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Horacio Alba
Parece que la tónica en la publicación thrillers librescos -desdeEl código Da Vinci a La sombra del viento pasando por El ladrón de libros, y sin olvidarEl nombre de la rosa, verdadero long-sellery rara avis en ese sentido debido a su calidad literaria y a las referencias tanto filosóficas como literarias, con guiño incluido a Borges- empieza a variar y que, tras la avalancha mimético- económico-editorial que produce un éxito de ventas y tras el que se multiplican los clones, secuelas, precuelas y demás hijos legítimos o naturales, aparecen en el mercado libros de temática libresca pero ya alejados del libro como "muffin". Borges decía lo siguiente en relación a los libros: "Si la herramienta es una extensión de la mano, el libro es una extensión de la imaginación". Y esta extensión, en mayor medida que ninguna de las herramientas que ha construido, es la que le permite ir más allá de su experiencia y vivir, imaginar, recrear, experiencias ajenas sin el trance ni las molestias -ya sabemos que Borges no era lo que se dice hombre de acción- de las experiencia propiamente dichas. Pero, sobre todo, el libro es, o al menos ha sido hasta no hace mucho tiempo, un instrumento que enfrenta al lector con sus propios límites, con sus propias creencias ofreciéndole la llave para introducirse en el terreno infinito de lo ilimitado por excelencia, la imaginación.

En menos de un año han llegado a los lectores dos libros que se acercan, de manera muy distinta, al mundo de los libros. Por una parte tenemos el cuento Mendel el de los libros-no llega a novela corta ni a nouvelle, apenas cincuenta páginas en formato bolsillo- de Stefan Zweig (1881-1942) y publicado por el Acantilado en su colección Cuadernos y, por otra, la novela corta -esta vez sí, ya que llega a las ciento veinte páginas- del dramaturgo inglés Alan Bennett tituladaUna lectora poco común. Se trata de la tercera novela que este autor publicada para Anagrama en su colección Panorama de narrativas tras Con lo puesto, una divertida historia que novela en torno a un peculiar robo, yLa ceremonia del masaje.

Como he comentado antes, ambas novelas giran en torno al mundo de los libros, pero lo hacen desde puntos de vista muy distintos, respondiendo sus diferencias tanto a cuestiones epocales, (1929 el de Zweig y 2008 el de Bennett) como a intenciones y objetivos. Por una parte, y siguiendo el hilo conductor que podemos rastrear en la obra de Zweig y cuyo hito fundamental seríaEl mundo de ayer(Memorias de un europeo), encontramos enMendel, el de los libros, más que una apología de la lectura o de sus bondades, la alabanza de un hombre entregado al negocio de los libros, es decir, a la parte más superficial de dicho material sensible. Zweig nos describe cómo este librero conoce de "memoria" todos libros editados sobre cualquier tema que se le presente y su capacidad para describir la ficha técnica de cada ejemplar, precio incluido. La "superficialidad" de esa virtud hace que Zweig bosqueje tímidamente una alabanza de lo espiritual de los libros y se centre en el tema que le interesa, es decir, la desaparición de un mundo que vendría representado por la caída en desgraciaMendel, el de los libros. De nuevo Zweig nos presenta la memoria como único vínculo que une el pasado con el presente, y cómo dicha memoria comparte la eficacia con la precariedad tal y como sucede en La novela de ajedrez.

Por su parte, la novela de Bennett, ya desde su título, se presenta como una visión desenfadada de los estragos que puede producir la lectura en una mente poco habituada a la lectura, en este caso, en la de la Reina de Inglaterra, pero sin llegar a los estragos del mayor y más universal de los locos a causa de los libros, Alonso Quijano. De una manera más bien esquemática vemos cómo la protagonista va introduciéndose en el mundo de la lectura, primero de la mano de un consejero, que es de todo menos áulico ya que se trata de un joven cocinero llamado Norman, y luego ya de manera autónoma -¿autonomía ganada gracias a la lectura?-, y cómo esta nueva afición no sólo causa recelo en su entorno, sino que, además, empieza a absorber de tal manera a la lectora que, incluso, ésta empieza a desatender sus compromisos y a inquietar con sus preguntas relacionadas con la literatura a sus insignes invitados, entre ellos el Presidente de Francia -que no sabe darle información sobre Jean Genet-, su primer ministro, sus consejeros o todo aquel se ponga a su alcance. Se trata de una novelita que deja muy a las claras y de manera bastante inocente cómo la lectura se está empezando a proscribir en el mundo actual.

Podrá el lector optar por uno estos dos tipos de lector, el de Zweig, más bien relacionado con elFunes el memoriosode Borges, otra vez Borges, verdadero creador de laberintos librescos; o por el de Bennet, más ligado a la tradición de los voraces lectores olletraferits, maravillosa palabra que sirve para describir las penas y las alegrías a las que nos conducen, al igual que el amor, las lecturas. O como diría Lope de Vega: "¡Esto es amor!, quien lo probó, lo sabe".