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La sombra de la ruta de la seda
autor: Colin Thubron
género: Viajes
traducción: Rosa Pérez
editorial: Península
edición: Barcelona, 2007
páginas: 424
precio: 20 euros

Lluís Verges
Maó
Colin Thubron es uno de los mejores autores contemporáneos de literatura de viajes y lo confirma en "La sombra de la ruta de la seda", su último trabajo. Thubron inició en 2003, el año de la invasión de Iraq, su viaje a lo largo de once mil doscientos kilómetros en ocho meses. Trenes de tercera clase, camiones, coches, carros y camellos fueron los medios de los que se valió para recorrer la mayor vía terrestre del mundo.
La ruta de la seda discurre por el centro de Asia, pero, como señala el autor, oficialmente ha desaparecido, dejando tras de sí el sello de su perpetuo movimiento: fronteras irreales, naciones que no constan en los mapas, pueblos mestizos, monumentos destruidos. La ruta se bifurca y se desvía dondequiera que uno esté. No es un solo camino sino muchos: una red de opciones.
Nuestro viajero comenzó su viaje en Huangling donde se halla la Tumba del Emperador Amarillo, el legendario antepasado del pueblo chino, para continuar luego a lo largo de China bordear por el sur el desierto de Takla Makan (nombre que significa "Si entras, no saldrás"), cruzó las repúblicas ex soviéticas de Kirguizistán y Uzbequistán (donde se halla la mítica ciudad de Samarcanda), entró en Afganistán, atravesó Irán, pasando por Teherán para llegar luego en Turquía y terminar el periplo en la ciudad de Antakya, la antigua ciudad de Antioquía en la costa mediterránea turca.
La ruta de la seda tiene una antigüedad de unos dos mil años y fue utilizada por diversos pueblos para el comercio de productos entre las antiguas Roma y China. Como explica Thubron, los comerciantes no viajaban de un punto a otro sino que habían diversos intercambios en diferentes ciudades del camino. La seda no era la única pero sí la más prestigiosa mercancía que circulaba por esta red de rutas comerciales ya que al principio sólo los chinos conocían el secreto de su fabricación. Muchos otros productos transitaban estas rutas: piedras, metales, telas, especias, vidrio, ámbar, etcétera.
Aunque estas antiguas rutas fueron utilizadas durante miles de años fue bautizada como "Ruta de la Seda" en el siglo XIX por el barón Ferdinand von Richthofen, un geólogo alemán.
Thubron había recorrido algunos de estos lugares. En China visitó a antiguos amigos y pudo describir los espectaculares cambios que se han registrado en algunas ciudades gracias al "socialismo de mercado". Pero al adentrarse en la China profunda, el autor describe la complejidad étnica y nacional del país, especialmente en las zonas musulmanas.
El atractivo que ejerce en el mundo la lengua inglesa y su aprendizaje como vehículo de comunicación universal, facilitó al autor que mucha gente se le acercara para hablar con él. Thubron transcribe en su libro algunas de las divertidas conversaciones que mantuvo y que, en algunos casos, ponen de manifiestos algunos de los prejuicios que se mantienen vivos sobre Occidente.
En su visita a las antiguas repúblicas soviéticas pudo constatar los sentimientos ambivalentes sobre Rusia de sus ciudadanos, muchos de los cuales añoran los antiguos tiempos pese a la falta de libertad.
También son muy interesantes, la experiencias de Thubron en Irán y en Turquía.