Maria Huguet Cardona (1926)

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Tiene 95 años, han pasado 85, y todavía recuerda al detalle el trágico suceso, que relata como si el tiempo no hubiera transcurrido. Toda una vida marcada por la muerte de su hermano sacerdote en las Casas Consistoriales, el 23 de julio de 1936. La celebración del beato Joan Huguet Cardona está inscrita en el calendario litúrgico y se celebra cada año. Ella tenía solo 10 años cuando ocurrió; viviéndolo de cerca, porque cuenta que en un primer momento no se despegó de aquel hermano mayor cuando los soldados se lo llevaron para su posterior asesinato. Dos disparos a quemarropa al negarse, en manos de suboficiales republicanos, a escupir contra una cruz. Al contrario, y esto es historia, el joven Joan Huguet, de 23 años, ordenado sacerdote poco antes, fiel a su vocación, aceptó el martirio e invocó a Cristo Rey.

No ha querido olvidar.   

— Veníamos de una familia que vivía con alegría; había llegado el día tan feliz de la ordenación de mi hermano. Cuando él llegaba a casa de vacaciones todos le íbamos detrás, porque todos lo queríamos mucho. Él era además mi padrino. Pero llegó la guerra. El día que lo mataron yo estaba jugando en la calle (vivíamos cerca de la iglesia, en la calle Sant Bartomeu) con una amiga, cuando vinieron dos soldados a casa a buscarlo. Mi amiga se escapó corriendo y yo entré enseguida para avisar. Dieron órdenes a Joan de que se pusiera el sombrero, pero él les contestó que en Ferreries no se estilaba esta prenda, pues se llevaba bonete. «Encara que sigui una sabata», le espetaron. Subió arriba, se colocó el bonete y nos abrazó a todos, diciendo: «Adéu, si no us veig més». Mi padre no estaba en casa en aquel momento. Yo salí con él a la calle, pero los soldados me pidieron que me fuera. Mi hermano me dijo: «Marieta, veste’n cap a ca nostra amb mo mare».

Y aquel trágico suceso.

— Le hicieron caminar por el Carrer Nou y fueron a buscar a otro sacerdote, Jaume Mascaró; y a Jaume Febrer, presidente de los jóvenes de Acción Católica de Ferreries . Cuando llegaron al Ayuntamiento tenían a cuatro personas detenidas. Y aquí empezó la violencia. Los soldados hicieron sacar la sotana a los sacerdotes y a mi hermano se le cayó un santocristo que llevaba colgando. «O escupes o te mato», le dijeron. A las tres veces, él extendió los brazos y dijo: viva Cristo Rey.

Lo recuerda todo.

En Tomeu des banc y otro señor entraron a casa para informarnos de que Joan estaba herido. Mi padre salió con mi madre, acompañado por el doctor Borrás, llegado de Ciutadella, hacia el Ayuntamiento. A mí, porque tenía solo 10 años, me mandaron a la casa de unas cuidadoras, ses sucreres. En el Ayuntamiento, un alférez de Es Mercadal dijo a mis padres que podían llevarse a casa a Joan. Lo cogieron ya muerto entre mi padre y uno de mis hermanos. Y allí lo tuvieron todo el día y toda la noche. Algunos hombres del pueblo vinieron a verlo, muy afectados por lo joven que era. El alférez que hacía guardia en la puerta dijo: «Feu-li un enterrament; jo en responc». Pero no había sacerdotes en aquel momento en Ferreries, y con unos jóvenes, llevando una cruz, fueron al cementerio. En el pueblo se hizo el silencio; no pasaba ni un coche.

De Ferreries tuvieron consuelo.

— Nos sentimos siempre muy queridos en Ferreries. Mis padres eran de Alaior y vinimos aquí, junto a mis dos hermanos, Vicente y Paco, cuando yo era pequeña. Mi madre siempre decía: «Que no despreciïn a ses placeres», pues tenían fama de charlatanas. Siempre estuvo acompañada de vecinas que le vinieron a ayudar en las tareas de casa.

¿Cómo vivió después su niñez?

— Fui una niña que estaba triste. Mi madre insistía que me fuera a jugar a la plaza.

Aprendió a perdonar.

— Es lo que nos enseñó mi madre, perdonar. Olvidar, no. Cada día le rezo. Mi hermano siempre había actuado como si tuviera que morir de esta forma, mártir, como si lo previera, aceptándolo. Éste, en el fondo, fue siempre el consuelo de mi madre. Cuando mi padre ya había muerto y ella era mayor, la encontrábamos a veces con las lágrimas en los ojos. «No li plor ses glòries, però seria ses meves garrosses». Lo decía refiriéndose a lo que significaba la pérdida de aquel hijo.

Maria tampoco ha perdido esta tristeza, que delatan sus ojos cuando lo cuenta. Se casó con Joan Serra Pons en 1957, el año en que el nuncio del papa Antoniutti vino a Ferreries. Fue a visitar los restos del mártir, enterrado en el cementerio municipal, que en noviembre del 2000 fueron trasladados a la iglesia parroquial de Sant Bartomeu . Tuvieron cinco hijos. Ellos también han vivido siempre, en cierta forma, marcados por esta historia familiar. Los otros dos hermanos del beato Joan Huguet Cardona, Vicente y Paco, ya han fallecido. Desde su casa des Carrer Fred, Maria nos ha concedido esta entrevista, con una amabilidad y una claridad mental, a sus 95 años recién cumplidos, increíbles, que permiten este testimonio vivo.