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Cayó en sus manos, por casualidad, un manual de psicología social. Era aficionado a esos temas desde su más tierna adolescencia. Le influyó mucho un hermano de La Salle al que llamaban Gildo, comiéndose el Hermene por ser nombre demasiado largo.
Un tal Peter Suedfeld hablaba del fenómeno de "ocultación de la propia identidad", agrupando estos extraños casos bajo el rótulo común de "motivo Harum al-Rachid".
Dicho nombre hace alusión a un califa que rigió hace mil doscientos años un gran imperio en el sudoeste de Asia y en el norte de África. Dicho califa adquirió notoriedad, entre otras causas, porque solía recorrer Bagdad disfrazado de mercader, soldado, artesano o criado. Lo hacía para recoger información sobre lo que ocurría en la ciudad y, especialmente, sobre las muestras de maldad, opresión y crueldad. En los momentos cruciales, revelaba quien era y ejercía su poder para reparar las injusticias.
Tras unas cuantas horas leyendo, salió a pasear para despejarse un rato. Y empezó a notar un hecho extraño. Se sentía, a ratos, como un poderoso califa anónimo. Aunque la gente de la calle lo miraba como si fuese un tipo de lo más normal, en su interior sabía que poseía un gran poder. Y que si fuese preciso, lo utilizaría para evitar males mayores. Solo le duró un par de semanas, pero se sintió muy magnánimo y reconfortado. Incluso llegó a dejar una propina en el bar, que causó la admiración de los camareros.
Pero, sin apenas darse cuenta, a medida que perdía su poder, la gente corriente empezó a tener para él, una apariencia sospechosa. Ahora todos le parecían posibles espías, poderosos y justicieros, dispuestos a observar la vida cotidiana para actuar en el momento menos pensado. El vagabundo que pasaba, el comprador del mercadillo, el anciano que lo miraba desde su banco con cara de bonachón. Todos podían ser el califa, haciéndose pasar por quienes no eran, para juzgar sobre los actos de los hombres y mujeres que pululaban por la ciudad, y que iban tranquilamente por la vida convencidos de que todos son lo que parecen.
Quiso buscar ayuda, al principio. Temió ser víctima de delirios paranoicos. Pero decidió posponer lo del psiquiatra cuando empezó a darse cuenta de que, a fuerza de sentirse observado por ese poderoso y enigmático desconocido, se estaba convirtiendo en una mejor persona.