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Raquel Marqués Díez
Mi coche es como "El conciertazo". Sí, sí, como ese espacio de La 2 que se hizo hace unos días con la distinción al mejor programa infantil de los Premios de la Academia de la Televisión.
Y si el original y educativo formato, que dirige y presenta Fernando Argenta, se alimenta y engorda año tras año a base de acercar la música a los más jóvenes a través de la pequeña pantalla, propongo una convocatoria donde se loe la paciencia de todos aquellos valientes conductores que a diario deben servirse de una estrategia de escapismo propia del Gran Houdini para deshacerse de su vehículo de una manera honrada. Sin multas, sin pérdida de puntos, sin inadecuados parones en segunda fila... ¿El principal mérito a reconocer?, la construcción de un espacio pedagógico al volante donde la música fluye por doquier y se sucede un tema tras otro mientras uno se sube impotente a un tiovivo motorizado que no concluye hasta hallar el dichoso agujero donde aparcar gratuitamente para que la jornada laboral transcurra sin alteraciones ajenas al empleado de turno. Es decir, sin tener que salir precipitadamente de la oficina para reponer ese pulcro ticket blanco, recién impreso, que controla la zona azul y que en un día de perros, con lluvia, viento y demases..., por llegar tarde 120 segundos, pueda colorear tu vida de negro. Y emulando la canción de Sabina, (con permiso del maestro), "Pongamos que hablo de... Ciutadella". Para quienes vivimos en una urbanización a las afueras -y que no podemos acceder a la compra de un garaje- el tema, que no la canción, es complicado de narices. He aquí un caso donde la realidad supera la ficción. Mi entrada a la ciudad comienza plácidamente con la obertura de "Il Barbiere di Siviglia" de Rossini (que en mi cedé suma 7:23 minutos). Tranquilamente una ya cree controlar la situación y conocer al dedillo los callejones menos transitados y por tanto teórica y directamente proporcionales a un mayor número de aparcamientos vacíos. Pero no. Con el tiempo la experiencia de la universidad de la vida te hace saber que ¡todos saben tu secreto! y con éste la esperanza pasa a convertirse en agotamiento. Segundo tema, "La Cenerentola" (8:07 minutos), tras vueltas y vueltas y un gasto inútil de combustible -que a su vez le hace un flaco favor al planeta- una piensa: "¿Por qué no habré venido andando o en bicicleta, aunque sea invierno, viva en Cala en Bruc y pese a que por mi profesión nunca sepa si volveré a casa de día o de noche?". Una vez me hallo transitando, como la mayoría de mis compañeros de fatiga, por una de las zona periféricas por excelencia, el Canal Salat, decido volver a probar suerte entre la vorágine de semáforos y vías cortadas por obras. Fallo de nuevo. Error. Pero no pasa nada porque al trabajar en pleno centro, la resignación de caminar (sana elección) llega a la primera semana de un recorrido tan rutinario como el del F-1 de Alonso, y me refiero, por supuesto, a la pericia de no salirse del circuito por si las moscas. Suena "La gazza ladra", ya van 9:14 minutos y nada de nada... La música va al compás de la búsqueda. Mismo itinerario, mismas calles, mismos viandantes que te observan con el "¿otra vez por aquí?", y esa sonrisilla de "yo ya lo aparqué ¡je, je!". Con "L'italiana in Algeri" (8:10 min.) llega el delirio por hacerse con el atesorado estacionamiento e, inesperadamente, con el "tantatarantantán" final, un vehículo sale de un hueco que antes no existía, te cede el puesto y de paso te hace creer que hasta entonces circulabas por una dimensión desconocida. Así, sin más... No sé la de ustedes, pero mi suma musical -con Rossini al aparato- de un matutino viernes cualquiera asciende a un total de 32:54 minutos desde mi entrada por el Camí de ses Tres Alqueries. Aun así, les aseguro que tuve mucha suerte porque "açò és Barcelona!". Y mis tías no pueden hacer otra cosa al respecto sino repetirme constantemente: "Ai, amb lo bé que estaries a un piset a poble!".