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Raquel Marqués Díez
A las puertas del aeropuerto en un domingo cualquiera me fijo en que la gran mayoría camina con un libro bajo el brazo. Me pregunto si los afanosos lectores viajeros habrán pasado de las ocho primeras páginas... Tengo fe y pienso que todos los porteadores de literatura se concentran en las colas de facturación cuando concluye el fin de semana. Veo desfilar las últimas novedades de Saramago, Fernando Savater, Ana María Matute, Stieg Larsson... Sus páginas son ya historias de altos vuelos vividas por pasaje y personal aéreo. Contra una columna, sentado en el suelo, Daniel sigue hojeando "El Pijama ..." sin atreverse a acometer su lectura. Como es de aquellos a quien el exitazo literario le mosquea, relee las primeras líneas de John Boyne como quien se saca una babosa de campo del zapato. Sus compatriotas de tierra lo miran con recelo pues el relato de Bruno tras la verja de Auschwitz no copa las cuatrocientas páginas a las que habitúa un bestseller, y eso en círculos aeroportuarios, te hace quedar como un lector, lo menos, de tercera regional. Por suerte para Daniel y para mí misma, ya hace muchísimo tiempo que nos caímos del Planeta. Y digo por suerte porque sólo los suertudos pueden pasar por esta vida sin la necesidad de ir de farol.