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Diego Prado
Rabinad se llama Antonio, como no podía ser de otra manera. Es el librero-escritor que todos los domingos planta su puesto de libros de segunda mano en el concurrido y popular mercado de Sant Antoni, el paraíso barcelonés de los amantes de los libros de lance, las ediciones vetustas y las rarezas editoriales. En mis primeros tiempos de exiliado frecuentaba regularmente el mercado. Quienes me conocen saben de mi afición por los libros viejos y los autores olvidados, después de todo sinónimos mismos de nuestra existencia caduca.
Un libro, como el recuerdo de una persona estimada, nunca muere. Aunque tenga cien años, quien se adentra por primera vez en sus amarillentas páginas asiste al milagro del principio, donde comienza de nuevo todo. Un libro se regenera con cada nuevo lector y por eso mismo detesto a quienes los comercializan como meros objetos de consumo. En Sant Antoni no, allí los libreros no sólo venden mercancía, venden también parte de sus vidas, como Antonio Rabinad. Excelente escritor oculto, Rabinad vive en una casa forrada literalmente de libros hasta el techo, remesas algunas que van a parar a su puestecillo del mercado. También hay libros suyos, algunos publicados por Planeta en los 80, la mayoría descatalogados pero buscados por sus fans. Antonio se hizo "famoso" cuando Aranda adaptó su novela "La monja libertaria" al cine con el nombre de "Libertarias". Famoso es un decir, claro. Se trata de una fama muy distinta a la que venden hoy por esos programas de televisión, donde niñatos con un mínimo de talento van a cazar la gloria falsa de los focos mientras se dejan descuartizar sádicamente por jurados inflados de ego y mala leche.
La fama de Rabinad es la del autor rebelde que se quedó fuera de la nómina oficial de los novelistas del 50, de aquella que engrosan hoy Marsé, Goytisolo, García Hortelano y compañía. A Rabinad, siempre independiente, esto le importa un bledo. Algunos dicen que es el Marsé del Clot como el propio Marsé lo es del Guinardó. Rabinad es tan buen narrador como lo pueda ser Marsé pero no ha tenido suerte, no ha sabido estar cerca de los poderosos, de los triunfadores, de los tejedores de coronas y los contrabandistas de cetros. Rabinad, a sus 80 años cumplidos, sigue yendo todos los domingos a Sant Antoni a ganarse unos eurillos vendiendo libros de autores que -en ocasiones- conoció en persona, a regalar gratuitamente su sabiduría y plantar su puestecillo como si fuera un confesionario para los letraheridos que van a pedirle consejo.
Yo le busqué en Sant Antoni hace años, y allí estaba, con su barba blanca de abuelo sabio y su inseparable gorra. En cuanto supo que era menorquín me habló, para mi sorpresa, de Ruiz y Pablo. Me parecía increíble que alguien no menorquín supiera de la existencia de un autor tan local, lo que me dio a entender que Rabinad no sólo era un gran escritor sino también un enamorado de los libros y la literatura. No se puede hallar mejor librero, claro. Le pregunté dónde tenía su librería y me explicó que no tenía ninguna, "sólo este puesto". Hablamos de otros autores, me escribió una amable dedicatoria en un ejemplar de su novela "La transparencia" mientras yo le vigilaba el puesto ("hoy ya me han robado dos libros") e intentó explicarle a un parroquiano por qué un ejemplar de la "Poesía Completa" de Cernuda era tan caro ("hombre, es que es la edición de Barral, una edición mítica").
Antonio Rabinad había sido amigo de Barral, el primer editor que apostó por él cuando vivía en el exilio y que le publicó "A veces, a esta hora" (1965), la novela cuya aparición determinó su vuelta a España.
Antes de despedirnos me dijo que le gustaría que le comentase en otra ocasión lo que me había parecido la lectura de "La transparencia", una obra que había ganado en 1985 el premio Ciudad de Barbastro y había editado Lumen. La novela me pareció una excelente introducción al mundo narrativo de Rabinad, caracterizado por una prosa limpia, lírica, ejecutada con la demora del orfebre, y teñida de una peculiar ironía no exenta de cierto poso amargo. Algún tiempo después pasé, en efecto, por Sant Antoni pero me dijeron que no estaba porque había ido a Madrid para participar aquella noche en el programa de libros de Sánchez Dragó. No imaginaba a Rabinad por la tele, tocado con su gorra de visera.
Algún energúmeno, tiralevitas de despacho, le despidió de su trabajo como director literario de Seix Barral en 1976. Aprovechó el parón y la indemnización para escribir la que probablemente sea su mejor obra, "Memento mori" (1989), señalada por la crítica como la más grande novela que se ha escrito sobre la Guerra Civil en Cataluña. Pero aun así -incluso tras la reedición de Círculo de lectores-, Rabinad continuó siendo un autor minoritario. En uno de sus libros ironizaba sobre el futuro, diciendo que en el 2000 le iban a dar el Nobel más secreto de la historia. Quizá por ello, en una entrevista enABCen 2000 afirmaba: "Si me dieran el Nobel me hundiría. Claro que para eso te tiene que conocer el Ministro de Cultura y dudo de que sepa ni que existo". Su última obra, la divertida novela "El hacedor de páginas", apareció en 2005 en Lumen. Tiene 600 páginas y el autor se tuvo que operar de cataratas tras el esfuerzo.La Vanguardiadio la noticia de la aparición de esta obra con el significativo titular de "Últimas noticias de Rabinad". La novela, magnífica, repleta de guiños literarios, dobles sentidos, juegos, distintas voces y niveles de lectura, pasó nuevamente desaper­cibida ante los amodorrados críticos y los lectores abonados a sucedáneos como de "El código Da Vinci". Qué pena de país.
Hace tiempo que no voy por Sant Antoni. Demasiada gente. Los libros necesitan ser hojeados en silencio y calma. Desde entonces tampoco he vuelto a ver a Rabinad, pero le he seguido leyendo con placer. Sé que es uno de los grandes, aunque la gente le lea poco y los jóvenes no le conozcan. Un grande humilde y lleno de bondad, como son los auténticamente grandes, sin laureles ni más reconocimiento que la admiración de los lectores que peregrinan hasta su puesto cada domingo, allá donde quizá, de vez en cuando, habla de nuestro Ruiz y Pablo. Bendito sea.

Antonio Rabinad nació en Barcelona en 1927, en el seno de una familia aragonesa, hijo de un encargado portuario, perdió a su padre en la Guerra Civil. Su infancia transcurrió en una casa al lado de las vías del tren.