Su nueva casa. Con unas dimensiones similares a las de su ciudad de origen en California, Yonemura ha encontrado en Ciutadella un lugar para vivir a un ritmo más tranquilo de lo que es habitual en Estados Unidos | Gemma Andreu

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Nació...

— En 1989.

Actualmente vive en...

— Ciutadella.

Llegó a Menorca...

— En octubre de 2014, previo paso por León y Jaén.

Profesión

— Profesora de conversación de inglés. También imparte talleres de sushi.

Estudios

— Licenciada en Desarrollo Humano.

Su lugar favorito de la Isla es...

— Un rincón de Sa Farola, en Ciutadella.

Nacida en Estados Unidos pero de origen japonés, Lori Mari decidió tras terminar sus estudios universitarios en San Diego seguir ampliando sus horizontes culturales, una aventura que, tras alguna escala intermedia, le ha traído hasta Menorca, donde reside desde hace cinco años. Tiempo suficiente para considerarse, como dice, «en parte, un poco menorquina».

Y un buen día aterriza en Menorca. ¿Cómo le trae el destino hasta aquí?

—Pues vine a España para enseñar inglés ya que formaba parte de un programa educativo y me mandaron como primer destino a León, después a Jaén y finalmente aquí, a Menorca, concretamente a Ferreries, donde trabajé dos años en el colegio Santa Àgueda. He de reconocer que antes de llegar aquí no sabía ni siquiera que existía Menorca, y ahora estoy encantada de la vida.

¿Trabajaba como profesora de apoyo?

—Sí, concretamente prestando servicio a través de la figura que se conoce como auxiliar de conversación.

¿Cómo fue la experiencia de iniciar una nueva vida en una población tan pequeña como la de Ferreries?

—Bien, me gustó estar en contacto con una comunidad muy pequeña y tan acogedora. La verdad es que encontré gente muy simpática y los niños eran muy cariñosos conmigo. Antes de llegar aquí trabajaba en institutos, Ferreries fue mi primer colegio y resultó una gran experiencia.

¿Siempre le atrajo la experiencia de pasar una temporada en Europa?

—Siempre he tenido en mente la idea de viajar, no concretamente a España en un principio, pero sí tenía claro que quería vivir una temporada fuera de California, y cuando encontré ese trabajo me pareció una buena oportunidad para hacerlo. Lo que ocurre es que han pasado cinco años y aquí sigo todavía (risas). Me gusta mucho España, por lo que he visto en las tres ciudades que he vivido, en el norte, el sur y aquí. También he tenido la posibilidad de viajar por el resto del país y visitar algunas ciudades europeas.

Pero le enganchó Menorca más que ninguna.

—Sí, me he quedado aquí más que en ningún otro sitio.

¿Qué es lo que más le gusta de la vida aquí?

—No sé, creo que es demasiado típico, pero es verdad que es la tranquilidad una de las cosas que más valoro de vivir en Menorca; que todo sea pequeño y esté cerca, al alcance. Me gusta el ritmo de vida que se respira, la paz y la naturaleza que nos rodea. Aunque he de reconocer que al principio me costó adaptarme a ese ritmo ya que procedía de un lugar muy diferente.

¿Viene de una ciudad grande?

—Pues en realidad no, Watsonville es una ciudad pequeña, más o menos como puede ser Ciutadella, pero en un estado muy grande como es California. Es muy diferente, pero creo que Menorca tiene algo especial.

¿Cómo fue el proceso de adaptación?

—Cuando llegas a una ciudad nueva siempre resulta difícil porque cada persona tiene su mundo, y eso te obliga a dar el primer paso para conocer gente y hacerte una vida. En ese sentido, éste es como cualquier sitio; en mi caso, al ser un lugar tan tranquilo me costó un poco, ya que como decía antes venía de un sitio en el que se tiene más prisa para hacer las cosas. Ahora, después de estos años, creo que estoy cogiendo el ritmo de aquí. He oído decir que la gente de la Isla es cerrada, pero yo supongo que como en cualquier sitio, hay de todo; creo que he tenido mucho suerte, aquí tengo a mucha gente que es importante en mi vida actualmente.

¿Le hablaron del ‘temido’ invierno?

Oh my god! Muchos me decían ‘ya verás, el invierno es muy triste y depresivo’. Pero para mí, si tienes amigos y te gusta el deporte y la naturaleza, es una estación muy buena. No hay por qué estar todo el día encerrado en casa, aunque supongo que eso depende de cada persona. Me gusta el invierno por su tranquilidad, porque ahora si vas a la playa hay demasiada gente…

Viene de California, un estado con unas playas espectaculares.

—Sí, nada tienen que ver con las de Menorca. Pero las de aquí me gustan por el agua que tienen, es como nadar en un acuario, todo tan transparente. En California son mucho más grandes, como Son Bou pero multiplicado por diez, pero también muy bonitas. Cada sitio tiene su encanto.

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¿A qué se dedica actualmente?

—Este verano estoy trabajando como camarera y en invierno voy a dar clases particulares de inglés; también me dedico a impartir clases para la preparación de sushi, que es algo que aprendí cuando era muy joven. Creo que a través de la comida se pueden enseñar muchas cosas de una cultura, y no me refiero solo a cómo hacerla, sino también a cómo la comes y cómo haces la presentación, eso es muy importante para nosotros. Yo estoy aquí también para compartir mi cultura. Normalmente paso en la Isla todo el año, pero el invierno pasado viajé a California porque hacía mucho tiempo que no veía a mi familia, y era algo que necesitaba.

Veo que el castellano lo domina con mucha soltura. ¿Venía con él aprendido?

—En California la gente habla mucho castellano; en mi pueblo el 90 por ciento de las personas son de origen hispano. Aunque he de reconocer que yo he aprendido aquí la lengua, ahora me defiendo bastante bien. Fue duro al principio, no obstante.

¿Y con el menorquín qué tal se las arregla?

(risas). No lo hablo bien pero entiendo muchas cosas, cada vez más.

¿Qué le parecen las fiestas populares de aquí?

—Son únicas; no había visto nada igual, no creo que pudieran existir en Estados Unidos. Lo que me gusta ir con los amigos de aquí y ver lo que hay detrás de la fiesta, cómo lo viven las familias, la emoción de las semanas anteriores. Me gusta mucho verlo desde esa perspectiva. Es algo que la gente tiene muy dentro. Aunque creo que para los animales puede ser un poco estresante.

Nacida en Estados Unidos, pero tiene ascendencia japonesa.

—Sí. En mi familia somos todos japoneses. Mi madre ya nació en Estados Unidos, en California, donde conoció a mi padre, que sí había nacido en Japón.

¿Tiene todavía contacto con Japón?

—Tengo allí familia pero llevo mucho tiempo sin ir. En mi lista, es uno de los primeros sitios en los que me gustaría vivir también. Antes me gustaría perfeccionar el castellano y después desarrollar mi japonés. Muchas cosas que hacer y poco tiempo.

¿Qué planes de futuro tiene?

—Eso es difícil de decir. Una nunca sabe. No sé si pasaré aquí muchos años, pero siempre pienso que volveré algún día. Ahora siento que éste es mi hogar, aunque no sé por cuánto tiempo. Me gustaría conocer otros lugares también.

¿Y qué me dice de la vida actual en Estados Unidos?

—Es curioso. Ahora que llevo cinco años viviendo aquí sé más de España que de Estados Unidos. Y cuando volví el pasado invierno me di cuenta de muchas cosas que no había visto cuando viví allí. Mi estancia aquí ha coincidido prácticamente con el mandato de Trump. Por lo que me cuentan la economía está bien, pero otras cosas no tanto. Es algo que no conozco de primera mano, pero sí que hay un tensión entre razas en los últimos tiempos, algo que por lo que veo no existe en Europa. Pero yo, cuando vivía allí, no sentía eso en mi día a día.

¿Qué es lo que menos le gusta de la vida aquí?

—Considero que en España, en general, la burocracia es un obstáculo. En Estados Unidos creo que es algo que funciona mejor, con menos papeleo que aquí. Es complicado. Seguramente es algo que se puede mejorar.

¿Qué le pareció a su familia que se fuera a vivir a la otra punta el mundo?

— Se pusieron contentos... pero no tanto (risas). En principio les pareció demasiado lejos, pero si yo estoy contenta, ellos lo están por mí.

Antes me hablaba de la gastronomía japonesa. ¿Qué le parece la de aquí?

—Creo que en España es muy variada dependiendo de la región. La morcilla, que descubrí cuando viví en León, es algo que me gusta mucho, y luego las paellas y los diferentes tipos de arroces también. Me agrada esa costumbre de compartir; una paella en un restaurante puede estar buena, pero a mí me apetece mucho más la idea de prepararla con amigos y crear ambiente como se hace aquí.