Diego Prado
Aquel verano de 1991 me encontraba ocioso y desorientado tras doce meses de secuestro militar obligado (medio año inolvidable en La Mola y otro medio paseando a suboficiales macarras en un Seat 850 negro que se calentaba al llegar a la otra punta de la calle). Estaba tendido en el sofá, viéndolas venir, meditando qué hacer con mi vida. Me sentía tentado a lanzarme a la carretera, al vagabundeo, pero las carreteras de Menorca tenían sus límites. Había oído hablar de Jack Kerouac mucho antes, gracias a mi manía de leer de cabo a rabo (exagero apenas) la única enciclopedia que había en mi casa. Pero lo que allí salía sobre él era escaso, apenas unas líneas tópicas. Se afirmaba que había sido uno de los padres de la Generación Beat y que había escrito "En el camino", la novela-biblia de la susodicha generación.
Aquel caluroso verano de 1991, ignoro por qué, arrastrado quizá por mi acendrada afición a los libros extraños (y entonces "On the road" era una rareza en España), me lancé a la ardua tarea de buscarlo en alguna librería de la isla. Pronto me di cuenta de que nadie sabía de qué libro les hablaba. Los pocos establecimientos de Mahón me ofrecieron un panorama desolador. No había ni rastro de un libro llamado "En el camino". La cosa, pues, prometía. Recordé entonces la búsqueda infructuosa de mi amigo Andrés Melero por hacerse con un ejemplar de "Hojas de hierba" de Whitman. Menorca estaba, en efecto, aislada, y no sólo geográficamente. Pero a veces se dan casualidades fabulosas y mis pies, tan desconsolados como mi ánimo librófago, me condujeron a las afueras de Mahón, hasta una librería cuatribarrada donde la profesionalidad de la familia que la gestiona siempre ha sido una garantía. Casi como quien sabe que pide peras al olmo, pedí de nuevo "On the road". Se consultaron stocks, listados de editoriales, de todo, para concluir que el libro estaba descatalogado. En efecto, yo ignoraba entonces la edición de Anagrama de 1989 en la mítica colección "Compactos", cuando aún eran más grandes que los libros de bolsillo actuales. Tirada la toalla definitivamente, aproveché para fisgonear un poco, pensando que "En el camino", ese título que me evocaba tantas cosas bucólicas, tendría que esperar. Y en eso estaba, manoseando impúdicamente algunos libros, cuando avizoré de casualidad el lomo blanco de un ejemplar que estaba al final de la estantería, apenas visible. Siempre he pensado que son los libros los que te eligen y no al revés, y aquél parecía estar esperándome allí. Lo tomé y, ¿se imaginan de qué libro se trataba? Premio: era "En el camino" de Jack Kerouac, en la edición de Anagrama de 1989. Debí levitar o algo parecido. Aquello tenía que ser una premonición, un buen augurio, porque si no, ¿qué demonios era? Ufano, me fui con él hasta el mostrador y el esforzado librero se sorprendió tanto como yo, asegurando que debía llevar ahí desde el mismo 89.
De este modo tan extraño entré en contacto con Kerouac y aquel libro, que multiplicó por diez, en el verano de mis 21 años, las ansias de libertad que se habían quedado aplazadas tras doce meses jugando al buen patriota. Poco tiempo después Paidós publicó una enorme, excelente biografía de Kerouac y de los beats, de aquella generación de ángeles del suburbio que retrataban la otra cara -la amarga, la nada triunfalista- de EEUU. Recuerdo haber escrito entonces un artículo sobre aquel libro en las páginas de este diario. Yo también era un raro, lo asumo.
A medida que transcurrían los 90 Kerouac se puso "de moda", comenzaron a reeditarse en castellano no sólo "On the road" sino el resto de su obra, y los beats acabaron el siglo XX convertidos en iconos del hippismo y la contracultura, curiosamente de todo aquello de lo que el viejo y borracho Kerouac renegó en vida.
He recordado a Kerouac estos días, ahora que los periódicos afirman que sigue vivo y aparece en las librerías "Libro de esbozos" (Ediciones B), una obra inédita del autor que recoge poemas escritos en las libretas de bolsillo que llevaba siempre encima desde 1952. Publicó poca poesía en sus 47 años de vida y, de hecho, ésta sigue siendo lo más desconocido de su producción. Muy aficionado al haiku, los poemas a vuelapluma del padre beat son como eructos llenos de vida y magia. Visor ya había publicado un pequeño volumen de su incursión lírica a mediados de los 90 con el título de "Poemas dispersos". Sí, he recordado a Kerouac estos días y también aquel ejemplar maltrecho de "On the road" que tanto me costó encontrar. Lo presté a mucha gente, con sus anotaciones y subrayados. En uno de esos viajes no regresó, se quedó perdido en regazos ajenos, cumpliendo su destino de libro errante.
En nuestro primer Sant Jordi, mi mujer me regaló otra edición de la novela, aséptica y resplandeciente, y aunque el obsequio me llegó al alma aquel libro ya no era el mismo libro. Seguramente tampoco yo era el mismo. Kerouac, como autor, dejó de interesarme hace tiempo pero aún le admiro. Él representó como nadie la América vencida, contestataria y libre. Murió solo y olvidado, aunque como él escribió a la muerte de James Dean, ¿acaso no estamos todos muertos? Paradójico en un hombre que estuvo tan vivo.
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