En casa. Con el paso del tiempo, su domicilio se ha convertido en una especie de museo. Un lugar muy colorido | Gemma Andreu

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Corría el año 1980, durante las vacaciones de Semana Santa, cuando Anne visitó por primera vez Menorca con su familia. Eligieron la Isla después de ver en el catálogo de una agencia de viajes una imagen de Cala Galdana. La fotografía hizo justicia a la realidad, y a la postre el lugar se convirtió en una ubicación clave para el futuro de su vida.

¿Cómo fue la experiencia de conocer Menorca por primera vez?

— Pues tuve esa sensación de estar delante de algo muy nuevo para mí, diferente. Hay que tener en cuenta que, por aquel entonces, la gente no viajaba tanto como ahora. Cuando vi Cala Galdana me pareció un paraíso. Eran otros tiempos, no había mucha gente y estaba fantástica.

Un lugar que le impactó.

— Sí, desde entonces volvimos regularmente de vacaciones. Mi marido era profesor como yo y teníamos bastantes vacaciones. Eso nos permitía viajar mucho, y por eso siempre veníamos una vez al año a Menorca. Se convirtió en mi sitio preferido, me sentía muy bien aquí.

Tan bien se sentía que acabó instalándose aquí, en Ferreries, donde ahora cumple 20 años viviendo.

— Sí, hace 26 años mi marido falleció. Me quedé sola con mis hijos, que todavía estaban realizando sus estudios, y tuve que seguir con mi trabajo allí para que ellos continuarán con su formación. Ahora tienen 42 y 43 años. Cuando al final acabaron sus carreras, yo estaba cansada emocionalmente y quemada. Por eso decidí que iba a cambiar totalmente mi vida. Era el mes de noviembre de 1996, y estaba aquí, en las rocas de Cala Galdana, sola, una mañana fantástica; me puse de pie y dije en voz alta «voy a venir a vivir aquí». No sabía cómo lo iba a hacer, pero en ese momento lo decidí. «Me encuentro bien aquí, este es mi sitio», pensé.

Pero no es lo mismo venir de vacaciones que vivir día a día.

— Sí, es diferente. No conocía a la gente. Me costó mucho el primer año, el segundo un poco menos. La ventaja es que soy una persona muy abierta, y enseguida hablo con la gente. Aunque claro, sabía algo de castellano, pero nada de menorquín. Llegué el 4 de julio de 1997, en pleno verano, y con el castellano y el inglés me iba arreglando. Pero llegó el invierno y me encontré con que todo el mundo hablaba en menorquín y yo no entendía nada. Entonces me llegué a plantear qué hacía aquí; pero soy una persona que he estudiado diferentes idiomas, y sé que con ganas se aprende. Así que decidí apuntarme al centro de auto aprendizaje de Ciutadella.

El suyo es un ejemplo perfecto de una buena integración.

— Cuando llegué a la Isla Ferreries no estaba tan abierto al mundo como ahora, yo era como la nota diferente. Al principio era la extranjera, luego la inglesa, después la profesora de inglés, también sa rotja y, después de 20 años, soy na Anne de Ferreries. Estoy muy orgullosa de ello, me siento muy integrada.

¿Y cómo se las arregló en el plano laboral?

— Pues como era profesora en Inglaterra me dedique a dar clases particulares de inglés. He colaborado también con algunas escuelas, y además también me centré en el arte, en la pintura y la cerámica. En alguna ocasión he trabajado como traductora para la publicación de libros.

Fue un cambio radical en su vida.

— En todo, sí. Tenía 47 años y lo dejé todo en Inglaterra. Yo no venía aquí a jubilarme ni nada parecido. Dejé un buen trabajo, amigos, familia. Lo que tenía allí no era suficiente. Y fue aquí donde pude afrontar la pérdida de mi marido. Porque los seis años anteriores no hacía más que trabajar y trabajar. Luego, me encontré aquí sola, donde no conocía a nadie. El primer invierno fue de mucha tranquilidad, lo dediqué a pensar. Y eso hice durante un año, llegar a Menorca fue de alguna forma como un proceso sanador. Ahora estoy perfecta (risas).

¿Qué es lo que más le gusta del estilo de vida menorquín?

— Cómo explicarlo… Va más despacio, es cómodo; es una Isla pequeña y Ferreries un pueblo pequeño. Vivo en el centro y todo está a mano. Luego, también me gusta mucho todo el resto de la Isla, su paisaje, su naturaleza.

¿Tiene un lugar favorito?

— Sí, Mitjaneta. Aunque en realidad son varios: Binigaus, Macarelleta, pero Cala Galdana es mi primer amor, mucho más en invierno.

Tiene actualmente en marcha una exposición, «Sa meva Menorca. 20 anys aquí», en la que muestra su vertiente más artística.

—Cuando vine aquí encontré el tiempo y la tranquilidad para trabajar más el arte. En esta exposición muestro cuadros y cerámicas de mi experiencia aquí, incluye también el primer cuadro que vendí en Menorca. Yo utilizo el arte para expresar lo que llevo dentro, plasmar las cosas que siento. No hago cuadros del paisaje menorquín, trabajo con los símbolos de lo que pienso de Menorca, de la naturaleza, de la belleza, de la libertad, del amor, hablo mucho del amor.

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Al visitar su casa, a la vista está que las flores son una parte muy importante de su vida.

— Muy importante. Las flores para mí son belleza, y me gusta compartirla con la gente. Por eso en mi casa hay flores por todas parte. Pero volviendo a la exposición, tengo una obra que se llama «Cel i mar» que para mí expresa lo que es Menorca perfectamente. Por otra parte, desde hace un tiempo también trabajo con la cerámica.

Al llegar me he encontrado con turistas haciendo fotos de la fachada.

— Siempre, tengo que ir con cuidado (risas). Mi casa es famosa. Yo siempre participo en Ferreries Floreix.

Además de flores y pinturas también hay mensajes escritos.

— Sí, para la exposición también escribo versos. Siempre me sale en castellano, plasmo mis ideas y sentimientos. Los utilizo para acompañar los cuadros.

¿También piensa en castellano?

— Sí, pero también xerro menorquí. Aquí me siento muy ferrerienca.

¿Qué supone Ferreries en su vida?

— Es es poble meu. Un lugar en el que he visto muchos cambios en los años que llevo viviendo.

Como por ejemplo.

— Hay un cosa que no ha cambiado para bien, y es que las tiendas más pequeñas y los negocios se han trasladado al polígono industrial. Por ejemplo, antes, en la calle Fred había de todo, había más vida comercial en el centro. Aunque todavía queda mucho espíritu de pueblo aquí.

Hablando de espíritu de pueblo, ¿Cómo vive las fiestas de Sant Bartomeu?

— Me gustan mucho. Un año incluso diseñé el cartel.

Sus hijos viven fuera, pero ¿qué supone Menorca para ellos?

— También es muy importante. Desde que eran bien pequeños han venido de vacaciones. Mi hija, que desde hace diez años vive en Nueva Zelanda, se casó aquí, en el Ayuntamiento de Ferreries.

Imagino que sus planes de futuro siguen pasando por Menorca.

— Sí. Tengo nacionalidad británica y permiso de residencia de por vida en España. Pero ahora, con el Brexit no sé qué va a pasar. De todas formas, cumplo los requisitos para pedir la nacionalidad española. Por el momento, el Brexit solo me afecta económicamente, al convertir las libras de mi pensión de profesora en euros. La verdad es que, en general, sigo poco la actualidad de Inglaterra. No tengo nada allí; yo soy muy caparruda, y cuando decidí venir, lo dejé todo, no soy de esos que vienen aquí comprando una segunda residencia. Me arriesgué, y si no hubiera funcionado aquí me hubiera ido a otro sitio. El caso es no volver atrás y mirar el futuro. Todos los recuerdos que tengo de Menorca son buenos.

¿Qué proyectos tiene en mente?

— Mi sitio preferido del mundo, aparte de Menorca, es Venecia. El próximo febrero me iré tres semanas a esa ciudad para practicar mi italiano. Tenemos que estar evolucionando todo el tiempo, sin estancarnos.

En resumen, ¿qué han supuesto sus dos décadas de vida menorquina?

—He aprendido mucho aquí, por ejemplo a cómo ser humilde y he adquirido diferentes valores a los que tenía en Inglaterra. Tengo una paz interior aquí que antes me faltaba. Tengo muchas amistades. Me encanta Menorca. Es mi Isla.