Imagen que reproduce la persecución de las brujas.

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La Víspera de Todos los Santos es siempre una buena oportunidad para rescatar alguna de las muchas historias que hacen de Menorca un lugar encantado. Los relatos de gigantes, piratas, brujas y maldiciones no son sólo la suma de las supersticiones de una época, sino el acervo común de nuestra tradición oral, que habla de nuestras pasiones, costumbres y, por supuesto, de nuestros miedos. Esta es una de esas historias.

Magdalena Fornaris, Inés Comellas Fornaris y Juana Goñalons Comellas eran abuela, madre e hija respectivamente. Vivieron en Menorca ente 1620 y la primera década de 1700, cuando la última de ellas fue ejecutada en el garrote vil por «brujería» a instancias del Tribunal de la Inquisición. La sombra de las llamadas «brujas erissones» llega hasta nuestros días empujada como un murmullo sordo por el viento de tramontana. Un rumor viejo hecho de nigromantes y hechiceras, cargado del misterio que envuelve los muchos enigmas de la Isla.

La primera acusación vino de una familia campesina de Ciutadella. En 1692, un payés llamado Sebastián García enfermó de fiebres. En su lecho de muerte vio, en el vano de la puerta de su habitación, a Magdalena e Inés Fornaris. «¿Cómo las has dejado entrar? Son las erissones. Me causan tanto espanto que no puedo vivir»!, dijo antes de morir entre visiones terribles del infierno. Sin embargo su hermana, que contó la escena ante las autoridades de la iglesia local, declaró que en la casa no había nadie.

Otras crónicas de la época recogidas en el libro «Médicos, brujas y el Santo Oficio» de José Luis Amorós, narra otra historia, sucedida poco después. Juana de Olives i Martorell era una joven noble que no había cumplido veinte años cuando se casó con el ilustre Bernardo Olives de Nadal Martí y Despujol en 1705. La pareja era la joven promesa de la aristocracia menorquina, queridos y respetados por toda la comunidad.

No se sabe a ciencia cierta si Bernardo mantenía o no un vínculo con Juana Goñalons Comellas, la más joven de las erissones, de quien el relato popular señala como «de vida licenciosa», cuya prueba sería que «paría cada año». Lo que sí es cierto es que, a poco de celebrarse la boda entre los dos nobles, Juana de Olives enfermó de fiebres y murió rápidamente. Poco después, Bernardo cayó enfermo.

Rápidamente, la más joven de las erissones fue acusada de «hechizar» a la pareja y fue encerrada en las Cárceles Reales de Ciutadella junto a su madre y abuela. Se inició entonces el proceso que en 1706 llevaría a Joana Goñalons Comellas a ser ejecutada con el garrote vil. La prueba condenatoria habría sido el hallazgo de un altar con muñecos de trapo y velas en el domicilio de las erissones, entre otras acusaciones de mal de ojo, elaboración de pociones, abortos y hechicería. En la que fuera su casa, ubicada en algún lugar del casco antiguo de la vieja Ciutadella, todavía se pueden oír sus lamentos en las noches de brujas.

Más allá del mito

Vicent Lozano Gil es magíster en estudios de género, oriundo de Ciutadella y autor del ensayo «¿Dónde están nuestros monstruos?». Declaró a «Es Diari»: «Hay que pensar que Ciutadella era una ciudad amurallada, es decir, un espacio de fuerte control social. Por la noche se cerraban las puertas y todo aquel que deambulaba extramuros era sospechoso de actividades ilícitas, especialmente las mujeres en los siglos XVII y principios del XVIII. A día de hoy todavía circula el mito sobre un canal que conectaba la ciudad con el exterior a través de la muralla conocido como ‘Es forat de ses Bruixes’».

La figura de la bruja como ideario que recorre toda Europa y la América colonial entre los siglos XV y XVIII, emerge casi siempre con las mismas características: una figura femenina asociada a lo díscolo, lo irracional y lo ominoso. Un cúmulo de posibilidades hechas cuerpo, que escapaban al control del mundo del hombre. Puesto en perspectiva, el caso de las erissones es nuestro particular «Juicio de Salem» menorquín. Una historia atravesada por los miedos y anhelos inconfesables de una sociedad atrapada por la superstición, que no contaba con otras herramientas para resolver sus conflictos que el castigo y la delación. Es probable que la vida de las erissones estuviera lejos del ideal de las mujeres de su época. Es seguro que su historia ya forma parte del encanto oscuro e irresistible de Menorca.