Mateu Martínez, durante la entrevista en su casa junto a la Plaça Biosfera. | Katerina Pu

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Ha trabajado en el Consell desde el mismo día en que se constituyó y ahora, 44 años y dos meses después, se jubila. Mateu Martínez Martínez (Maó, 1960) echa el cierre a una vida entregado a la institución, en la que ha desempeñado casi todos los papeles. Desde administrativo a secretario, gestor, conseller y asesor jurídico. Una trayectoria de cuatro décadas y media que repasa, paciente y discreto, desde su casa a pocos metros de la Plaça Biosfera. La última de las cuatro sedes (el Ayuntamiento de Maó, el carrer del Rosari, el Camí des Castell y la actual) en las que, siempre fiel a su cometido, ha ayudado a hacer crecer una institución que nació «ilusionante», pero que ahora «decepciona» al ciudadano. Carente de liderazgo político y de una estructura profesionalizada que la reconecte con la población. Menorca -dice- necesita menos normas y debates «estériles» y más consenso.

¿Qué pensamiento se le viene a la cabeza?
—Toda mi vida ha estado ligada al Consell insular. Ha sido mi ilusión y mi promoción. Allí me he formado y crecido como persona.

¿Sabrá vivir sin el Consell?
—Aún me cuesta, pero aprenderé, seguro, cuando pase esta transición en la que me encuentro. Espero que no sea muy larga, pues hay muchas cosas que me ilusionan. Tengo proyectos vinculados a la filosofía política que me gustaría desarrollar.

¿Ha vivido un crecimiento personal paralelo al del Consell?
—Sí, y eso me permite tener una visión muy general. Entré como administrativo, con Paco Tutzó de presidente, y desde entonces he hecho todos los papeles. He sido secretario accidental, administrador de la residencia de ancianos, conseller...y he acabado de jurista.

¿El Consell es hoy día lo que se imaginaba 45 años atrás?
—No. Cuando empezamos, la entidad generaba mucha ilusión entre los propio trabajadores, porque proyectaba nuestras inquietudes y deseos. El primer gobierno del Consell fue participado por todos los partidos. Los consellers no tenían competencias, pero sí mucha ilusión, y eran personas excepcionales. Ahora el Consell ha crecido mucho en competencias y hay 600 personas que directa o indirectamente trabajan para la institución, pero no se ha pensado en cómo gestionarla. No se han tomado las medidas precisas.

¿En qué sentido?
—El Consell necesita cambios, modernización. Falta una estructura de dirección profesionalizada. Aunque cambien sus responsables políticos, no puede estar sujeto a la inestabilidad de cada cuatro años. Los políticos fijan prioridades, pero debe haber profesionales en cada área que garanticen una continuidad, una evaluación periódica del trabajo que se realiza.

Es un déficit de toda la administración, no solo del Consell.
—Así es. La Ley de Bases de Función Pública lo contempla, pero no se ha desarrollado. Afecta a todas las instituciones y partidos. Si queremos una administración moderna, que funcione y no decepcione a los ciudadanos, hay que cambiar el chip.

¿Entiende que el ciudadano pueda sentirse defraudado?
—Sí. La gente siente cada vez menos el Consell, siente cada vez menos todas las instituciones, que se han ido desvalorizando. Hace falta liderazgo político para adelantarse y no ir a remolque de los problemas.

La alternancia ha hecho que se reinicien los proyectos en cada mandato y no se avance. ¿Hacen falta grandes consensos por Menorca para no estar sujetos a tantos vaivenes políticos?
—Los ciclos electorales son de cuatro años y en este tiempo no se pueden plantear grandes proyectos, porque van mucho más allá. Por tanto, la única manera de que salgan adelante es el consenso. Si queremos cambiar el mercado laboral y adaptar los ciclos de formación profesional para conseguirlo, solo puede hacerse desde el consenso. Y eso es lo que hemos perdido, la capacidad y la voluntad de consenso.

Incluso PSOE y PSM, o ahora Més, han chocado tradicionalmente en cuestiones de territorio cuando les ha tocado gobernar juntos. En el mandato anterior llegó a romperse unos días el pacto por la Ley de la Reserva de la Biosfera...
—A veces, la táctica política debería dejarse en segundo plano, mirar las cosas con más distancia y no ser esclavos del corto plazo.

Tras una etapa previa como delegado del IDI, Mateu Martínez fue conseller de Educación y Cultura, un cargo desde el que pudo impulsar una de sus grandes pasiones, la salvaguarda del patrimonio. En la imagen, en una visita a la excavación arqueológica en Torre d’en Galmés.

¿Qué avances sí ha logrado el Consell en estos 44 años?
—Por ejemplo, el que fue uno de mis objetivos como conseller, consolidar la etapa educativa de 0 a 3 años. Hasta entonces había mucho voluntarismo entre las familias y los docentes, pero cabía consolidarlo, lo que se ha conseguido con el tiempo. Como el modelo territorial. Puede haber cuestiones aún polémicas, pero el modelo territorial global que perfiló el PTI de 2003 está aceptado. Al igual que la oferta social pública, que en Menorca está más desarrollada que en otros lugares. O la declaración patrimonial de la Menorca Talayótica, que ha sido posible gracias a la apuesta de representantes de todos los partidos políticos. Podemos ser críticos en muchas cosas, pero hay que reconocer que el Consell ha consolidado mejoras indudables para la Isla.

¿Qué retos quedan pendientes?
—Desarrollar toda la capacidad reglamentaria de nuestras competencias que permite el Estatut d’Autonomia. Por ejemplo, la Ley balear de Urbanismo. No se ha reglamentado para adaptarla a las necesidades de Menorca y resolver así cuestiones que aún siguen en una especie de limbo. Pero el reto principal es definir qué sociedad queremos. Hemos optado por un modelo económico volcado al monocultivo turístico, pero ahora urge apostar por la diversificación. Nuestros hijos se van a estudiar fuera y vienen poblaciones de fuera que asumen trabajos de más baja cualificación. Estamos faltos de una formación profesional adecuada, nos hacen falta mecánicos, carpinteros…y hay que darle respuesta.

Pues la clase política, de todos los colores, lleva demasiados años planeando proyectos de diferentes centros de FP en Ciutadella o Es Castell...que aún ni siquiera se han empezado a construir.
—Estamos cogiendo el rábano por las hojas, como decía mi madre. Preocupados más en dinamizar la economía de un pueblo en lugar de decidir qué modelo económico y de FP queremos y necesitamos.

¿Para eso ya está el Consejo Económico y Social (CES), no?
—Pero no se le hace caso. Mire, que pongan el centro de FP en Es Castell, en Ciutadella o en Dalt del Toro. Tanto me da. Lo único que me interesa es saber qué necesita Menorca. Y para eso hace falta un liderazgo político, que busque soluciones a los problemas. Dinamizar las economías de los pueblos es, en todo caso, una cuestión secundaria.

¿Con qué etapa del Consell se queda? ¿Qué presidente asumió realmente un liderazgo?
—He trabajado con presidentes de todos los partidos y me marcho orgulloso de haber contado con la confianza de todos ellos. Desde Tirso Pons del PSOE pasando por Joan Huguet del PP, o Cristòfol Triay, del que guardo un grato recuerdo, a Maite Salord de Més. Pero la etapa que más destacaría es la que viví como conseller, con Joana Barceló de presidenta. Tenía el modelo de Menorca en la cabeza y, junto a Maria Lluïsa Dubón, hizo un trabajo magnífico por implantar el PTI. Ahora bien, la etapa que recuerdo con más cariño es la primera, por la ilusión y el estupendo clima que reinaba.

¿Se lleva muchos secretos a casa?
—Sí, obviamente hay muchas cosas que tengo el deber y la obligación legal y moral de no desvelar, de ser discreto. Nunca he negado mis simpatías políticas, pero éstas empezaban en la puerta del Consell hacia afuera. De puertas para adentro era un técnico fiel a la institución y a quien gobernara en aquel momento.

Cuénteme alguna anécdota.
—Le puedo citar a Andreu Murillo, que era muy hablador y nos explicaba la historia de Menorca. O a Belarmino Menéndez, a quien le debo haberme iniciado en la lectura de la saga de ‘El señor de los anillos’ de J.R.R. Tolkien. O de cuando Francesc Triay Llopis volvió tras el 23-F para contarnos cómo había vivido el secuestro de los diputados en el Congreso... También he visto a miembros de un mismo partido que se disputaban sillas políticas a partir de una riña iniciada, literalmente, por una silla. La lucha entre dos personas por una silla ergonómica acabó en una disputa política en la institución.

Antes de su adiós, habrá visto los cambios que se preparan en el Plan Territorial Insular (PTI).
—Así es. Pero entrar en cambios sustanciales ahora no nos llevaría a ningún lugar y chocaría con la realidad social. El PTI ha sido fuente de satisfacción, pero también ha traído consigo algunos problemas, como el de Cesgarden. Es algo que debo confesar que aún no acierto a entender.

¿El qué, exactamente?
—No entiendo la defensa jurídica que se hizo del caso, que nos acabó costando 28 millones de euros. Pese a que el equipo jurídico del Consell ganó prácticamente todos los contenciosos del PTI, éste se quedó al margen. He pensado mucho en ello y todavía no sé por qué. Se alinearon todos los astros. Ni lo entiendo ni lo entenderé nunca. También hubo un ayuntamiento en el que empezaron a aflorar proyectos de viviendas en rústico fotocopiados…

Precisamente, ahora hay un debate abierto sobre qué hacer en el campo, donde el PP quiere extender el alquiler turístico, una actividad que, en los pueblos, está restando opciones de alquiler a la población residente.
—El de la vivienda es el mayor problema al que nos enfrentamos, y eso que el PTI marca desde 2003 un modelo muy claro: los núcleos son para los residentes y las urbanizaciones, para los turistas. Si lo alteras pasa lo que en el centro de Ciutadella, que el uso turístico expulsa a la población residente. No hay que inventar nada nuevo, pues ya tenemos un exceso de normativa. No hacen falta más normas, sino aplicarlas.

El Consell plantea una modificación del PTI que no sabemos si podrá aprobar y tiene prorrogado el presupuesto. ¿Se puede seguir así todo el mandato?
—No. Temo que sea un mandato en el que se pierdan muchos esfuerzos y oportunidades. Por eso, hay que identificar los problemas reales de Menorca y buscarles solución y consensuar. Dejémonos de discusiones estériles y consensuemos.

¿Qué debe hacer la izquierda en esta situación?
—Si no queremos perder estos cuatro años, que Menorca no puede permitirse, hay que esforzarse en consensuar. Estamos en una situación de peligro que demanda un cambio. Y no hay más remedio que el consenso.

Empezó militando en el antifranquismo y despide su trayectoria con Vox en la institución...
—Es un retroceso a nivel mundial del que Menorca no es ajeno. Es lo que más me preocupa ahora y estoy intentando estudiar. Qué falla en la democracia, por qué no da respuesta a las demandas de la gente y por qué su desesperación propicia que resurjan estos movimientos.

El apunte

«Dejé de ser conseller porque ‘molestaba’ a alguien del PSM»

Ahora que ya han pasado 20 años de su etapa de conseller, ¿qué pasó en el PSM? ¿Dimitió o le echaron?
—Creo que mi presencia molestaba a alguien, una persona con suficiente capacidad de manipulación que aprovechó que había hecho uso de mi libertad de expresión, al difundir un escrito interno en el que manifestaba unas discrepancias, para eliminarme. Y como no tenía ninguna necesidad económica que me empujara a seguir, opté por marcharme.

¿Quién fue?
—La verdad es que he olvidado su nombre. (risas)

Se dio de baja del PSM y, varios años después, se afilió a Més per Menorca y Ara Maó. ¿Cómo valora su evolución?
—Apostar por fórmulas más amplias y cohesionadoras fue una buena decisión para que Més sea una formación lo más representativa posible.

Aún así, Més sin ser un grupo mayoritario y la Isla sigue sujeta a los dos partidos hegemónicos a nivel estatal, PP y PSOE. ¿Qué le falta?
—Prestar más atención a la gente que viene de fuera para que se sientan representados. Cabe estar atento a sus necesidades. Pero es muy difícil, porque los dos partidos estatales tienen muchos más medios y estructura.

Hace diez años, Ciudadanos y Podemos parecían tomarles el relevo pero, en poco tiempo, han quedado aniquilados.
—Ciudadanos era un invento circunstancial y Podemos ha sido una decepción. Los movimientos políticos no pueden surgir del gabinete de comunicación de una universidad, ni extenderse sin tener en cuenta la realidad de cada territorio. Eso fue lo que le abocó al fracaso.