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Raquel Marqués Díez

Hace un mes que compré la cláusula de rescisión del facebook. Y usted dirá "¿y qué pasa?", pues pasa y mucho. Pasa que ya soy libre, y pasa que desfeisbukearse a uno mismo es de valientes. Como siempre lo ha sido llevarle la contra al mundo. En los últimos treinta días me he encontrado a algunos de mis cien amigos de la red social que tras clickar sobre mi perfil experimentaron en primera persona el vacío internauta más absoluto. Yo ya no estaba allí y el muro blanco donde antes vomitaba vida y milagros acerca de mi cumpleaños, profesión e incluso estado sentimental es hoy un agujero deshabitado de información. Desde que ya no estoy en el famoso feis ya no soy nadie. No vean lo bien que sienta saber que tus colegas, -y no tan colegas-, ya no husmean, al menos virtualmente, en tus quehaceres diarios. Es más, desde que he dejado de ser una "chica feisbuk" me he entregado a la resistencia, a un radicalismo casi tan férreo como el de los movimientos antiglobalización. Después de mi breve experimento sociológico mi contraataque promete. Por lo pronto he ganado tiempo. Ahora gasto mis horas ociosas en leer, pasear en bici, jugar al tenis, ver "Lost" y hacerle los coros a Sabina. Me la trae al pairo quefulanito o menganito tengan un día triste, estén eufóricos o hayan roto con la novia. He conquistado mi libertad. Llámenme radical si quieren, pero sé que algunos de ustedes harán lo mismo tras leer este artículo, y con eso me basta.