Familia. El jurista menorquín Diego García Pons, con sus dos hijos, Ana y Diego | D.G.P.

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Cuando le preguntan a Diego García Pons qué es lo que más le apetece en este momento de su vida responde que detenerse, «mi vida fue una locura», admite este menorquín que ha residido en distintas regiones de España y el mundo, que ha vivido en varios países sudamericanos y que desde 2010 reside en Buenos Aires. Sobre Argentina confiesa este mahonés viajero que «o la odias o te enamoras, no tengo una explicación clara de por qué me quedé aquí, pero este país me gustó desde el primer momento que lo pisé, me atrapó».

Para situarnos, usted ha tenido una vida muy nómada, ¿en qué países ha estado?
— Podría vivir en cualquier país de Sudamérica que conozco, Colombia o Brasil. Cuando estaba en Europa viví en Francia y Alemania, con mi base en Lanzarote, Canarias, donde está mi familia debido al traslado de mis padres desde Menorca. También viví en Oriente Próximo. La verdad, te cansas. Hubo un día que en el hall de un hotel, durante 30 o 40 segundos no sabía bien dónde estaba; sí, es un momento corto pero fue uno de los peores de mi vida, se hacen largos ¿eh? Ahora quiero estabilizarme y parar.

¿Por qué viajaba tanto?
— Por motivos profesionales y también laborales. Me divorcié hace trece años y no me he vuelto a asentar en un sitio hasta ahora. He trabajado para el Gobierno y con empresa propia, viajé a sitios peligrosos, supongo que era como una especie de huida hacia delante. A veces llegaba un domingo a casa a Lanzarote y el martes me estaba yendo otra vez. Por mi trabajo por ejemplo aprendí mucho en Israel, son los mejores en seguridad.

Ahora mismo eso quedó atrás. ¿A qué se dedica en Buenos Aires?
— Aquí hemos puesto en marcha una consultora que se dedica al asesoramiento en materia de seguridad, sobre todo en el campo de la prevención y el entrenamiento, porque la inseguridad es uno de los problemas que hay aquí, tanto en Argentina como en Sudamérica en general. Nuestra empresa es Segurhotel, ya existe en Brasil y Argentina y estudiamos montarla en España.

¿Qué tipo de trabajos realizan?
— Analizamos todos los puntos débiles de un hotel, de un centro comercial o un complejo residencial -aquí hay muchos así, con vallado de seguridad e incluso algunos electrificados-, y grabamos accesos, vemos si se puede robar, por ejemplo, un coche del garaje, o si es posible acceder a las habitaciones de un hotel, elaboramos un informe sobre todas las deficiencias y también entrenamos al personal de cara a mejorar la seguridad, para que todos los departamentos de esa empresa se implique en la seguridad. Y funciona, los robos disminuyen de inicio hasta en un 70 por ciento.

Veo que la inseguridad ciudadana es un serio problema.
— Sí lo es. Aquí la gente que vive fuera de la ciudad lo hace generalmente en countries, como se llama a los barrios privados, cerrados, porque se siente más segura. Hay 200 o 300 casas, esto es muy grande, y es como un club, con todo delimitado, vigilancia en la entrada, te revisan el coche, hay cámaras. Como algunos barrios residenciales en Madrid o Marbella. Yo vivo en la ciudad, en Recoleta, una zona buena de Buenos Aires, y estoy en un loft de planta baja más piso, pero tengo un muro de 8 metros que lo protege y un portero las 24 horas del día.
Algo que en España casi ha desaparecido, la figura del portero, aquí es necesaria. El tema de la seguridad está mejorando pero en el gran Buenos Aires todavía es algo delicado.

¿Cuál es la situación económica del país ahora, ha mejorado?
— No, la inflación es increíble, mira (muestra un paquete de tabaco durante la videoconferencia) esto costaba hace dos días 26 pesos, hoy cuesta 50. Alquilar una plaza de garaje me está costando 200 euros al mes. Los precios están mal. Los sindicatos están negociando ahora los convenios colectivos, y se cierran acuerdos de subida de salarios de un 38 por ciento, que se revisará en septiembre, porque posiblemente la inflación del año sea superior.

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¿Qué análisis personal hace, cómo se ha llegado hasta aquí?
— Yo creo que esto viene de un modelo populista y subsidiado, que arranca del peronismo, el Estado está quebrado, así lo dejó Cristina Kirchner. Ahora llega un gobierno liberal (en Argentina gobierna la coalición Cambiemos, que agrupa a socialdemócratas, liberales y progresistas moderados), quiere poner orden y actualizar tarifas, y el agua ha subido un 400 por ciento, la luz un 500 por cien, y el coste del transporte se ha duplicado. El Estado gastó tanto subvencionándolo todo que no le ha quedado para invertir y renovar, y no quiero politizar, solo digo las cosas como son, porque lo que más me duele es que este es un país rico.

¿Cómo se organiza la vida el ciudadano medio para consumir?
— La clase media aquí está viendo mermar sus ingresos un 40 por ciento por año, imagínese. La mayoría de la gente compra todo en cuotas (a plazos), se ha impuesto la cultura de comprar en cuotas, los billetes de avión, la ropa, incluso la comida. Yo antes no lo entendía, pero ahora sí, y lo hago así también, porque es tanta la inflación que las últimas cuotas ya ni las notas, no te duelen. La clase media aquí está esperanzada con el cambio, con que las cosas vayan mejor, y este presidente tiene el apoyo de un 65 por ciento de la población, pero está siendo muy costoso. Y todo esto está generando mucha convulsión social, las clases medias y los desfavorecidos lo sufren mucho, pero la esperanza de cambio se mantiene.

Aún así, y habiendo recorrido el mundo, Argentina es su lugar.
— Me encanta vivir aquí, frente a todo. Hay buenas personas, este es un país muy abierto y generoso, aquí conviven más de cien nacionalidades, a nadie se le rechaza. Si te portas bien, te van a tratar bien, si te portas mal, te tratarán mal, como en todos sitios, pero le digo una cosa, somos más racistas en España. Aquí te abren más las puertas. Este país se hizo con inmigrantes, la mayoría españoles e italianos, pero hay de todas partes. Yo tengo grandes amigos argentinos. Creo que si no me quedo para siempre aquí, lo que intentaré será residir un tiempo en Buenos Aires y otro en España, eso es algo que están haciendo muchos extranjeros. Nunca dejas de echar de menos España, es algo que no se puede remediar, y el sentimiento del menorquín no se olvida nunca; la infancia te marca.

Por eso se encuentra a gusto en la Casa Balear y la defiende.
— ¿Usted sabe la publicidad que esos viejitos hacen de Balears? Y desde el año 2009 no reciben ningún tipo de ayuda del Govern balear. La mayoría de los socios son gente mayor, con pensiones y, no hace falta que lo diga pero son muy bajas. Y allí te sientes como en casa, desde el escudo del Sporting Mahonés a imágenes de las Islas, sobrasada, coques, sopes mallorquines, cursos de catalán... que lo oyes hablar desde que entras. Hacen una paella y te cobran 200 pesos, la cuota de socio son 400 pesos ¡al año! Y sacan algo de dinero alquilando algún salón para ceremonias. Es una casa fundada en 1905 y tiene unos mil metros cuadrados.

Ahora tienen que cambiar una tubería de gas y les hacen falta 15.000 euros, eso es mucho dinero aquí al cambio. Si no la cambian y hay riesgo, porque a veces hay olor a gas, pueden denunciarles y ser clausurada la Casa Balear en Buenos Aires, que tiene mucha historia. Todo esto se lo expuesto ya a la directora general de Relaciones Institucionales el Govern, Margalida Font.

¿La Administración argentina les apoya de algún modo?
— No, pero como cualquier asociación, están exentos de pagar impuestos municipales, ese es el único favor que reciben. Y el aumento del gas este mes será del 300 por ciento y del agua el 500 por ciento. El coste hasta que cambie la coyuntura económica es de unos 1.500 euros mensuales, y se ha comunicado al Govern en abril de 2016, pero no les han respondido.

¿Cuántos socios son?
— Cerca de mil, y si uno de los más jóvenes soy yo, imagínese, muchos son mayores pensionistas. El presidente es Miquel Vanrell.

Usted reivindica que les ayuden.
— Sí, porque ellos realizan una gran labor promocionando su tierra sin costarle un euro al Govern. Muchos argentinos de clase media conocen Balears por ellos, porque van a comer a la Casa, y luego viajan a las Islas. Además, la mayoría de estas personas mayores emigraron por el franquismo, eran exiliados republicanos, y también vinieron por el hambre, porque lo que España no les podía ofrecer, se lo ofreció Argentina. Se desarraigan y es para ellos una gran tristeza, no haber podido volver a España. Son otro tipo de emigrantes, lo mío es cómodo, pude elegir, ellos salieron huyendo y en la Casa Balear encontraron un lugar donde volver a empezar.