El psicólogo Francisco Villar interviene este sábado en una jornada del Consell Escolar, a partir de las 10 horas, en Es Mercadal | F.V.

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Obesidad, pérdida visual, insomnio, ansiedad, depresión o dificultades de socialización y aprendizaje son, entre otros, problemas que se asocian al uso de pantallas durante la infancia y adolescencia. Precisamente por eso, desde hace unos meses, se ha visto cómo muchas familias y profesores han

lzado la voz, creando incluso asociaciones, con el fin de prohibir los móviles en los centros educativos, algo que está dando sus frutos, ya que numerosas comunidades autónomas han tomado cartas en el asunto.

Concretamente en Menorca, el grupo Aules Lliures de Pantalles, formado por madres, padres, docentes, psicólogos y pedagogos, promueve una revisión del uso de los dispositivos electrónicos en las aulas, además de abrir un debate sobre el proceso de digitalización en el que están inmersos las escuelas e institutos.

Este sábado en Es Mercadal

De hecho, el Consell Escolar de Menorca y Menorca Edu XXI ha organizado una jornada de reflexión este sábado, en la sala multifuncional de Es Mercadal, de las 10 a las 13 horas, bajo el título «Com educar saludablement en un món de pantalles?», que contará con Francisco Villar, psicólogo clínico y especialista en suicidio en la infancia y la adolescencia.

Villar va más lejos y defiende con ímpetu que los móviles deberían estar prohibidos hasta los 16 años y que, entre los 16 y los 18, si no es evitable, se podría «ofrecer dispositivos con estrictas medidas de control parental y no permitir más de una hora de navegación libre al día».

Cualquiera podría pensar que, tal como funciona la sociedad hoy en día tecnológicamente hablando, resultaría muy complicado que los niños y adolescentes prescindieran de los teléfonos y, más aún, que la venta a menores estuviera prohibida, pero el psicólogo es rotundo.

Consecuencias demostradas

«No es complicado. Simplemente hay que quitarlos, igual que en su día se prohibió el tabaco o se decidió que no se puede conducir hasta la mayoría de edad. Lo difícil es explicarles a nuestros hijos por qué les damos estos aparatos sabiendo que son peligrosos, que les estamos robando todos los factores protectores, cuando lo que deberíamos hacer como padres es generar un espacio de seguridad».

Tanto docentes como distintos informes en materia de Educación alertan de las consecuencias demostradas que el uso del móvil tiene en la salud de los pequeños, como son  problemas de aprendizaje, falta de autocontrol o una mayor irritabilidad, sedentarismo, alteraciones del sueño, déficit de atención y de memoria, conductas agresivas y adicción infantil.

«Vemos que los niños no tienen tolerancia a la frustración y cada vez cuentan con menos empatía. Al ponerles una pantalla delante, estamos interfiriendo en el desarrollo de sus propios recursos para tolerar la vida cotidiana, para afrontar los problemas más comunes. Si, por ejemplo, les das una pantalla para que viajen sin quejarse, les estás robando la oportunidad de entrenar la tolerancia a la frustración, a la espera… En las guarderías los niños no se comunican con los otros, no interactúan. Sin embargo, en cuanto se retiran las pantallas, la vida brota», asegura Villar.

Adolescencia sin móvil

El psicólogo apunta que existe una relación clara entre la digitalización, sobre todos las redes sociales, y el suicidio, el insomnio, el acoso o los problemas de autoestima, entre otros. «Evidentemente, las pantallas no son la única causa pero sí parecen contribuir negativamente en todas y cada una de estas afectaciones, no solo agravando los cuadros, sino también incrementando la prevalencia de muchas de estas problemáticas. La parte buena es que cuando quitas el objeto contaminante todo mejora».

Francisco Villar, al frente del Programa de Atención a la Conducta Suicida del Menor del Hospital de Sant Joan de Déu de Barcelona, asegura que en la última década ha habido un empeoramiento de la salud mental entre los jóvenes, sobre todo en lo relacionado con la presión social, como la conducta suicida o la autolesiva, o los trastornos de conducta alimentaria. De hecho, en dicho centro, se ha pasado de 250 episodios de conducta suicida de menores en 2014 a más de mil casos el año pasado.

«Las situaciones de acoso ya existían en las aulas antes de la era de los móviles pero, por entonces, la víctima salía de la escuela y podía desconectar. Actualmente el ‘bullying’ o el acoso sexual pueden perpetuarse a todas horas y es más difícil detectarlo por parte de los adultos. Por eso pienso que los menores de dieciséis años no deberían usar teléfonos inteligentes, porque les estamos exponiendo a muchos riesgos justo cuando menos preparados están para ello», afirma el psicólogo.

Villar explica que a los dieciséis años ya se ha producido un cambio en el proceso de maduración y se ha superado la edad más crítica para la conducta suicida, que son los catorce y quince años. «Los menores de catorce son inimputables, precisamente porque a esa edad no son capaces de valorar con profundidad algo que están haciendo. Aún así, muchos niños ya tienen un móvil a los doce o incluso antes. Haciendo esto estamos tirando por tierra todo el trabajo que se ha llevado a cabo a lo largo del tiempo. Muchos niños y adolescentes no presentarían tanto malestar ni padecerían estas problemáticas si el mundo digital desapareciera de sus vidas».

En cuanto al papel de los padres, el psicólogo aclara que la gran mayoría no tiene la culpa. «La industria tecnológica nos lo ha vendido como algo bueno e imprescindible, y es curioso e indignante que, mientras nosotros gastamos nuestro dinero en sus productos, los de Silicon Valley lo destinan a pagar colegios elitistas sin pantallas para sus hijos. Por eso, la unión de todos es tan importante porque ahora ya sabemos que la digitalización en la infancia y en la adolescencia es potencialmente dañina. Hasta que llegue la prohibición, no queda otra que movilizarnos, y el hecho de limitar las pantallas en entornos escolares o retrasar al máximo la edad de acceso a un móvil es muy útil para proteger a los menores».

Habrá padres que piensen que sus hijos podrían aislarse por ser los únicos que no disponen de un teléfono pero, según la experiencia de Villar, esto no es así. «No sólo no los necesitan, sino que se sienten mejor sin ellos. Las mejores experiencias de la vida no se tienen frente a una pantalla», concluye.