Marquès está desde septiembre en Holanda | J. M.

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Cuentan que el origen del término francés au pair se remonta al siglo XVIII en Suiza, cuando era bastante común entre la clase social más alta mandar a sus hijas a otro país para vivir con otra familia, cuidar de sus hijos y aprender otro idioma. Tres siglos después, el sistema sigue más vigente que nunca, y son muchos los jóvenes que recurren a esa vía para enriquecerse culturalmente, como Júlia Marquès Fargas (Ciutadella, 1994), una menorquina de 21 años que confiesa estar viviendo una experiencia maravillosa en Holanda.

¿Qué le llevó a abandonar su Menorca natal?
— Al terminar el Bachillerato tenía claro que era el momento de salir, descubrir, aprender y vivir nuevas experiencias. Así que no me lo pensé mucho y aquel mismo septiembre, en apenas tres días, me decidí, reservé billetes y me fui a estudiar un ciclo formativo de grado superior de Guía, Información y Asistencia Turísticas en la Escuela de Hostelería y Turismo de Girona. Fue verdaderamente un dit i fet (ríe). Dos años después, antes de terminar el grado superior, me enteré de la existencia de un mundo que hasta entonces era desconocido para mí: hacer de au pair. Así que no me planteo el volver, de momento, a Menorca.

¿Cómo está siendo la experiencia de trabajar como au pair?
— ¡Maravillosa! Cuando llegué al aeropuerto el primer día estaba esperándome una familia, a la cual solo conocía por fotos y una par de conexiones vía skype. Sentí una mezcla entre nervios, curiosidad y miedo, pero al ver que me sonreían, me daban la bienvenida con un «Finally, wellcome to the Netherlands» («¡Al fin! ¡Bienvenida a Holanda!») y las niñas me abrazaban y me daban la mano desde el primer minuto, todo se te pasa y empiezas a disfrutar de la aventura. A partir de ese momento, el día a día es una convivencia distinta, nuevas costumbres, nuevos horarios, nuevas amistades… Lo describiría como empezar una nueva vida, dejando, entre paréntesis, la que tengo en España.

¿Se siente bien acogida en la familia?
— ¡Sí! Muchísimo, la verdad. He tenido mucha suerte con ellos porque son encantadores, muy flexibles y correctos con los horarios de los que un au pair puede disponer. Además, me han tocado dos tesoros de niñas (5 y 7 años), de las que ya me siento como una hermana mayor para ellas.

¿Es mucha responsabilidad estar al cargo de niños pequeños?
— Hombre…Esto creo que siempre está ahí. Hay que estar muy pendiente de ellos, pero la verdad es que las niñas que me han tocado son muy educadas y saben cuándo tienen que dejar de hacer algo o no. Así que, en este sentido, me lo ponen muy fácil, por suerte.

Es un trabajo por el que se recibe poco dinero, pero a cambio tiene otras ventajas, como disponer de bastante tiempo libre... ¿A qué lo dedica?
— Uy, pues sí. A veces tengo tanto tiempo libre que me aburro (ríe). Viajar, pasear, ir a tomar algo, ir al gimnasio, estudiar holandés… Y, sobre todo, ir en bicicleta... Tanto que estoy olvidando lo que es ir andando a los sitios.

¿Está en contacto con otros jóvenes en La Haya que se dedican a lo mismo?
— Sí, La Haya parece la ciudad de los au pair ¡Somos muchísimos! A través de Facebook encuentras grupos tanto de au pairs como de españoles en La Haya y en Holanda, en general. Al principio nos juntamos unos cuantos y ahora el grupito se ha convertido ya en una gran familia internacional... Canadá, México, Alemania, Tailandia, Finlandia, Italia, República Checa, Sudáfrica, España… ¡Una mezcla fantástica!

¿Está aprovechando la ocasión para hacer turismo?
— Y tanto. Intentamos viajar cada fin de semana, ya sea a cualquier lugar holandés como a cualquiera de sus países más próximos como Bélgica y Alemania.

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Supongo que como estudiante de turismo, aprovechará también para promocionar su Isla..
— Por supuesto. Cada uno siempre intenta vender lo suyo, es lo normal. Siempre que puedo, Menorca sale a colación en cualquier conversación. Aunque las reacciones siempre suelen ser: «¡ah, Mallorca!» O, directamente, algunos ni siquiera dibujarían Balears en un mapa. Pero he coincidido con algunos extranjeros que conocen la Isla como tal y, además, reconocen su belleza y encanto por encima de las demás.

¿Y con el idioma qué tal se las arregla?
— ¿Es obligatorio contestar? (ríe). Pues sinceramente, con los amigos, en general, nos comunicamos en inglés; con las niñas, en holandés y con los padres una mezcla de ambos, así que como te puedes imaginar habló un englishspanishdutch muy divertido.

¿Alguna vez había pensando en aprender holandés?
— Nunca en la vida. Es más, estudié alemán durante los cuatro años de la ESO y antes de llegar aquí pensaba que de algo me habría servido, pero ahora puedo asegurar que, quitando algunas palabras, es muy diferente. Con el holandés he empezado de cero y me gusta mucho, la verdad. La familia se encargó de apuntarme y pagarme unas clases de holandés; eso, unido al hecho de vivir las 24 horas del día con ellos, ayuda a aprender con más facilidad, aunque es un idioma difícil.

¿Qué planes tiene para cuando acabe su estancia en Holanda?
— Sinceramente, no puedo responderte aún, ya que eso mismo me pregunto a mí misma. Aunque sí puedo asegurarte que el seguir estudiando y las esperanzas de encontrar algo de trabajo son dos de las posibles opciones.

¿Ve más salidas a su carrera profesional fuera que en España?
— Ahora mismo está la cosa bastante mal, motivo por el cual sí veo más futuro internacional, pero de todas formas soy más partidaria de coger todas las oportunidades que vengan ya sea trabajo, estudios o ambas cosas, tanto dentro como fuera de España.

¿Qué es lo que más echa de menos de Menorca?
— La familia, los amigos, la comida mediterránea, el sol… Aunque, sobre todo, las siempre irritantes y graciosas peleas con mi hermana (ríe).

Supongo que durante este año está aprendiendo muchas cosas. ¿Con cuál de ellas se queda como la más importante?
— Se me hace imposible elegir solo una, ya que estoy aprendiendo en todos los sentidos a la vez. Así que me quedo con la experiencia, en general, la cual recomiendo como algo muy muy positivo.