TW
0

RAQUEL MARQUÉS DÍEZ
Soy hipocondriaca, ergo tengo la gripe aviar. Desenfundo mi pack de farmacia. Un sobre de frenadol, el inhalador de mentol y alcanfor que tanto mal hace a las fosas nasales y juanolas. Todo esfuerzo es poco para respirar de nuevo. Después de tres días de estornudos y tos una ya cree haber vencido al "pollo". Pero no. Siento el mal del ave tan adentro como si me hubiese trasladado a vivir a una granja. Por suerte aún no me ha dado por cacarear. Me duele todo y deliro. El poco raciocinio que me queda me invita a sucumbir a un sueño narcotizante. En la fase REM me da por fantasear más, si cabe, sobre una enfermedad (y ésta que viene a continuación es la única certeza de mi diagnóstico) que me ha contagiado mi único vínculo con el mundo exterior, al que no se le ha ocurrido otra cosa que recalar en la Isla con un virusmade inShanghai.
Cuatro de la madrugada. Con los ojos abiertos como platos pienso en cómo vivir las horas previas hasta que suene la alarma de mi despertador. Podría leer, contar borregos o añadir un capítulo más a mi vida enfacebook..., pero la cosa no está para tirar cohetes pues he perdido las facultades táctiles y oculares, sin contar las gustativas y olfativas. Sólo distingo el agua delfrenadolpor su color.
Sorpresivamente opto por entregarme a la que fue mi más grata compañera de estudios, la radio. Y digo sorpresivamente porque quien más quien menos convive en casa con unatele, un ordenador, el Canal Plus y una interminable colección de cedés... En fin, distracciones más que suficientes para ignorar la FM.
Allí estaba yo girando la ruedecilla de un transistor olvidado, más cercano aEn busca del fuegoque aMatrix, buscando la frecuencia del entretenimiento. Y allí estaba ella. Descolorida, más gris que negra, con su altavoz estereo repleto de motas de polvo, pero ansiosa por escupir de nuevo las voces de las ondas. Una hora más tarde, las cinco tocadas, me doy cuenta de que hay vida más allá del ocio virtual. Un aparato tan simple como la radio es el secundero de la historia. Hasta entonces pensaba que los primeros en desperezarse por la mañana son quienes despliegan los semáforos y los pasos de cebra. Oyentes y locutores les aventajan. Allí también estaban ellos, en una oscura noche de insomnio, recordándome que, con perdón del señor Cervantes, el progreso no siempre consiste en el cambio. Prueba fehaciente de ello es que, como dice Joaquín Sabina, "los gimnasios están llenos y las librerías siguen vacías".