Tras muchos años en la hostelería, ahora dirige un negocio familiar | Josep Bagur Gomila

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Lleva ya dos décadas instalado en Menorca, y dice sentirse a gusto, pero Daling tiene claro que cuando se jubile quiere regresar al sitio donde nació. Simpático y cercano, tras una conversación de media hora, me invita a conocer su país con él como cicerone, algo que ya ha hecho para varios de sus amigos de la Isla.

Casi 8.000 kilómetros separan su país natal de España. ¿Qué le llevó a embarcarse en esa aventura?
— Vine con mis padres... Creo recordar que fue en 1987, por entonces yo tan solo tenía diez años. Con la familia nos instalamos primero en Barcelona, pero también viví durante una temporada en Londres. La siguiente etapa antes de recalar aquí fue Mallorca.

¿En qué año llegó a Menorca?
— Pues fue en 1996 y vine para trabajar como camarero en un hotel de Ciutadella, el Sant Ignasi. No tenía una profesión clara, pero desde muy joven empecé a aprender sobre el mundo de la hostelería.

¿Qué primera impresión le produjo la Isla?
— La verdad es que me gustó; está bien, es un sitio tranquilo, con mucha calma. Es una isla muy bonita. Llegué a Menorca solo, pero luego me instalé aquí y formé una familia: estoy casado y tengo una hija que estudia en el colegio de la Consolación, en Ciutadella.

Ella nació en Catalunya... ¿De dónde se siente?
— A eso sí que no te puedo dar una contestación... (risas). Habla chino y menorquín.

Usted domina a la perfección el castellano, ¿y el menorquín?
— Uf... No es lo mío, lo entiendo, pero hablar... Hablar no lo hago tan bien.

¿Cómo ha sido la adaptación al ritmo de la vida menorquina?
— Buena. No he tenido problemas con la gente; la verdad es que el menorquín es un pueblo muy acogedor. Puedo decir que me han salido bien las cosas. Me dedico mucho a trabajar, y cuando tengo tiempo me gusta ir con los coleguitas a dar un paseo o montar una barbacoa. Los asiáticos se suelen adaptar a casi todos los sitios, no hay problema. No piden mucho ni poco, si tienen una posibilidad, la aprovechan.

Los chinos tienen fama de ser gente muy trabajadora...
— Y seguiremos manteniéndola...

¿Cuántas horas al día trabaja usted?
— De 9 de la mañana a 9 de la noche, aunque de tanto en tanto me escapo para respirar un poquito. Normalmente, entre diez y doce horas.

No es un ningún mito, entonces...
— Ese mito no existe, es real.

Después de trabajar en el hotel, decidió poner por su cuenta un negocio...
— Los primeros que vinieron fueron mis padres, que abrieron un restaurante chino en 1995 en Cala en Blanes. Pero a medida que iban pasando los años, en el mundo de la hostelería la cosa estaba peor, con contratos cada vez más cortos, y yo ya tenía una familia propia. Por eso les propuse que montásemos un negocio.

Así fue como nació el bazar que ahora regenta...
— Sí. Mi mujer y yo hemos tenido que trabajar muy duro, pero gracias a la ayuda familiar hemos podido salir adelante. Ahora se ve que está remontando un poco, la gente está un poco más animada a comprar.

¿Importa los productos desde China?
— Antiguamente sí, pero ya no. Hoy día ya no hace falta. Los productos nos llegan de sitios muy diferentes; los representantes españoles también quieren vender a los chinos.

La gran virtud de negocios como el suyo es que se puede encontrar en sus estanterías prácticamente de todo. ¿Qué es lo más barato que se puede comprar aquí?
— El concepto barato ya no existe en estas cosas. Hoy día, en el sector de multiprecios lo barato ya no es como hace años, como un bazar de todo a cien. Ahora hay mucha variedad, y la gente quiere calidad y buen precio... El euro lo ha cambiado todo; en este sector ahora se juega con divisas, y el tema de los precios es muy impredecible.

¿Está en contacto con la comunidad china en Menorca?
— Nos conocemos, pero lo que se dice relación, relación, solo con algunos. Pero siempre estoy abierto a relacionarme con todo el mundo.

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Su familia se dedica al mundo de la restauración, y la gastronomía de su país es bien conocida alrededor de todo el mundo. Pero lo que se ofrece aquí, ¿tiene algo que ver con lo que habitualmente comen en casa?
— No, es totalmente diferente. Aquí falta mucha diversificación en lo que se refiere al sector asiático. También hay que decir que se ponen muchos impedimentos para algunas materias importadas. Debería existir una mente más abierta con algunos productos. Nosotros, en casa, intentamos acercarnos lo máximo posible a la comida asiática, pero siempre que encontremos la materia prima para cocinar.

¿Tiene la oportunidad de viajar a China a menudo?
— Nos queda mucha familia allí. Lo que pasa es que estos últimos años ha sido imposible viajar con el negocio. A veces hasta los suegros tienen que venir a echarnos una mano. No hay tiempo, una de dos: o placer o negocios.

¿Sus suegros también viven aquí?
— Ellos viven en Palma, pero vienen y van.

¿Qué es lo que más echa de menos de su país?
— Cuando no estaba casado, viajaba cada dos años; estando casado ya ni me acuerdo de la última vez que volví (risas). Echo de menos la familia, mi pueblo y la gente. Quieras o no, es donde nací. Somos una familia de un pueblo pequeño, somos campesinos; nos dedicábamos al cultivo durante las cuatro estaciones. Lo que pasa es que en los últimos tiempos ya todo es industria...

Y eso provoca uno de los grandes problemas del país, la contaminación...
— Sí, pero yo espero que a partir de ahora se controle un poco más.

¿Qué es lo que más valora de vivir aquí?
— La tranquilidad y que podemos estar con la puerta abierta porque no pasa nada. El paisaje me gusta, ya sabemos que el Mediterráneo es uno de los mejores sitios del planeta Tierra, como suelo decir yo.

Antes de venir aquí, ¿cómo se ganaba la vida en Mallorca?
— Allí básicamente estudiaba para sacarme la EGB, pero trabajaba por la noche como lavaplatos en un restaurante alemán.

¿Qué planes de futuro tiene?
— De momento, levantar esta empresa y después ir poco a poco. Mi hija no sé lo que hará, lo más seguro es que se quede aquí, pero yo cuando tenga una edad me voy a mi pueblo para jubilarme, eso seguro, me vuelvo a mi casa, es donde nací y donde me van a enterrar. Pocos chinos verás enterrados aquí... Y muchos españoles me preguntan por qué no hay ningún chino en el cementerio...

Hay muchos mitos sobre eso...
— Sí... Pero lo que ocurre es que no importa que seas pobre o rico, en nuestra cultura siempre se repatría a los difuntos.

¿Cómo están las cosas política y socialmente por su país?
— Si no estoy equivocado, estamos entre los primeros en economía y en importación-exportación. Pero la industrialización sí que está haciendo daño, como comentábamos antes. No se puede tener todo: o industria y economía, o tierra bonita y pobreza.

Y el tema de libertades...
— Quieras o no estamos hablando de comunismo, aunque el régimen se está abriendo, pero aún cuesta. Fíjate que somos millones, y si abrimos de golpe y porrazo...

¿Por qué decidió su familia abandonar el país?
— Era una familia pobre y campesina, y como salió la oportunidad la aprovecharon. No tenían nada, así que no había nada que perder.

¿Sus padres siguen viviendo aquí?
— Suelen venir en temporada para abrir el restaurante; ahora están en Shangay.

Me viene a la memoria una persona a la que entrevisté para la sección «Menorquins al Món» y que ahora vive en China; me comentó que conoció el país porque fue de vacaciones con un amigo cuya familia tenía un restaurante asiático en Cala en Blanes...
— Sí, Juan José... Está casado con una china. Leí la entrevista. Algunas veces nos vemos en verano. No solo a él, he llevado a unos cuantos amigos a China, y a todos les gustó.

Y de las fiestas de Sant Joan, qué me dice.....
— Me gustan mucho. Pero yo no voy detrás de los caballos, yo voy detrás de los bares (risas). Los caballos son impredecibles. Me gusta la alegría que dan al pueblo, sin duda son una de las mejores fiestas de Baleares, y yo conozco unas cuantas.