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La arquitectura de Nicolás Faedo Sáez se concibe desde el propósito de lograr una conmovedora huella artificial

Llucia Pons
Maó

Reciben en su taller dos tigres de madera maciza subidos a un viejo piano. Su despacho, situado en el primer piso de una antigua casa de la Plaça Conquesta de Maó, tiene dos ventanas con vistas privilegiadas al puerto, no obstante las cortinas impiden que el arquitecto se distraiga de la ejecución de sus proyectos. Nicolás Faedo Sáez nació en Montevideo hace treinta y siete años, no obstante a los dos años ya estaba en Menorca, isla que lo ha visto crecer y a la que se siente del todo ligado. Su interés por la arquitectura lo relaciona con su pericia con la plástica en su niñez. El dibujo es el embrión de cada uno de sus proyectos arquitectónicos.

¿Existe un sueño previo al proyecto arquitectónico?
Existe. Concebir un espacio que haya sido impensado. La arquitectura ordena servidumbres hondamente humanas con la voluntad de lograr un impensado arte de vivir. Su significado se produce en el lugar (o huella natural) que quedará alterado por la construcción humana (o huella artificial). En este sentido, procuro que las irremediables tensiones que se producen entre lo natural y lo artificial resulten conmovedoras. Aunque, si le soy sincero, me interesa más la vida que la arquitectura, la encuentro más compleja. La vida es la verdadera querida del hombre, y de la mujer. La arquitectura es una vocación paralela a mi vida. Me interesa más el pasado que el futuro.

¿Qué importancia tienen para usted las pautas culturales y las características del entorno?
Mucha. Siempre y cuando no provengan de tópicos sociológicos y ambientales. Me interesan las raíces desde un punto de vista puro, pero no las sucesivas distorsiones que se han depositado sobre ellas y que, probablemente, fomentan equívocos formales. Encuentro en la Isla raíces notables pero también tópicos solapados que hay que saber descubrir para poder recuperar el origen.

¿Cree usted que la arquitectura puede integrarse en el entorno?
No. Entre lo construido por el hombre (en cuanto huella artificial) y el lugar previo al hombre (en cuanto huella natural) no existe posibilidad de integración. Las huellas de las que le hablo pertenecen a dos mundos distintos. Lo natural es el lugar divino mientras que lo artificial es la construcción preñada de errores. Hay ejemplos que han intentado esta fusión pero, sinceramente, transmiten signos de verdadera impostura. Queda una última opción, que es hermética e interesante, que es la de no construir. Éste sería el verdadero ejemplo de integración, no tocar. La capacidad de formar un todo no es cosa del hombre.

¿Cuál es su compromiso como arquitecto para y con la naturaleza de donde construye?
¿Qué quiere decir con compromiso?

El respeto que le debe a donde se ubica su obra.
Si las tensiones son conmovedoras, sinceramente conmovedoras, entiendo que la propuesta ha sido acertada. No obstante, he de declararle que no siempre acertamos. Suele ser muy probable que empeoremos lo que había antes. Para concluir estas apreciaciones le diría que guardamos en la memoria muy pocas obras memorables, acaso ninguna. Por lo tanto hay respeto sólo si logramos que lo que hacemos devuelva la mirada al que lo mira, y sobre todo al que lo vive.

¿Puede que el arquitecto actualmente se haya vuelto un poco soberbio?
Es probable. Acaso exista la soberbia por querer mantener, de un modo contundente, un proceso sin fisuras, un camino único. A veces preferimos no claudicar, aun con el peso de la culpa que puede significar el equívoco, que bifurcarnos hacia la nada.

¿Cómo ha de entender el arquitecto las limitaciones creativas de los condicionantes previos al proyecto?
Se deben dar dos condiciones simultáneas para que un proyecto pueda avanzar, primero una cierta fortuna en el que proyecta pero también una cierta inspiración en el que encarga. Para hacer arquitectura no sólo se necesitan méritos proyectuales sino un cliente que te devuelva la mirada. No obstante, hablando de normativas, planeamientos y clientes hostiles, lo verdaderamente meritorio es que, a pesar de todas esas servidumbres, pueda ocurrir la arquitectura. Habiendo sorteado todos esos obstáculos, su aparición parece todavía más estimulante. La absoluta libertad también puede producir un engendro.

¿Qué es lo que hace que una vivienda sea digna de ser vivida?
Encuentro que lo que puede hacer soportable la vida en cualquier recinto no sólo proviene de lo que uno desea del recinto sino también de lo que uno desea de la vida. Dostoievski generó un corpus teórico espléndido en condiciones infrahumanas. Además del espacio es importante el arte de vivir. Está claro que lo que podríamos nombrar como estilo inmobiliario, esa sucesión de promociones indiferentes que frecuentemente acaban siendo el lugar de nuestra vida, pueden producir nihilismo y deses­peración vital. Pero incluso en la cueva hay que sobreponerse. Los libros, por ejemplo, ayudan.

¿Hasta qué punto la arquitectura actual es heredera de la del Movimiento Moderno?
La Modernidad es una nostalgia porque concluyó hace más de sesenta años. Cierta arquitectura actual se aproxima a simulacros obscenamente caros, mientras que la Modernidad perseguía destinos más serios. La actualidad ha derivado hacia tendencias próximas a la vacuidad del parque temático. No quiero imaginar el porvenir de esos edificios. Yo, por supuesto, no practico esa arquitectura.