Afirma que la mayor aspiración en su vida es ayudar a los suyos. | Josep Bagur Gomila

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La ficha

Originaria de: Obando (Valle del Cauca)

— 213 kilómetros cuadrados.

Idioma —Castellano.

Población —14.980 habitantes.

Moneda — Peso.

Distancia — A 8.951 kilómetros de Menorca.

Actualmente vive en...

— Ciutadella.

Llegó a Menorca...

— en 2007.

Ocupación actual

— Trabaja como cuidadora de personas mayores.

Profesión

— Ha desempeñado muchos trabajos: costurera, recolectora, conductora...

Familia

— Viuda y cinco hijos.

Su lugar favorito de la Isla es...

— Punta Nati.

Frente a quienes eligen Menorca como destino hay personas a quienes la Isla se les cruza en el camino. Ese es el caso de María Bernarda, una mujer que lleva algo más de una década viviendo en Ciutadella, un lugar al que llegó como una de las paradas en ese viaje en el que se embarcó en 2006 dejándolo todo en su país para buscar una vida mejor para los suyos. Dice que hay alguna persona que le ha comentado que su vida da para un libro, pero ella prefiere dedicarse a otras tareas que a escribir. A sus 63 años, después de toda una vida dedicada a trabajar duro, no ve cerca la jubilación, pero sí tiene la vista puesta en regresar a su país para quedarse, «aunque tengo la nacionalidad española, y bien ganadita», presume.

¿Se acuerda del día exacto en el que llego a Menorca?

—Me acuerdo mejor del día que salí de Colombia, el 30 de abril de 2006. Y toda la historia de la aventura que inicié ese día fue una odisea, más que nada todo fue por necesidad. Yo tengo una hermana en Canarias, en Tenerife, y ella era la que ayudaba económicamente a mi madre. Cuando mamá enfermó mi hermana no podía sostener los gastos, no le alcanzaba, y me mandó un billete para que viajara a Tel Aviv, con la idea de que yo colaborara.

¿Por qué ese destino?

—Esa era la única manera que tenía de poder quedarme en España. Entre Tel Aviv y Colombia podíamos viajar sin visado. Sin embargo, para llegar a España, mi hermana pasó mucha pena, fue mucho más complicado en el año 2000, cuando ella llegó, fue horrible.

¿Y cómo se las arregló usted?

—Ella me mandó el billete y me dijo que me las tenía que arreglar para quedarme en España durante la escala en Madrid. Esa fue mi gran odisea. Sus instrucciones fueron que cuando me bajara del avión, siempre girara a mano derecha y que al primer policía que me encontrara me dirigiera a él para pedir asilo político. Cual fue mi sorpresa cuando vi que todo el vuelo en el que llegué a Barajas tenía el mismo propósito que yo, todos queríamos asilo político. Aquello era una gran montonera; me alivió ver que no estaba sola en ello.

¿Se sintió más respaldada?

—He de decir que la policía de inmigración fue muy buena, se portaron muy bien con todos nosotros. Estuvimos durante ocho días en Barajas, dentro del aeropuerto. Allí nos acogieron en habitaciones, fue una semana horrible. Mi situación era complicada porque llegué sin ningún tipo de papel que avalara mi petición de asilo político. Llegamos en un festivo, el 1 de mayo, y al día siguiente comenzaron a llamar a la gente. Pasaban las jornadas y no decían mi nombre.

¿Estaría desesperada?

—Pues estaba tranquila, porque el que nada debe, nada teme.

¿Pero temería que le devolvieran a su país?

—Sí. Cuando me tocó el turno y llegué al despacho ante la juez y acompañada de una abogada, ahí sí que me traicionaron los nervios y me puse a llorar. Me tranquilizaron y me dijeron que no me preocupara. Yo les conté cual era la verdad de mi historia, por qué había venido a España. Después, nos dijeron que todas las personas que iban a nombrar por megafonía que prepararan las maletas porque iban a ser deportadas. Yo esperé en silencio en mi habitación y lo único que me decía a mí misma es «que sea lo que Dios quiera». Solo rezaba pidiendo que se hiciera su voluntad.

Y su voluntad fue que se quedara.

—Salían aviones llenos deportando gente, pero un día comenzaron a llamar a los que sí iban a dar asilo político. La gente gritaba de alegría y yo daba las gracias. Firmé el documento y nos llevaron a un centro de acogida de Acnur en Madrid. Allí nos instalamos, en un edificio altísimo, donde nos dieron una habitación a cada uno como si estuviéramos en un hotel.

¿Mucho tiempo?

—Pues casi durante un mes, mientras se tramitaban los papeles. Nos sacaban hasta de paseo por las tardes para que conociéramos Madrid, hasta el acueducto de Segovia nos llevaron. Pero claro, hasta que no nos dieran la tarjeta de asilo político todo era muy incierto, un documento con el que no se podía trabajar durante seis meses. Yo comenté que tenía una hermana en Tenerife, pero ni siquiera tenía su número de teléfono. La localizaron y le preguntaron si estaba dispuesta a acogerme, y ella respondió que ése era el propósito. Así que Cruz Roja me pagó el billete y viaje a San Isidro, a un pequeño pueblo de la isla de Tenerife.

Y allí comenzó una nueva etapa, sin Menorca todavía en el horizonte.

—Sí, allí me estaba esperando mi hermana y le di los 200 dólares que me había enviado, sin gastar ni uno solo. El problema en aquel momento era encontrar trabajo, que era a lo que había venido a España. En Colombia era modista y vi un anuncio en el que necesitaban una costurera. Era un empresario de una fábrica que necesitaba sacar un pedido urgente. Me hizo la prueba, me dio el puesto y trabajé durante una semana. Estaba muy contenta, pero al final no me pagó.

Con mal pie empezó su carrera laboral en España.

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—Pues sí. Mi hermana le echó en cara que daba trabajo a quienes no tenían papeles para aprovecharse de ellos. Quedarme en casa no me servía de nada, así que tuve que seguir intentándolo. Así, salía a la calle y un día en la calle principal del pueblo, sentada en un banco, se me acercó una persona que resultó ser de Cali, como yo. Entablamos conversación y le pedí consejo para encontrar trabajo sin tener permiso, le dije que quería trabajar en lo que fuera y ella me ayudó a encontrar un empleo en el campo, en huertas inmensas. ¿Sabes lo que es coger 50 cajas de judías? Yo ni siquiera sabía qué producto era cuando me dijeron qué era lo que tenía que recolectar, en mi país se llaman habichuelas.

Siempre es duro trabajar en campos que se desconocen y además en una situación en la que se había visto obligada a dejar a su familia atrás.

—Sí, era viuda y tenía cinco hijos, pero ya estaban crecidos, la menor tenía quince años. Fue muy duro. Yo se lo digo a la gente, no anhelo riqueza, ni ir a fiestas ni de compras, solo quiero estar bien y trabajar para ayudar a mi gente. Somos quince hermanos, y mis padres tienen 47 nietos y 38 bisnietos; vengo de una familia numerosa, y hay mucha gente a la que ayudar.

¿Cuánto tiempo estuvo trabajando en el campo?

—Ocho meses. Después, me enteré de que había una vacante en otro trabajo que pagaban mejor, en una platanera. Como yo sabía por dónde pasaban y paraban los camiones me presenté para ofrecerme. Le conté al encargado cuál era mi situación y me dio trabajo. Aquellas plataneras eran inmensas, y allí estuve cortando hoja amarilla. Incluso llegué a manejar camiones, ya que tenía experiencia en mi país como conductora de autobuses turísticos. Mi jefe me valoraba como trabajadora, y en función de eso me pagaba.

¿Ganaba bien, si se puede preguntar?

—275 euros semanales, de lunes a viernes. Había algunos trabajadores que solo cobraban 80.

¿Y cómo es que decidió venirse a Menorca?

—Tenía dos trabajos, en el invernadero de cinco de la mañana a una de la tarde; luego llegaba a casa, comía, me duchaba y después trabajaba de lavaplatos en un hotel, de 3 a 11 de la noche. Ese era el tren de vida que llevaba, pero lo aguantaba bien. Aunque en Canarias se pagaba menos que en el resto de España. Entonces, por aquel entonces, como también ayudaba a preparar el buffet del hotel, tuve un percance con la máquina de cortar fiambres en un dedo. Me dieron la baja, y mi sobrino, que vivía en Menorca desde hacía años, me dijo que aprovechara para hacerle una visita.

¿ Y qué le pareció la Isla?

—Al día siguiente de llegar ya estaba trabajando.

¿Pero no venía de vacaciones?

—Sí, pero mi sobrino me consiguió dos trabajos, en aquella época no faltaban ofertas. Cuando me encontré con dos sueldos y vi lo que ganaba, decidí no volver a Canarias. Esa fue la razón de que me quedara en la Isla. He trabajado en muchas cosas, también en hoteles y cuidando personas mayores.

¿Qué le pareció la vida en Menorca?

—Una tiene que adaptarse a lo que hay. Todos los pueblos tienen su encanto, pero me pareció más bonito que Canarias. La verdad es que no he tenido mucho tiempo en todos estos años de conocer la Isla a fondo. Uno de los sitios que sí he visitado y es de los que más me gusta es Punta Nati. A Maó solo voy el día que viajo para Colombia.

¿Regresa mucho a su país?

—Cada año. Primero para ver a mi madre, pero murió hace tres años, y ahora tengo a mi padre con 98 años. Allí están mis hijos y la tierra propia siempre le llama a uno. También a veces vienen a verme mi familia y tengo una hija que vive aquí.

¿Qué echa de menos de su país?

—Todo. Colombia es Colombia. Yo allí tenía mi casa y mi coche. Y cuando me quedé viuda tuve que salir adelante y para ello trabajé como taxista, de forma pirata, con mi carro particular. Aunque siempre me había ganado la vida como modista, a mis hijos nunca les compré ropa, siempre se lo tejía yo. Nadie me enseñó, es la necesidad la que te enseña a sacar fuerzas para salir adelante en la vida.

¿Qué planes de futuro tiene?

—Esto es como un círculo vicioso, voy y vengo, pero ahora que mi madre no está y mi padre es mayor mi intención es volver con mis hijos algún día. Uno siempre tira para su tierra, yo quiero volver allí. El día que me necesiten, volveré. Uno de mis hijos vive en Toronto, y quiere que vaya a vivir con él, pero no a trabajar, me dice que ya tengo que descansar.