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Raquel Marqués Díez
Piratas lo somos todos. No se engañen. Con soportes materiales de mayor o menor sofisticación, de acuerdo, pero en algún momento de nuestra vida todos hemos sido copiadores ilegales de productos culturales... Hoy tengo nostalgia de la era analógica. Hoy va por todos los "piratillas" que disfrutaron grabando sus cintas para sacarlas a paseo en sus walkman's último modelo.
Era todo un ritual. ¿Recuerdan? Esperábamos impacientes la salida al mercado de un nuevo álbum. Luego, una vez localizado al comprador (amigo o conocido), se le convencía para que nos dejase registrar la música en una cinta virgen. Corrían los ochenta cuando los adolescentes nos conformábamos con una media de 60 minutos de canciones envueltas en un duro plástico rectangular. Se nos caían al suelo una y otra vez, a veces, incluso, las pisábamos sin querer y ¡no pasaba nada!, aquello seguía sonando como si tal cosa... Tiempo atrás también confeccionábamos nuestra lista de greatest hits radiofónica. Éramos, a mucha honra, auténticos chapuzas. ¿Quién no guarda aún una de esas cintas de popurrí donde entre tema y tema se colaban las cuñas? ¡Qué auténtico!
Entonces nadie hablaba de leyes contra la piratería, de los "tops manta" o de la amenaza que supone eMule para la propiedad intelectual. Entonces la cultura se compartía sin más.
El proceso, por supuesto manual y muy artesano, se las traía. Tenía su miga, pero para nosotros tardar dos horas en grabar un max mix era lo más normal del mundo. Había que estar atento a darle al botón de grabar (REC) antes de que empezara cada canción, a que el tema sonara entero y a parar la grabación cuando acabara, y cuidadito con los errores... Así pasábamos muchas tardes del sábado. Los había muy profesionales y otros que se centraban en la estética del producto final. ¿Era usted de los que colocaba todas las pegatinas que venían con la cinta, sin saber muy bien qué significaban?
Mi amiga Mercedes -siempre tan apañada- rotulaba el cassette que era un primor. Me encantaba que me grabase uno de sus discos porque a su vuelta esa cinta vacía era el máximo exponente del tunning musical. Un diseño de autor, único y original, por el que hoy las discográficas pagarían millones.