TW
0

Diego Prado
Oí hablar por primera vez de Ángela Vallvey hacia 1998, una década ya, por cosas de un premio de cuento que otorgaba una desaparecida revista de Barcelona. Ella era jurado y yo concursante. Junto a Ángela estaban también los escritores Tino Pertierra y Care Santos. Como tuvieron a bien darme el segundo premio, me mandaron un diploma que reproducía la portada de la revista convocante y un libro dedicado de cada uno de los miembros del jurado. El de Care Santos (que era un ejemplar de su primera novelaEl tango del perdedor) llegó dedicado a una tal Marta Planas, otra de las galardonadas. Supongo que el mío le llegaría a ella, nunca lo supe. En cuanto al de Ángela, era un bello poemario llamadoEl tamaño del universocon el que acababa de obtener el Premio Jaén de poesía. Por entonces Vallvey había publicado un par de libros para lectores jóvenes pero era una novelista aún desconocida. De esta forma descubrí yo a Ángela Vallvey, como poeta, faceta ésta que ha sido un poco eclipsada por su éxito de narradora.
En aquel librito editado por Hiperión, junto a una dedicatoria de letra apresurada y nerviosa que nunca he podido descifrar del todo, aparecía una foto grande de Ángela, toda vestida de negro. Uno la mira ahora y es como si la dentellada del tiempo no hubiera pasado por aquel rostro nórdico, de piel blanca, tan aparentemente extranjero como podría indicar su apellido, pese a que Ángela es castellana de Ciudad Real y crecida en Granada. Hay algo de hermoso rasgo escandinavo en su cara, en los inteligentes ojos (que, contra todo pronóstico, no son azules), algo etéreo y al tiempo duro, surgido del frío. A Ángela le pegaría ser holandesa, o ya puestos, danesa o noruega, aunque su estatura la desmintiera. No puedo sino imaginarla en paisajes nevados, dulcinea sin más quijotes que sus libros, enarbolando una enorme bufanda como si ésta fuera el pentagrama donde tendiera sus versos al frío sol de las lejanas tierras del norte.
Poco después de aquel "encuentro" Ángela se fue afianzando en su carrera como novelista y publicóA la caza del último hombre salvajeyVías de extinción, ambas en la antigua Emecé, que llamaron la atención de la crítica al asomar ya un estilo muy personal que no ha abandonado y donde se demostraba que dos de sus notas más destacadas (la ironía y cierto humor negro) no son sólo patrimonio de los escritores masculinos. Su llegada hasta el gran público se produjo en 2002 cuando ganó el Premio Nadal con la divertida novelaLos estados carenciales.
Mi segundo tropiezo personal con Ángela se produjo más o menos -vía email- por aquellas fechas del Nadal, o un poco después. Teníamos buenos amigos comunes e incluso nos asomábamos en las páginas de la misma revista de creación literaria,La bolsa de pipas, de la que hoy es miembro de su Consejo de Redacción (dicho de paso, un consejo muy divertido, que no cobra un colín). De esta forma y por amistad con Román, el director de la revista, Ángela se ha mantenido de una manera u otra vinculada a Mallorca, y supongo que a algunos colaboradores de aquellas páginas como yo mismo.
Hoy Ángela Vallvey se halla merecidamente instalada en la primera división de nuestras letras castellanas. Forma parte de numerosos jurados de novela, aparece en revistas y periódicos, la traducen a multitud de lenguas, le dan galardones. De vez en cuando la veo aparecer por la TV, en esas tertulias de sobremesa tan aburridas que ella festonea con su sonrisa burlona y su flequillo juvenil, y aunque en algunas ocasiones no comparto todas sus opiniones, éstas están siempre expresadas con inteligente vehemencia, con aquella voz suya, algo atropellada, que delata la niña imaginativa y no sé si tímida que debió ser. Ahora le han dado el premio finalista del Planeta con la novelaMuerte entre poetas, intuyo que un irónico ajuste de cuentas personal con el mundo poético que tan bien conoce y que no siempre le ha sido amable. Ha supuesto una alegría para los amigos, claro. Esto aumentará su nómina de lectores, aunque yo guarde la esperanza de que, por cierta lógica umbilical, estos busquen también sus versos, los grandes desconocidos aún de su producción. Y mientras eso ocurre, en la vorágine de la promoción planetaria, espero y deseo no sólo su éxito, sino que Ángela siga siendo aquella mujer de grata conversación, valiente, amable y accesible que siempre me he encontrado. Después de todo, pese a ese frío antiguo que me habla de ella y que me evoca su nombre de extinguido ser alado, seguro que no se debe estar tan mal en esa alta cumbre.