En 2018 cumplirá diez años viviendo en Menorca. Tras abandonar su Alemania natal, probó el estilo de vida de Barcelona, pero al final se acabó decantando por la Isla, un lugar que considera perfecto para un jubilado como él. | Javier Coll

TW
3

La ficha

Originario de Hannover, Alemania

Idioma — Alemán.

Población — 532.000 habitantes.

Distancia — A 1.450 kilómetros de Menorca.

Actualmente vive en Es Castell.

Llegó a Menorca en 2001 y se instaló en 2008.

Profesión: doctor en Química, trabajó para unos laboratorios de cosmética.

Familia. Casado con una catalana residente durante muchos años en Menorca.

Su lugar favorito de la Isla es: «Escoger uno es complicado», reconoce, pero en general se decanta por Ciutadella y las playas del litoral sur.

Poco tienen que ver el carácter germánico y el mediterráneo, pero como dice Werner Schneider (Hannover, 1937), en el fondo la diferencia no es tan grande, «todos somos europeos». Acostumbrado a vivir en ciudades grandes, recalar en Menorca no fue del todo sencillo, pero lo que en principio parecía un lugar demasiado pequeño, al final resultó casi perfecto.

¿Cómo fue su primer contacto con Menorca?

—Recuerdo que vivía en Düsseldorf. Y fue a través de internet como conocí a la que ahora es mi esposa, Maria Grumé, que es catalana pero trabajaba como profesora en Ferreries, donde era más conocida como sa mestra catalana y ejerció durante más de 20 años

La red de redes marcó de alguna forma su destino.

—Sí, efectivamente. Después de estar durante un tiempo en contacto, viajé para que nos conociéramos en persona. Y esa es básicamente la razón por la que he acabado instalado en esta Isla, en la que residimos de forma permanente desde hace una década. Durante los diez primeros años probamos en Barcelona, cuando decidimos dar el paso de irnos a vivir juntos.

¿La vida en Barcelona no le convenció del todo?

—Yo ya conocía España porque era un país por el que había viajado como turista. Probamos en Barcelona porque yo estaba acostumbrado a vivir en una ciudad más grande, y al principio Menorca me agobiaba porque me parecía demasiado pequeño y yo soy una persona muy activa. En Barcelona, en cambio, tenía muchas más oportunidades de hacer cosas. Aquí me encontraba un poco limitado, porque al estar jubilado tengo mucho tiempo libre, pero al final nos acabamos decantando por Menorca.

¿Qué fue lo que le hizo cambiar de opinión?

—Pues al ir regresando cada verano de vacaciones me fui haciendo a la idea, y en un momento dado pensamos que ya éramos más mayores y podíamos disfrutar de una vida más calmada. Me gustó mucho la idea de venir a vivir al lugar donde primero sale el sol en España, en la zona de Sol del Este. Es Castell es un sitio muy tranquilo.

¿Se puede decir que ha encontrado un lugar perfecto para el retiro?

—Sí, porque ahora gracias a la tecnología todo está más cerca.

Al final encontró su lugar, pero ¿cómo fue el proceso de adaptación de vivir durante tiempo en una ciudad tan grande como Düsseldorf a una comunidad tan pequeña como ésta?

—Ha sido un proceso que he realizado poco a poco. Siempre he vivido en ciudades grandes, pero he de decir que Menorca es algo pequeño y grande a la vez. Vivir aquí es un placer, lo adoro. Y no solo por el sol, sino porque no hay el estrés con el que se vive en Alemania. Cuando estás jubilado no necesitas estrés.

¿Qué cosas disfruta del día a día en la vida menorquina?

—Me gusta mucho ir al mercado, hacer la compra de proximidad. Es algo que valoro mucho de la vida aquí. También me gusta mucho la cocina. El día de un jubilado siempre parece más largo, pero no lo es, solo es una impresión. Y yo ya me retiré hace 20 años.

¿A qué se dedicaba?

—Soy doctor en química y trabajé durante muchos años en una empresa grande en Alemania que se dedicaba a fabricar cosméticos. Era una buena feina. Yo utilizo ahora cosméticos, pero ya no los desarrollo (risas). Fue una profesión muy interesante.

Supongo que por aquel entonces jamás se imaginó que acabaría viviendo en lugar como éste, en medio del Mediterráneo...

—No, la verdad que es que nunca estuvo entre mis planes. Aunque sí que había viajado y me gustaban mucho lugares como Francia o España. La jubilación me dio la libertad para cambiar de vida, pero antes de conocer a Maria la verdad es que nunca me había planteado la posibilidad de vivir fuera de Alemania.

Habla castellano y también le escucho decir alguna palabra en menorquín, ¿cómo se las arregló en los comienzos con el idioma?

—Comenzamos a comunicarnos en inglés, y ella también habla alemán. De igual forma nos entendemos en castellano y catalán. Tenemos una gran mezclas de idiomas. Actualmente yo estoy estudiando castellano en la escuela de adultos, aprovecho para practicar todo lo que puedo, pero claro, podría hablar con un mejor nivel el español después de tantos años.

¿Cómo ha sido la adaptación a la vida social menorquina?

—Me siento integrado aquí. Es verdad que la gente es diferente aquí de donde yo vengo, eso está claro. Pero lo que me gusta de este estilo de vida es poder disfrutar del tiempo, aunque a veces soy un poco impaciente para esperar algunas cosas.

¿Un ritmo demasiado lento para usted?

Noticias relacionadas

—Que va, en el fondo es algo que me gusta.

Es una persona también muy activa dentro del Foro Alemán de Maó, ¿cierto?

—Sí, participo en un foro de cultura alemán-español en el que nos juntamos personas de las dos nacionalidades, y un poco lo que hacemos es ayudarnos con la práctica de los idiomas. Sé que hay bastantes alemanes en la Isla, pero no me relaciono con ella de una forma directa. La comunidad germana no hacemos tanta colonia como los ingleses.

Tuvo sus dudas al principio para instalarse aquí, pero después de casi una década, ¿son sus planes quedarse en Menorca de forma definitiva? ¿Se plantea algún cambio?

—Creo que ya no volveré a Alemania, ese es un capítulo terminado en mi vida.

Así todo, ¿regresa con frecuencia a su país?

—A veces, pero ya como turista. Una vez al año, en ocasiones dos. Siempre aprovecho para comprar algunos productos que no encuentro aquí.

¿Hay muchas cosas que no encuentra aquí?

—Prácticamente puedes encontrar de todo en algunos supermercados concretos, pero sí que hay cosas que me gusta comprar en Alemania.

Como por ejemplo.

—Algunas verduras (risas). Y por ejemplo para la fiesta de Saint Martin, que se celebró el pasado 6 de diciembre, tampoco pude encontrar oca, que es un producto muy típico para esa fecha.

Me comentan que es suscriptor de «Es Diari», ¿qué sección es la que más le interesa?

—Me gusta mucho la sección de deportes y las páginas del principio y el final con fotografías comentadas. También presto bastante atención a los temas de la política local.

¿Qué le parece el panorama político en la Isla?

—A veces me resulta un poco complicado entenderlo. Una de las cosas que más se sorprende es que para una población como la de Menorca tenga que haber ocho ayuntamientos y un Consell insular; en Alemania con tan solo dos consistorios creo que resultaría suficiente. Es una cosa que me llamó mucho la atención nada más llegar a la Isla.

Cambiando de tema, ¿cuáles son sus principales aficiones?

—La fotografía y trabajar con el ordenador. Y hasta que llegué aquí siempre había jugado bastante al tenis.

¿Por qué lo dejo?

—Hace demasiado viento aquí (risas). Pero volviendo a las aficiones, creo que me quedo con la fotografía, me gusta retratar la naturaleza, diferentes estructuras; también mucho la fotografía de detalle, centrarme en motivos específicos de un paisaje, las pequeñas cosas de la naturaleza.

Hay muchas cosas de la Isla que le gusta, pero alguna habrá que no le agrade tanto.

—Como toma la gente las rotondas (risas), que no pongan el intermitente. La verdad es que no hay muchas cosas que no me gusten de la vida aquí.

El carácter germánico y el mediterráneo tienen poco que ver, ¿es muy grande el contraste para usted?

—No es un problema para mí acostumbrarme a una mentalidad diferente en la vida del día a día.

Resuma su experiencia menorquina.

—Menorca es una muy buena etapa en mi vida. La Isla es un buen lugar para retirarse. Déjeme que le cuente una anécdota, desde que acabamos el Bachillerato los compañeros de colegio acostumbramos a reunirnos cada cierto tiempo para recordar los viejos tiempos. Los encuentros siempre se celebraban en Alemania, pero uno de los últimos tuvo lugar aquí, en Menorca. Todos los compañeros nos reunimos en Cala Galdana; esas citas suelen durar tres días, pero en aquella ocasión la alargamos durante una semana. Salimos hasta en «Es Diari» y fue una experiencia estupenda, mis amigos quedaron fascinados con la Isla.