El flautista, músico de la Banda de Ciutadella, posa en el balcón de la Escola de Música | Josep Bagur Gomila

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Reconoce que nunca pensó que acabaría viviendo en un lugar como Menorca. Pero un viaje para visitar a sus tíos, músicos profesionales instalados en la Isla desde hacía tiempo, y participar en una gira de conciertos para Joventuts Musicals a principios de la década pasada lo cambió todo. Una vez acabados en Ucrania sus estudios en el conservatorio superior, regresó para quedarse.

¿Qué fue lo que le llevó a tomar la decisión de mudarse de forma definitiva?

—Bueno, no fue del todo una decisión propia, porque entonces era muy joven, aunque claro, mi opinión también fue importante. La familia tuvo mucho que ver en ello, ya que ellos veían aquí más salidas para mí. Aunque hay que decir que en Ucrania tenía un trabajo bueno, formaba parte de la orquesta sinfónica, en el Teatro del Ópera, y en la misma escuela en que me formé también comencé a dar algunas clases. Pero en aquella época en Ucrania era un poco complicado, y el problema más que el trabajo era el sueldo, algo que todavía pasa hoy día.

¿Había estabilidad en el país?

—Sí que había estabilidad, aunque estamos hablando de un concepto muy abstracto. La había porque la gente trabajaba mucho, pero en cambio ganaba poco. Por ejemplo, mi suegro entonces, que trabajábamos en la misma orquesta, tenía un sueldo de unos cien euros al mes. Sin embargo, en el plano profesional sí que había posibilidades de participar en formaciones muy buenas. También pensamos que en Europa profesionalmente se me podía abrir más el mundo.

¿Cómo recuerda su primera etapa en Menorca?

—El primer recuerdo que tengo de la Isla es el cielo azul y las casas blancas. Eso me impresionó, se me ha quedado grabado para toda la vida. Luego, poco a poco te vas acostumbrando a las cosas. Tras vivir unos años con mis tíos, cuando mi mujer, Ulyana Popovych, acabó sus estudios reagrupamos la familia, ya que nos habíamos casado antes en Ucrania. Fue un proceso largo y de mucho papeleo, pero al final se consiguió.

¿Fue fácil el proceso de adaptación?

—Sí, siempre te adaptas bien a un lugar en el que la calidad de vida es mejor. Cuando Ulyana llegó, todo fue mejor. A ella también le gustó mucho Menorca, estamos encantados los dos de vivir aquí.

De hecho, la familia acaba de crecer con el nacimiento de un nuevo miembro.

—Sí, acabamos de ser hace un mes padres por segunda vez. En 2012 nació nuestra hija Dominica y este año ha llegado un hijo, Arsén. La experiencia familiar va muy bien.

¿Tener hijos nacidos aquí os hace a vosotros un poco menorquines?

—Nuestros hijos son menorquines, pero para nosotros es un poco más complicado. Yo creo que uno es de donde pasa su infancia, esa es mi opinión, porque es cuando recibes las impresiones más fuertes de la vida. Yo no puedo decir que me sienta menorquín, pero sí que respetamos al máximo la lengua, la cultura y las tradiciones menorquinas. Pero pasar la infancia con mis hijos sí que me hace un poco más menorquín. A través de mis hijos me siento más de aquí.

¿Es fácil ganarse la vida como músico en Menorca?

—Si no eres famoso, nunca se gana mucho si se compara con otras profesiones. Lo bueno que tenemos a mi juicio es una ventaja, y es que la música no es un trabajo muy físico; lo nuestro es más mental. A mí mi profesión no me cansa a nivel físico, y eso considero que es una ventaja.

¿Cuántas horas dedica al día a la música?

—Todo mi tiempo libre, pero ahora tengo mucho menos. Cuando tienes hijos la concepción del tiempo libre cambia. La música primero es nuestro pan y en segundo lugar nos gusta, y hablo por mi mujer y por mí, que hacemos lo mismo. Nuestro trabajo nos llena de satisfacción. Casi todo mi tiempo libre lo dedico a preparar partituras y aprender. Ser músico no es solo tocar un instrumento.

Viene de una familia de gran tradición musical.

—Mi madre es pianista y mi padre tocaba el violín, y estudiaron en la misma escuela en que me formé yo; mi hermana es pianista también. Hay mucha tradición en la familia, ya que los padres de mi mujer también son los dos músicos y mi cuñado es trompetista.

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¿Le gustaría que sus hijos siguieran ese camino?

—Me gustaría, pero está claro que no se les puede obligar. Lo que sí haré es todo lo posible por interesarles con mi ejemplo y el de mi mujer. Pero sí que me haría ilusión que continuase la tradición. Johann Sebastian Bach, que era un genio, forma parte de la novena generación de músicos de su familia; yo no digo llegar a tanto, pero es un ejemplo. Desde mi punto de vista tener una tradición en la familia está bien.

¿Cómo apunta su hija pequeña, Dominica?

—Tiene cinco años y medio y sabe tocar un poco el piano; está aprendiendo las notas, pero desde muy pequeña está metida en el mundo de la música. Ella es consciente de a lo que se dedican sus padres y sabe lo que es un escenario. También está empezando a tocar la flauta. Lo que tiene que entender es que si quiere conseguir algo hay que trabajarlo cada día, aunque sean cinco minutos. La paciencia hay que educarla.

Además de un modo de vida, ¿qué representa la música para usted?

—Siempre digo que la música es una de las materias más antiguas; en el universo hay sonidos, y la música es una sustancia que influye mucho a cualquier persona. Aprendes cada día con ella. Siempre llevo un mp3 encima. Mi mujer me pregunta por qué siempre estoy cantando en casa y mi respuesta es preguntarle por qué ella no canta; Ulyana dice que en su caso canta por dentro. La música es mi vida. No sé que haría en una vida sin música.

También participa en la Banda de Música de Ciutadella y tengo entendido que es el único extranjero de la formación.

—Sí. Intento participar siempre que puedo, pero cada vez es más complicado seguir por la falta de tiempo libre. Desde que llegué a la Isla siempre he estado ligado a la banda. Yo soy flautista, pero en los últimos años también toco la tuba y quiero seguir con la trompeta. Estoy abierto a aprender otros instrumentos.

Forma parte de la Orquestra de Cambra Illa de Menorca (OCIM). ¿Qué le parece la nueva etapa que ha comenzado?

—Para mí es el único sitio donde yo puedo tocar con todo poder, quiero decir, que estoy a tope de mis posibilidades porque es una orquesta profesional, es diferente a las bandas, que son de corte más amateur, es otro tipo de trabajo. Para mí es un honor participar en la OCIM y estoy muy contento. Intento sacar lo máximo de mí y disfruto mucho. En cuanto a la nueva etapa, no sé a dónde nos llevará, pero está bien que sean los músicos los que hayan tomado las riendas. Creo que ahora todo funciona mejor.

Otro de sus trabajos es el director de la Banda de Alaior, formación que ayudó a fundar.

—Estoy muy satisfecho con el trabajo que se está haciendo. Ahora tenemos una junta directiva y contamos con el apoyo del ayuntamiento, participamos en las fiestas, ofrecemos conciertos y tenemos un convenio. Creo que vamos por el buen camino, aunque siempre hay algún problema. Para tener una buena banda has de tener una escuela detrás, y el problema en Alaior es que falta gente. Lo bueno ahora es que también tenemos una banda joven.

Volvamos a su país de origen. ¿Regresa a menudo?

—Gracias a la época digital estamos en contacto con la familia cada día. Antes todo era mucho más complicado. Me acuerdo que cuando llegué a Menorca mandaba a mi mujer cartas escritas a mano que tardaban dos semanas. Yo llevo ya varios años sin ir a Ucrania; antes viajábamos siempre en verano, pero ahora es más complicado por cuestiones de trabajo. Mi mujer sí que va con más frecuencia. Antes, cuando existía la Unión Soviética, la gente que salía casi nunca podía volver a su país, y eso es algo que ha cambiado. La sensación de poder regresar cuando quieras te da mucha tranquilidad. Lo más importante es que estamos en contacto.

¿Cuál es su lugar favorito en la Isla?

—Es tan difícil como responder a cuál es mi obra de música favorita (risas). Es complicado, cada sitio de Menorca tiene su encanto. Me gusta mucho la zona de las playas de Cala en Bosch, aunque hay mucha gente el agua siempre está perfecta. Los caminos de La Vall también me gustan mucho. En Menorca siempre hay sitios por descubrir y cualquiera de ellos es una maravilla.

¿Qué es lo más te gusta de vivir aquí?

—Sobre todo, la calidad de vida. Nosotros somos de una ciudad muy bonita y grande, pero de casi un millón de habitantes. Pero aquí hay una gran tranquilidad, yo siempre estoy esperando que llegue el invierno, a que la gente se vaya; a veces en verano hasta es complicado pasar por el centro. Para mí el sitio más adecuado es donde está mi familia.

¿Qué planes de futuro tiene?

—Antes decía que ni se me pasaba por la cabeza que podría acabar viviendo aquí, así que no sé. De momento nos gusta la vida aquí, y nos gustaría pasar más años y ver cómo crecen nuestros niños, para ellos este lugar es una maravilla. La gente paga mucho dinero para venir una vez al año a un sitio como éste, y nosotros vivimos aquí todo el año.