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Menos mal que por lo menos hemos empezado el Año Nuevo con una muy buena noticia, cual es haber rebajado la siniestralidad vial a las cifras de 1964, cuando por España circulaban dos millones de vehículos, que comparándolos a los 31 millones que actualmente están matriculados en nuestro país, podemos considerar que los 1.892 fallecidos en nuestras carreteras durante el año 2009 son una cifra impensable cuando hemos tenido años prácticamente de 5.000 fallecidos, si bien ciertamente las 1.892 víctimas del 2009 me siguen pareciendo una barbaridad. Dicho lo cual debemos convenir que en este asunto del tráfico vial, el gobierno socialista está acertando con las medidas que ha tomado, lo cual no deja de ser una cuestión que me merece, cuando poco, alguna reflexión.

Las medidas coactivas que suponen una sanción económica no se mostraban ciertamente lo suficientemente disuasorias, de manera que se implantó lo del carné por puntos y lo de los radares, que también van penalizados, aparte de en su aspecto crematístico, en la retirada de puntos, lo que más pronto que tarde, puede dejarnos sin carné de conducir por haber agotado todos los puntos con los que nos han dicho que contábamos. Y esa posibilidad sí que ha surgido efecto, me atrevería a decir un efecto fulminante. Pero fíjense en qué fiamos nuestra seguridad física: en una cosa tan etérea como unos puntos en vez de en el sentido común. No me digan ustedes que no es una triste prueba de nuestra humana estupidez, que por conservar unos puntos seamos capaces de comportarnos con precaución y prudencia cuando estamos conduciendo. Pero para conservar la vida, que es el más grande de los regalos que Dios nos ha hecho y lo único con lo que realmente podemos contar, para eso, no tenemos en la carretera ni tono ni medida. Hemos estado conduciendo, y algunos lo siguen haciendo, como si la carretera fuera únicamente nuestra. Ni siquiera tenemos presente que no es sólo nuestra vida la que está en juego, es también la vida de los demás, la vida de personas que casi con seguridad ni siquiera conocemos. Ya sé... ya sé... que un accidente lo puede tener cualquiera, pero también sé que algunos con su comportamiento potencian esa posibilidad de tal manera que más que tener una posibilidad de accidente, tienen sólo una mínima posibilidad de no tenerlo, pues tal cual conducen, lo más seguro es que acaben ocasionando una catástrofe, que podría y debería ser evitada por anunciada. Son conductores potencialmente asesinos de la carretera, a los que hay que sancionar duramente porque mucho más duro debe ser que te avisen que un familiar ha muerto como consecuencia de un conductor temerario, como consecuencia de cualquier desaprensivo.

Otra reflexión que me parece oportuna es para esos coches y esas motocicletas capaces de ponerse a más de 200 km/h. Algunos han captado tráfico superando los 250 km, lo que a mi modo de ver es una temeridad suicida, suicida y homicida, de la que las autoridades no estarían exentas de culpa, toda vez que en su mano está prohibir que salgan al mercado vehículos que puedan alcanzar esas velocidades. Si en España la velocidad máxima es a 120, cualquier otra posibilidad que supere ese kilometraje es potencialmente delictiva, y en manos de ciertos individuos, esa posibilidad de superar con muchos los 120 permitidos, está asegurada.

No deja de sorprenderme lo fino que pueden llegar a hilar los que hacen las leyes. Por el contrario, en según que casos, lo permisivo o lo abandonado que resultan leyes que urge poner en vigor y con el máximo rigor posible.