Un brazo afectado de escabiosis, la denominación médica con lo que popularmente se conoce por sarna.

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Tres miembros de una misma familia de Maó padecen sarna, un nuevo brote de esta enfermedad que podría estar más extendido entre la población. Los datos sobre el alcance del brote no se conocerán hasta los próximos días.

Según el relato de la madre de familia, los primeros síntomas de sarna se advirtieron en su hijo. Tiene 12 años y el picor en brazos y espaldas comenzó al poco de comenzar el curso escolar. El médico que lo atendió al principio creyó que se trataba de una alergia y le prescribió antibióticos. La perseverancia de la enfermedad y la advertencia de la madre, que asoció el caso de su hijo a la información publicada en octubre de un brote de sarna en Alaior, llevaron a la diagnosis de esta enfermedad.

Luego se contagió a la madre, de 53 años, quien al cabo de dos meses comenzó a notar los síntomas de fuerte picor por todo el cuerpo. Está convencida de que el foco de la sarna se halla en el centro escolar y que igual que se contagió su hijo es probable que haya más alumnos y familias afectadas. Ahora también la sufre su marido. «Tal vez haya una epidemia», declara.

La única que se salva es su hija, que está embarazada y fuera del núcleo familiar. No pueden tener contacto con ella «justo ahora que esperamos nuestra primera nieta y nos hace la mayor ilusión del mundo», declara la madre, que es quien ha hecho público el caso.

Se queja de la demora con la que se ponen a su alcance los medicamentos recetados. El tratamiento comienza con pomada y continúa con pastillas, las últimas le han llegado con una demora de dos semanas, que es el mismo tiempo que calcula que tendrá que esperar las de su marido, que ha sido el último en caer.

Mientras tanto, «tengo que lavar cada día las sábanas y ropa de cama, pasar el aspirador por el sofá y por toda la casa. Todo ello me supone más gasto y un auténtico engorro. Y lo que es peor, un picor como si tuvieras bichos por el cuerpo», relata. En los momentos de descanso es precisamente cuando más incordian los ácaros y obligan a rascarse a quien los sufre.

Su hijo lleva cuatro meses con sarna y cree que con más diligencia en la medicación ya podría estar curado. «Sé que no es para alarmarse, pero es una incomodidad terrible», añade. Puede hacer vida normal, sale a comprar pero es consciente de que los roces de la ropa o de la piel son un riesgo, controlado, de transmisión de la enfermedad.