que más le gusta de la cultura sueca?
— Hay que decir que tememos el mundo católico y el mundo protestante. Y este último es mucho más ordenado. Las personas están influenciadas por tres cosas muy importantes: el clima, la tradición religiosa que siguen, aunque no vayan a misa, y luego está la parte genética. Yo creo que la gran aportación de Suecia a la cultura occidental es el funcionalismo, lo que se llama el racionalismo. En la iglesia católica lo que tienes es el perdón, y eso hace que no seas responsable porque siempre hay unas causas que hacen que pasen las cosas, y las cosas se van haciendo, pero al final no encontramos al responsable. Por eso en los países nórdicos la corrupción es mucho más difícil.

Y a la hora de buscar defectos a la sociedad nórdica...
— No creo en defectos. Creo en los hechos. Las cosas no son buenas ni malas, son como son. Un lobo que caza a una gacela no es ni bueno ni malo, es la naturaleza. Yo siempre digo eso de Menorca es Menorca y Mallorca es Mallorca, ni mejor ni peor; y con las personas es igual.

Ha viajado mucho durante toda su vida. ¿Echa de menos Menorca?
— En catalán dicen roda al món i torna al Born. Yo ahora tengo una época de gran menorquinidad, estoy leyendo sobre todo historia del siglo XVIII, que culturalmente me interesa mucho. También estoy pintando muchas acuarelas sobre esa época.

Dice que está en una época muy menorquina, ¿Se plantea volver de forma definitiva?
— Yo, ahora, en el ámbito que me muevo es en el de ir a ver a amigos. Ese es mi plan de vida actual. Y aprender cosas hasta la muerte.

¿Hace de embajador de Menorca?
— Embajador no, pero allá donde voy siempre soy una hormiga de cultura; creo cultura o participo en ella. Es curioso, porque los políticos de cultura no sé ni quiénes son; ni ellos saben quién soy yo; realmente yo soy un proletario de la cultura. Estoy muy desilusionado con los políticos. La clase política lo ha hecho muy mal; a Menorca la han abocado a una situación de desequilibrio; yo no tengo coche, y todos los años me he mojado en la estación de autobús, y todavía no lo tienen resuelto. En cambio ahora están haciendo unas rotondas increíbles con un dinero que se deberían gastar en la gente de aquí. La política en los países nórdicos es más avanzada, hay una mentalidad general.