En la vieja ciudad de Djenné, patrimonio universal de la Unesco, jugando entre el hedor de las aguas negras que recorren sus callejuelas, ajenas a la guerra que divide su país, con un balde en la cabeza y una cabeza de cordero entre las manos, las niñas me regalan sus mejores sonrisas. | Emilio Chamizo

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Durante tres meses preparé este viaje a Mali, país al oeste de África, que hace frontera con Mauritania, Senegal, Guinea Conakry, Costa de Marfil, Burkina Faso, Níger y Argelia. En su mayoría desértico excepto las partes del mismo atravesadas por el río Níger, es desde hace siete años un país en guerra con múltiples actores y todos con intereses diferentes. Desde los tuaregs del norte deseosos de su propio estado a los diferentes grupos armados yihadistas que intentan reagruparse en ese inmenso territorio e imponer a sangre y fuego, literalmente su guerra santa. Ansar Dine, Al Qaeda en el Magreb Islámico y Al Murabitun y más grupos conocen perfectamente su país , se camuflan por el día entre la población local y atacan preferentemente de madrugada en los lugares menos esperados pero sobre todo en el centro y norte del país y en las zonas fronterizas con Burkina Faso, Níger y Argelia.

Las pésimas condiciones estructurales en educación, sanidad, derechos humanos y también el hambre en el norte hacen que esos grupos armados encuentren un campo fértil para su ideología. Aunque el gobierno legal de Mali intenta, apoyado principalmente por Francia y Europa y múltiples ONGs, recuperar terreno y segurizarlo, es un poco como el juego del gato y el ratón.

Como os dais cuenta es un país peligroso, sobre todo moviéndose por las zonas antes indicadas, por lo que desaconsejo totalmente a turistas adentrarse en esos lugares.
Cuando llegué a Bamako la madrugada del tres de marzo me sorprendió encontrarme antes del control de pasaportes un grupo de sanitarios con sus EPIs blancos y tomando la temperatura a todos los que bajamos del avión y geles hidroalcoholico por todas partes ya que yo había salido de España sin ningún control sanitario.

También sorprende en Bamako, ciudad de unos dos millones de habitantes, donde la contaminación del aire se puede masticar, ver todos los hoteles literalmente blindados, con cabinas de entradas de doble puerta metálica, muros altos de hormigón y concertinas de alambre con pinchos y cuchillas. Sobre todo desde el ataque al hotel Radisson Blu en 2015.
Me alojé en un pequeño oasis de paz llamado el Sleeping Camel con personal muy agradable y servicial, lugar de reunión predilecto del personal de la ONU y de diversas ONGs. Con cerveza fría y comida fresca me dediqué ese día a planificar la logística de las siguientes tres semanas.

Un pequeño consejo que me permito, es deciros que en esos países no seguros, no comentéis nunca con lugareños vuestro planes (incluso mintiendo un poquito), ya que, permitiéndome el chiste, en África, sobre todo en el Sahel, somos un blanco fácil y aún quedan bastantes europeos secuestrados. Así que pagué una semana del hotelito para cubrir mis planes y esa misma noche, con una pequeña mochilita tomé un bus a las 4 de la madrugada con destino a Mopti donde tenía un contacto de confianza. Siendo el único blanco en el bus me coloqué hacia atrás con gorra, gafas de sol y sorprendentemente pasamos todos los controles nocturnos de carretera sin problema.

Durante el viaje decidí no llegar hasta Mopti y al mediodía bajé del bus en el control del ejército en el desvío de Djenné para visitar esa ciudad Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, en otra época turística, donde el simpático sargento al mando, en chancletas y camiseta de tirantes, rodeado de jovencísimos soldados con Kalashnikov, me preguntó si me había perdido y me recomendó extremar las precauciones.

Pasé dos días allí visitando y conociendo sus gentes aunque las instalaciones hoteleras y la salubridad son muy deficientes, las imágenes y sensaciones que me ofreció el lugar fueron maravillosas.

Al tercer día muy temprano tomé un viejo bus hacia Mopti, ciudad al borde del Níger, sin interés, dónde me encontré en la terraza del bar Bozo con mi contacto Salim (nombre ficticio) joven tuareg muy sensato y opuesto a la violencia, que antes de la guerra hacía de guía por el país y con el que me proponía llegar a Tombuctú en un viaje de dos días en su vieja furgoneta Toyota cargada de trastos y conocer a su gente.Viaje largo y peligroso. En Sevaré donde se ubica el aeropuerto ‘internacional’ de Mopti ahora solo utilizado por los militares y vuelos de la ONU intentó por medio de sus contactos colarme en un vuelo de la ONU de una hora de duración a Tombuctú pero fue imposible. Así que en vez de seguir por la ruta más corta y en mejor estado, la nacional 16, prohibida a extranjeros, en Konna nos desviamos hacia la nacional 38 que bordea el Níger, más larga y peligrosa pero más ‘fácil’.
A partir de aquí por seguridad para Salim, solo os puedo contar que tuvimos que ‘convencer’ en varios controles policiales/militares de nuestras buenas intenciones. Nos llevó toda la jornada para llegar otra vez al borde del Níger para cruzar a Niafunké en una barcaza. Había tardado hasta ahora seis días para llegar hasta allí y me quedaban los doscientos kilómetros más peligrosos. A unas horas de la mítica Tombuctú.

Salida de la mezquita. Después de la oración del mediodía, los hombres salen de la mezquita con sus mejores galas y aprovechan para conversar. Las mujeres pueden escuchar la oración en una pequeña sala en la parte trasera de la mezquita. Nunca salen por la puerta principal reservada a los hombres.

Los últimos días me estaban llegando noticia preocupantes de España que avisaban de cierres de fronteras Europeas debido a la pandemia. Así que allí mismo, mirando al Níger, pese a la rabia que me provocaba, decidí dar la vuelta ante la posibilidad de verme bloqueado en Mali por un tiempo indefinido. Y os confieso que siendo blanco, no es ahora el mejor lugar para ello.

En dos días regresé a Bamako vía Mopti donde tuve que comprar un billete de vuelta nuevo ya que Royal Air Maroc me dejó tirado y pude volver a Barcelona con Turkish Airlines vía Estambul. Si miráis el mapa podéis ver la ‘vueltecita’ que supuso.

Durante su educación, los niños de las escuelas coránicas deben aprender a leer y memorizar el Coran (la palabra eterna e increada de Dios), escrito en tablillas de madera en árabe clásico, desde la «fatiha» hasta la última «sura». Cuando lo pueden recitar de memoria,lo que puede requerir años, pueden dejarlo ahí o continuar estudios superiores.

Por ultimo deciros que el Sahel es ahora un lugar muy peligroso, donde se libran desde hace algunos años varias guerras para impedir que la locura del yihadismo se extienda por el continente africano.

El Sahel es nuestra nueva frontera necesita y ayuda auténtica y desinteresada.