Recuperar la dignidad

J.C.
Madrid
Por bajo que se haya caído, siempre es posible redimirse. Ésta podría ser la idea que sobrevuela la novela "El archivero de la Lubianka", de Travis Holland, donde un hombre sin fe ni esperanza recupera la dignidad cuando cae en la cuenta de la injusticia que el sistema está cometiendo y de la que puede convertirse en cómplice si no trata de hacerle frente, aunque ello comporte un evidente riesgo. A partir de ese gesto, su vida será distinta.
El sujeto que se halla en tan duro trance es un funcionario de los archivos de la policía política de Stalin, quien poco antes del estallido de la II Guerra Mundial tiene asignada una tarea que podríamos considerar más burocrática que policial, pues tan solo debe ocuparse de controlar las creaciones de los escritores desafectos para destruirlas sin compasión, antes de que infecten a los lectores. Así lo va haciendo, con parsimonia y dedicación (como si el tema no fuera con él), hasta que un día le corresponderá interrogar a un escritor escasamente adicto al régimen como es Isaac Babel. A partir de entonces caerá en la cuenta de que está sirviendo a un régimen corrompido desde la raíz y la peripecia personal en la que se involucra mostrará que no todo está perdido en su conciencia.
Se trata de una novela, claro está, pero el escritor que sirve de referencia en este relato existió de verdad y fue perseguido por aquella siniestra máquina que trataba de silenciar toda clase de disidencia, tanto la real como la temida y, por tanto, nunca llegaría a manifestarse, pero se trataba de atajar cualquier clase de rebelión, aun la que no existía. Isaac Babel, el autor de "Caballería roja", entre muchas otras narraciones, es solo un ejemplo, una mera referencia entre los cientos de autores que fueron sometidos a la humillación, a la purga, al campo de concentración e, incluso, a la muerte. No hace falta explicar aquí cuán feroz fue la persecución a todo cuanto se movía alrededor de los dirigentes políticos de la Unión Soviética, aunque no constituyera ningún peligro real, pero la paranoia alcanzaba unas cotas difícilmente superables.