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Pep
Mir
Ante la pregunta sobre qué es un buen libro (ampliable a qué es una buena película, o un buen cuadro, o un buen cocinero) la respuesta rápida que se dispara como un resorte para salir del paso sin meterse en berenjenales es: "esto depende de cada uno, de si le ha gustado o no". Aún compartiendo la premisa incuestionable de la subjetividad, el interrogante puede dar varios pasos más hacia adelante: ¿Cuándo puede considerar una persona que un libro le ha gustado de verdad? ¿Es suficiente con que le haya entretenido? ¿A cuántas personas tiene que haber gustado un libro para ser considerado un buen libro? ¿Existen unos parámetros mínimos que debe cumplir un buen libro?
El debate es largo y peliagudo, no obstante me atrevería a situar el factor diferencial entre un buen libro y el resto en su capacidad para despertar sensaciones, para alterar el estado de ánimo del lector y, más a medio plazo, permanecer en su memoria con cierta nitidez. No cuentan, claro está, las sensaciones de rechazo, aburrimiento o sueño, o la risa esporádica por la ocurrencia aislada, sino sensaciones con mayúsculas como compasión, indignación, inquietud, pena, empatía o incluso hilaridad de largo recorrido, entre otras. Si un libro genera sensaciones compartidas por muchas personas, si se lo recomiendan, si trasciende su contenido más allá de la intimidad que se establece entre páginas y lector, si las sensaciones que transmite permanecen en el tiempo sobreviviendo a autor y lectores, entonces, creo, se puede hablar de un buen libro más allá de la subjetividad, aunque siempre haya alguien a quien no le guste.
Viene este rollo a cuento de "El niño con el pijama de rayas", de John Boyne. Es una historieta de pocas páginas y lenguaje sencillo, al principio parece incluso una historia previsible, obvia, infantil, pero al final, en las últimas treinta páginas, se desata y cuando uno cierra el libro tras haberlo finiquitado, nota una especie de vacío en el estómago, un "glups" de pavor, rabia e impotencia. Estremece, impacta y más aún porque el lector va intuyendo el final, lentamente, y experimenta aquel sentimiento de "¡ay, no, ay no, no no no!", que se ve finalmente frustrado. Es toda una patada en la boca de aquellos que aún parecen atreverse a justificar determinadas barbaries. Por ello, a mí me parece un buen libro. Si lo es más allá de mi subjetividad, si lo es para la historia, ya se verá. Yo digo que sí.