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Dino Gelabert-Petrus
redactor
Toma. El título de este artículo de opinión ha cumplido con su misión. Ahora, amigo lector, pasemos a lo importante. Alguno se habrá fijado que los periodistas o trabajadores de la información, estamos castigados en el Pavelló Menorca frente a la peña A Por Ellos!, ruidosa a la par que efectiva en su misión de apoyar al equipo y tomar la iniciativa a la hora de entonar algun 'A por ellos', valga la redundancia, o 'Un senyor damunt un ruc', acompañados sutilmente por La Penya Forera. Es genial ver cómo aproximadamente 5.000 menorquines se hermanan para orar un himno que gracias a los IGA es más nuestro que nunca.
Pero entre canto y canto normalmente siempre se cuela algún 'hijo de nianonaino' y cosas así. Sucede, y juro que no entiendo, que la afición menorquina (presume la isla, y los jugadores visitantes lo sustentan, que es una de las mejores de España) reciba al trío arbitral en su primera aparición sobre el parqué a golpe de pito, comprensible, e insulto. ¿Por qué? ¿Sólo por haber salido a calentar? ¿Influye su presencia en el calentamiento local o visitante? ¿Pactan sus diabólicos y entramados planes, sus conspiraciones ancestrales, mientras Varda ensaya el triple o mientras Moss estrena el aro?
El insulto es la herramienta fácil a la que aferrarse cuando la impotencia, queramos o no, nos puede. Dicho de otra forma, significa ponernos a la altura de la persona de turno que nos jiba. El tiempo ha hecho que de un modo casi impulsivo cualquier decisión contraria a los intereses del individuo se vea acompañada de un improperio con el que susodicha persona se queda más aliviado, sin que afecte de forma alguna a la decisión del árbitro. Ya sea en fútbol, baloncesto, tenis o bádminton.
Otro de los habituales es atacar verbalmente a un jugador visitante algo que, visto lo visto, deja al agresor sumido en un pozo de ignorancia. ¿Ejemplo? Llamar 'etarra' a algunos jugadores del Iurbentia Bilbao me parece impropio y excesivo, y deja al autor como un insensible que no aprecia realmente cuál es la magnitud del problema del terrorismo.
Hubo un tiempo en el que insultaba. Pero veía los insultos como una forma de hacer la gracia entre el grupo de amigos para reirnos un rato, sin pensar seriamente en lo que decíamos. Pero claro. No será a raíz de estas líneas, que se acaben estas 'bajanades' en los campos de fútbol, por aquello de que el público es el que paga.
Pero claro, cuando a tu vera tienes a un niño, en proceso de formación, es decir, con los canales receptivos de información abiertos de par en par, y ve que un adulto empieza a empalar a la madre de no sé quién con adjetivos que distan kilómetros del clásico 'guapo', lo adopta como algo normal. Y eso no mola, porque los chicos son los adultos del mañana y bastante servidos vamos ya con la generación de ahora, como para que la del mañana siga así.