Pilar Bonet protagonizó el pasado miércoles una tertulia en el Ateneu de Maó.    | Gemma Andreu

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La periodista Pilar Bonet (Eivissa, 1952) ha desempeñado la mayor parte de su carrera profesional como corresponsal de «El País»en la Unión Soviética, la Federación Rusa, Ucrania y los países postsoviéticos. Durante más de 30 años ha cubierto acontecimientos tan destacados como la perestroika de Gorbachov, la disolución de la Unión Soviética, la anexión de Crimea y    el conflicto entre Kiev y los secesionistas del sur y el este de Ucrania apoyados por Rusia. Investigadora entre 1991 y 1992 en el Instituto Kennan y más tarde en el Woodrow Wilson Center de Washington, ha escrito varios libros sobre temas rusos. El último, que publicará el próximo otoño, versa sobre los orígenes de la actual guerra de Rusia en Ucrania y escribirlo ha sido, para ella, «terapéutico». Invitada a Menorca por su primo hermano, el misionero menorquín Manolo Bonet, protagonizó el pasado miércoles la tertulia «Rusia 2014: los orígenes de la guerra» en el Ateneu de Maó.

¿Le sorprendió la invasión rusa de Ucrania?

—Sí, aunque había síntomas que indicaban que esto podía ocurrir.    No hay que olvidar que no es un conflicto aislado. La guerra estricta empezó en 2014 con la anexión de Crimea a Rusia y ha habido una progresión a lo largo del tiempo. En julio de 2021, Putin publicó un artículo en el que abría esta posibilidad de invadir Ucrania, porque le negaba el derecho a existir. Afirmaba que Ucrania era un país artificial creado por Lenin y un títere en manos de Occidente para actuar en contra de Rusia. Después de analizar este artículo, concluí que todas las ideas de Putin se resumen en la ópera «Carmen», en la frase irracional de «la maté porque era mía».

Es conocido el hermetismo de Rusia. ¿Cuál es la situación allí y el apoyo a Putin?

—Hay una represión muy fuerte y, aun así, hay un gran apoyo a Putin. A su alrededor hay una cúpula vinculada a los servicios de seguridad que utiliza métodos represivos porque la experiencia de la Unión Soviética no se ha superado y no ha habido una limpieza de estos mandos. Hay una degradación progresiva. Últimamente se han aprobado artículos del código penal y administrativo que permiten castigar con penas de prisión de larga duración a quienes difunden bulos o desacreditan al ejército, entre otras cosas triviales. A 25 años de cárcel han condenado a Vladimir Kara-Murza, un activista ruso, por criticar la invasión de Ucrania. Hay una gran división, gente que defiende esto y gente que está decepcionada. Es una situación traumática, hay mucha preocupación por las personas que sufren, pero más sufren los ucranianos.

¿Cree en un final cercano o en una posible negociación?

—No veo una solución próxima hasta que no haya una ventaja militar clara que resuelva el estancamiento al que se ha llegado. Creo que habrá que lamentar más muertes para lograr un acuerdo y tengo serias dudas sobre que Putin quiera negociar. El fin de la guerra se ha formulado de diferentes maneras en diferentes momentos. Si bien Ucrania se ha mantenido firme en la defensa de la integridad territorial, Rusia ha ido cambiando su discurso. No está claro territorialmente con qué se quiere quedar. Lo más probable es que con todo exceptuando las provincias occidentales, que pertenecieron al Imperio Austrohúngaro y tienen otras tradiciones. Hasta ahora, Rusia se ha hecho con Donetsk, Lugansk, una parte de Jersón, de Zaporiyia y de Járkov.

¿Qué pasará con Putin si se ve abocado a la derrota?

—Hay mucha incertidumbre. De entrada, no sabemos si es capaz de apretar el botón nuclear o si su entorno responderá a la detonación de una bomba nuclear táctica. Tampoco sabemos dónde caería, si sería efectiva, cómo reaccionaría Occidente. También hay que tener en cuenta que, aunque Putin desaparezca, hay muchos lobbies y dos ejércitos privados. Uno es el de Yevgueni Prigozhin, considerado el restaurador favorito en el Kremlin, que lidera el grupo Wagner, formado por mercenarios que no solo están en Rusia, sino que también han intervenido en Siria y África. El otro es el de Ramzán Kadírov. Aparte, están saliendo más grupos privados de este estilo y hay que preguntarse qué pasará con ellos, de qué serán capaces.

Hablemos de Ucrania. ¿Cuál es el ánimo allí?

—Veo a los ucranianos absolutamente unidos por la idea de que hay que echar al invasor. Si esto es realista ya se verá en el campo de batalla. Es cierto que Ucrania arrastra muchos problemas internos, que a los ucranianos les falta experiencia y que han cometido muchos errores. Pero ellos son las víctimas y los rusos son los agresores. Hay que tener muy claro esto antes de juzgar. No es comparable el sufrimiento de unos y el de otros.

¿Ve a los ucranianos capaces de tomar represalias?

—La guerra y las atrocidades que se han cometido han fomentado una actitud negativa hacia los rusos. Muchos ucranianos que hablaban ruso como lengua materna han empezado a hablar ucraniano. Lo que ha pasado es tan fuerte que ha cambiado la mentalidad de la población. Aunque la actitud más extendida es apoyar a Zelenski y rechazar la invasión rusa, en las zonas más afectadas hay una masa que lo único que quiere es que se acabe la guerra, sin que importe    el vencedor.

Vencer a Rusia o buscar la paz en Ucrania, escribió usted en uno de sus artículos.

—Si dos se pelean y uno no quiere negociar, no hay acuerdo y hay que esperar a que los factores externos cambien la situación. La pregunta del millón es qué debe cambiar para que Rusia o Ucrania lleguen a un acuerdo, mientras la comunidad internacional condena la invasión con la boca pequeña. Para Ucrania negociar desde una posición de debilidad significa tener que renunciar a territorios y esto es algo suicida para Zelenski, que se ha empeñado en mantener la cohesión y en reconquistar todo el territorio.

¿Se está aprovechando este conflicto para borrar a Rusia del mapa?

—Creo que no es la tendencia mayoritaria. Rusia es muy grande e importante. Una Rusia inestable y en guerra interna es un factor súper desestabilizador. Se aboga más por una Rusia nueva y diferente que supere esta etapa de militarismo, locura y patriotismo enfermizo.

¿Qué valoración hace de la cobertura mediática?

—Tanto Rusia como Ucrania han puesto muchas trabas a los periodistas. Es más difícil acceder a los entornos en los que se toman las decisiones que al campo de batalla. El papel del analista está siendo fundamental para completar el puzle a partir de la información fragmentada.