Anna Serdyukova | Javier Coll

TW
4

La ficha

Año de nacimiento: 1987

Actualmente vive en: Maó.

Llegó a Menorca el 12 de febrero de 2014.

Ocupación actual: Hostelería.

Profesión: licenciada en Gestión de Empresas.

Familia: prometida con un menorquín.

Su lugar favorito de la Isla es Cala Mitjana.

Anna disfrutaba de una buena posición en su país. Trabajaba en Moscú gestionando proyectos de estaciones eléctricas para el gobierno ruso, pero unas vacaciones en Europa lo cambiaron todo. Desde hace cuatro años vive en Menorca, en una cultura muy diferente a la suya, pero a la que se ha adaptado a la perfección y de la que confiesa estar disfrutando mucho.

Todo el mundo tiene una historia detrás en su camino hacia Menorca. ¿Cuál es la suya?

—Aunque suene un poco a película, llegué aquí por amor.

No es el primer caso, ni mucho menos, entre los entrevistados en la sección.

—Primero estuve viviendo en Barcelona, porque mi pareja, que es de Menorca, residía allí, durante un año. Yo fui de vacaciones a esa ciudad y nos conocimos a través de una amiga en común que teníamos. Estuvimos un tiempo juntos desde la distancia, ya que regresé a Moscú, pero un día decidí cambiar mi vida y viajé hasta aquí.

¿Cómo fue su adaptación a vivir en un país diferente?

—No sabía casi nada de castellano, apenas tres palabras. Así que hice un curso intensivo durante medio año. Fue todo muy bien, porque Barcelona es una ciudad muy grande y bonita, y para mucha gente es un sueño vivir en una lugar como ese. Pero bueno, también esta esa etapa en la que tienes que acostumbrarte a otra gente y a otra tipo de vida, y claro en esos momentos echas de menos algunas cosas, como por ejemplo la familia. Pero en aquel momento yo valoré lo que era más importante para mí en esa época de mi vida, y por eso estoy donde estoy ahora.

¿Cómo se las arregló en el tema laboral?

—Al principio solo me dediqué a estudiar, mientras esperaba mi permiso de residencia, porque sin ellos no podía trabajar, claro. Justo cuando lo conseguí coincidió con el momento en que nos mudamos a vivir a la Isla. Así que mi vida laboral ya comenzó en Menorca.

¿Le resultó complicado el papeleo?

—Sí que lo fue, porque entre Rusia y España no hay ningún acuerdo. Al final lo solucionamos, lo único que pasó fue que tardó mucho más de lo que pensábamos: ocho meses en lugar de tres.

Supongo que antes de mudarse aquí ya había visitado la Isla con anterioridad.

—Sí, antes de mudarme vine de visita dos veces, pero estancias cortas, de tres o cuatro días. En realidad cuando llegué no sabía mucha cosa sobre Menorca. Mi novio tenía aquí un restaurante y comenzamos a gestionarlo y enseguida encontré otro trabajo como guía turística para los rusos que venían a Menorca desde San Petersburgo. Así, mi vida laboral pasó de cero a muy activa, demasiado (risas), pero bien.

¿Le costó adaptarse al ritmo de vida menorquín?

—Desde los diez años vivía en Moscú, una ciudad enorme, con mucha vida y un ritmo totalmente diferente, pero el pueblo donde nací es del estilo de Maó, casi con la misma población, una ciudad turística con más actividad durante la temporada. Costó un poco, pero al final te acostumbras a lo que le pasa a mucha a la gente en la Isla, mucho ajetreo en verano y una vida más tranquila en invierno. Es cuestión de cambiar el ritmo y te acostumbras. Me he sentido muy bien acogida, y en ello tiene que ver la buena relación que tengo con los padres de mi pareja, me llaman hija, y eso supone un gran apoyo, el saber que hay gente que siempre está a tu lado.

¿Había planificado alguna vez vivir lejos de su país?

—No es que lo planificara, pero nunca había cerrado esa puerta. Sabía que un día podía pasar. Pero yo antes de venir aquí tenía mi empleo en Moscú, mi vivienda y una vida bastante solucionada. Fue una decisión muy rápida. Alguna gente me decía que estaba loca, pero otros me apoyaban. Yo tuve muy claro que tenía que dar ese paso en ese momento, estaba muy decidida.

¿Y su familia?

—Pensé que a mis padres les costaría encajar mi decisión, aunque sabía que no se iban a poner en contra. Pero tanto ellos como mi hermana me apoyaron mucho desde el principio. Fue rápido, lo decidí y en tres semanas me fui de Moscú. La verdad es que todo salió muy bien. Ellos vienen a menudo a visitarme y yo también viajo a Moscú, especialmente en invierno. En ese sentido, lo tenemos bastante bien.

Una pena que cancelaran el vuelo con San Petersburgo, supongo. ¿Cómo fue la experiencia de mostrar la Isla a sus compatriotas?

—El mayor problema fue que ellos no sabían exactamente a dónde venían. Menorca no es tan conocida como Mallorca, y la gente esperaba encontrar casi lo mismo. Esperaban centros comerciales grandes, playas turísticas bien equipadas, y claro se encontraron algo muy diferente. Yo intentaba explicarles por qué es diferente la Isla y qué tiene de bueno y mejor que otros lugares. La experiencia fue muy buena y la temporada muy intensa, al combinar el trabajo también con el restaurante. Pero a mí también me sirvió para conocer mejor la Isla. Descubrí la Isla trabajando como guía, con sus rincones tan bonitos.

¿Qué argumentos utilizaba para defender el destino?

—Les decía que era un lugar mucho más tranquilo y seguro que otros, con muchas playas vírgenes. También les hablaba de la riqueza gastronómica, que considero que es una valor muy importante. Es algo que yo valoro cuando voy de vacaciones, quiero probar cosas nuevas y comer bien. En Menorca, me quedo con sus gambas.

¿Y qué paso con el boom del turismo ruso en España?

Noticias relacionadas

—Claro, en Menorca, sin vuelo directo la gente ya no se anima. Pero yo, cuando voy a Moscú intento promocionar la Isla al máximo, todo lo que puedo, me gustaría que la gente la siguiera conociendo. Seguramente las visitas en Barcelona no han bajado tanto, porque cada vez que voy oigo que se habla ruso por todas las calles.

Tiene fama de ser un turista con un nivel adquisitivo alto…

—Sí, aunque bueno, yo diría más bien un nivel medio. En el año del vuelo directo no era muy caro venir a Menorca. Las costumbres turísticas han cambiado en el país, yo creo que ahora la gente no tiene tanto miedo de viajar y los jóvenes hablan inglés, y eso abre muchas puertas. Ahora hay muchísima más información, y eso hace que te sientas más seguro cuando te vas a otro país. Luego, también creo que la relación entre Rusia y España es especial, la gente se siente muy a gusto en Barcelona, y digo Barcelona porque es su principal destino, el primero que nos viene a la cabeza cuando hablas de España. Tiene muchas cosas atractivas, la arquitectura, las playas, las tiendas; hay de todo.

Volvamos a cuestiones de trabajo. Ahora que ya no trabaja como guía, ¿a qué se dedica?

—Tenemos una parada de comida en el Mercat des Peix, en la parte de restauración en la que tenemos conservas y encurtidos.

¿Qué es lo más valora de su vida en la Isla?

—La tranquilidad, el clima, la seguridad, y las playas, claro. Mis amigos me dicen que vivo en un paraíso, pero el problema es con el trabajo en el verano no lo podemos disfrutar tanto como nos gustaría.

Habla del clima, ese si que ha sido un gran cambio en su vida.

—Sí, pero a veces en invierno paso más frío que en Rusia. Allí con tanta calefacción, en ocasiones tenemos que abrir hasta las ventanas en invierno. La gente a veces se burla de mí cuando lo digo, porque no entienden que una rusa pase frío aquí, cosas que pasan (risas).

¿Qué echa de menos de su país?

—A veces el carácter, que es distinto, ni mejor ni peor. Cuando estás con tu gente te sientes diferente, digamos, pero espero que la gente de aquí también se conviertan pronto en mi gente también. También echo de menos la comida, que es algo que te hace sentir como en casa. La vida en Moscú era muy diferente, allí está casi todo abierto 24 horas, no estás tan limitado como aquí.

Hablando de comida, ¿qué opina de la ensaladilla rusa y los filetes rusos, invenciones españolas? ¿Tiene que ver algo con la gastronomía rusa?

—La ensaladilla rusa no es igual, solo en una parte, la diferencia es que no lleva atún, se hace con embutido, con carne cocida; los filetes rusos sí es verdad que existen (risas).

Véndanos la gastronomía rusa.

—Yo creo que es bastante especial, pero creo que a la gente de aquí le gustaría si los probaran. Aunque cuando explicas que ingredientes tienen los platos pueden pensar que es una cosa rara.

Ingredientes como cuales.

—Por ejemplo, hay una ensalada muy típica, que es más de la época soviética pero la gente sigue con la tradición, especialmente por Fin de Año, que lleva remolacha, pescado salado y mahonesa... A la vista resulta un poco raro porque tiene color lila. Allí nos gusta mucho (risas).

El castellano lo habla perfectamente. ¿Y el menorquín?

—Ahora lo entiendo mucho más, pero hablarlo no me atrevo todavía, no quiero meter la pata (risas). Algunas frases utilizo.

¿Vuestros planes de futuro están en la Isla?

—Sí. Aunque a mí novio también le gusta mucho Moscú. En la vida puede pasar de todo, no cerramos ninguna puerta. La experiencia que estoy viviendo aquí es muy positiva, me encuentro muy a gusto y quiero seguir construyendo juntos lo que estamos haciendo

Promocione su país.

—Lo primero que hay que decir es que no hay que creer en los estereotipos que hay. Porque toda la gente con la que hablo que ha estado en Rusia me dicen que no es lo que ellos pensaban y esperaban. Rusia tiene fama de ser un país muy cerrado, pero no es así, la gente es mucho más abierta de lo que parece. Las ciudades más grandes, como Moscú o San Petersburgo, tienen mucho que ofrecer a cualquier tipo de turista… Historia, cultura, gastronomía. El que sea un país tan distinto es lo que hace que sea atractivo. Y luego hay que tener en cuenta que Rusia no es invierno doce meses al año. En mi pueblo, la gente va a la playa durante seis meses al año.

Un país que se ha transformado mucho en las dos últimas décadas.

—Es un país mucho más abierto que antes, cuando la gente no tenía posibilidades de viajar, era un país totalmente cerrado. A finales de los 90 se empezó a abrir, al final la globalización afecta a los países que abren sus puertas. Cada vez que voy a Moscú noto cambios positivos.