J. Mascaró Pasarius junto a una tupa, construcción similar a un talayot durante su viaje en 1975.

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Martí Carbonell, el historiador y coordinador del Curso de Cultura y Arte del Ateneu de Maó acaba de volver de un viaje que le ha llevado hasta la isla de Pascua. Y ha vuelto impresionado por el patrimonio lleno de misterios de una isla de 163 kilómetros cuadrados (la cuarta parte de Menorca) y a 3.000 kilómetros del continente más cercano. Con sus 900 moais de piedra, 400 en construcción y otras piezas arqueológicas extraordinarias, como las tablillas rongo-rongo.

Todos conocemos estas estatuas de piedra llamadas moais, que alcanzan algunas los 5 metros de alto y pesan más de 4 toneladas. Pero verlas en directo impresiona y alienta nuestra imaginación: ¿de dónde salió la tecnología y la fuerza moral para emprender aquella empresa colosal en una isla tan pequeña y apartada?

Hace la friolera de 48 años yo fui a la isla de Pascua. La editorial Pomaire había organizado la primera expedición española a la isla, la ‘Operación Rapa Nui’. La expedición tenía al frente a Antonio Ribera, un famoso ufólogo de la época, porque la expedición pretendía encontrar pruebas de la participación extraterrestre en la erección y desplazamiento de los moais.

Akheanton y un moai, todavía en la cantera de Rano Raraku con una «perilla faraónica», una prueba que intentaba demostrar en el libro de Ribera la conexión entre la cultura de los faraones y la Isla de Pascua. (Foto de Juan Elorduy publicada en el libro).

No encontraron ningún rastro de alienígenas, claro, y Orongo no era una plataforma para el aterrizaje de platillos volantes sino una plataforma de donde los mozos descendían por un acantilado al mar para coger el primer huevo de las aves marinas manutara en los islotes cercanos Motu Nui en la ceremonia del Hombre Pájaro, como se reproducía en la película «Rapa Nui» (1994). Antonio Ribera y compañía tuvieron que acabar aceptando que no había relación entre hombres-pájaro y viajeros de ningún tipo, raza o planeta.

La expedición llevaba como arqueólogo a nuestro insigne menorquín Josep Mascaró Pasarius. Nada más aterrizar en aquella isla Josep empezó a hacer catas en unas ruinas de un poblado cercano a Hanga Roa; pero al cabo de unos días fue interrumpida la excavación cuando descubrieron que Mascaró Pasarius no tenía ninguna acreditación oficial como arqueólogo. Un detalle sin importancia para nuestro recordado investigador, pero no para las autoridades locales. Entonces, nuestro incansable amigo se dedicó hasta el final de su estancia en la isla a corretear por la isla buscando incansable la «Paparona», un mítico petroglifo, referenciado como una especie de ‘estela Rosetta’ del lenguaje rongo-rongo y nunca descubierto.

Una de las siete tablillas rongo rongo con escritura de la Isla de Pascua, único caso de escritura en la Polinesia (siglo XVIII).

La escritura rongo-rongo es quizás uno de los misterios más extraordinarios de la cultura pascuense. Se trata de una escritura jeroglífica tallada sobre unas tablillas de madera con forma de barca. Imaginaos, ¿para qué podía necesitar la escritura un pueblo solitario en medio del océano? ¿para comunicarse con quién? Solo sobrevivieron cinco tablillas al furor iconoclasta de los misioneros y nadie ha podido descifrar su contenido. Así que ya me imagino al bueno de Mascaró Pasarius saltando de peña en peña y recorriendo palmo a palmo la isla, tal como había hecho en Menorca para su documentado mapa toponímico. Pero no encontró la ‘paparona’ (y no debe existir más allá de la mitología, pues en estos 48 años nadie ha dado con el petroglifo) y el misterio de la escritura rongo-rongo permanece así, siendo un misterio.

Acercarse a las ruinas y monumentos de civilizaciones desaparecidas tiene esa atracción por lo desconocido. Queremos saber, interrogamos a las piedras y solo obtenemos respuestas de nuestra imaginación o de la ciencia. El misterio atrae, fascina. Atrae contemplar el esfuerzo sobrehumano y su conexión con creencias mitológicas. La fantasía se activa ante esa combinación de misterio y esfuerzo para erigir pirámides, catedrales o taulas y nos provoca el placer de deducir lo desconocido.

La gran piedra esférica llamada Te Pito o te Henua (el ombligo del mundo) tal como lo conocí en 1975. En la actualidad está protegida… e inaccesible.

Cuando visité la Isla de Pascua en 1975 me encontré con una isla casi virgen. Había un único vuelo semanal desde Santiago de Chile y un barco cada quince días. Yo estuve tres o cuatro semanas para realizar unas fotografías para el libro de la Operación Rapa Nui. Pude trepar libremente por las laderas del volcán Rano Raraku, subir solo hasta el poblado de Orongo en el Rano Kau y me bañé en la playa lejana de Anakena. Viví en la casa de unos nativos, fui con ellos a pescar de noche y desplazándome a lomos de caballos que pastoreaban sueltos y solo había que pagar por el alquiler de la silla de montar. Comíamos, bebíamos, cantábamos canciones pascuenses acompañados de una música sensual. Pude vivir, a mi manera, el sueño de Gauguin en los Mares del Sur y pasar horas contemplando aquel mar más infinito que en ningún otro lugar del planeta.

El mes pasado, cuando Martí Carbonell visitó la isla de Pascua el paisaje era el mismo, pero la sociedad se había transformado. Unas leyes impedían recorrer la isla sin guía y acercarse a los moais y otros restos arqueológicos; ya eran 14 los vuelos semanales que traían miles de turistas y a menudo grandes cruceros descargan multitudes ávidas de hacerse selfis para su Instagram; las costas están cubiertas de plásticos y microplásticos que arrastran las corrientes, este año un incendio arrasó la ladera del Rano Raraku, afectando a más de doscientos moais. El Patrimonio es vulnerable, está en peligro. El nuestro también. Mi experiencia de 1975 en la Isla de Pascua no es la misma que la de Martí Carbonell, como tampoco es la misma que hemos tenido hasta hoy con nuestros poblados talayóticos o con la naveta des Tudons. Hay que poner orden para evitar la degradación y el vandalismo; pero ese orden conlleva un distanciamiento y una vivencia individual menos romántica y emotiva. Es inevitable. Nadie tendrá ya la vivencia que tuvimos en aquellos tiempos.

Martí Carbonell ante los moais del ahu Tongariki, 2023.

¿Estamos preparados para recibir a los nuevos turistas atraídos por nuestra Menorca Talayótica? Se agradece el reconocimiento de la UNESCO pero, ¿qué consecuencias tendrá? ¿A quién beneficia esta masificación de los yacimientos? ¿Qué estamos dispuestos a sacrificar para que sigan aumentando la afluencia de turistas? ¿Es deseable convertirse en un parque temático o ponemos límites para mantener la calidad de esta relación con la herencia de nuestro pasado?

Dice Martí Carbonell: «Rapa Nui es una isla especial, una isla extremadamente frágil como lo demuestra su ubicación y su historia, pero una isla que vive única y exclusivamente de su patrimonio cultural y, por lo tanto, del turismo. Una isla que antes de la pandemia estaba desbordada y completamente masificada y que había puesto en grave peligro su sistema de vida ancestral, su cultura y sus restos arqueológicos levantados con la débil piedra volcánica de la isla. Pero la población rapanui ha sido capaz de identificar los problemas de su territorio y, después de la pandemia, ha dado un giro total en su política turística llegando incluso a restringir la llegada de vuelos, obligando al turista a registrar su llegada a la isla, así como a comprar una entrada única para visitar su patrimonio y a tener que contratar un guía local o un experto rapanui para poder recorrer la isla. Sus célebres moai y los restos arqueológicos solo pueden visitarse desde la distancia para evitar su constante degradación y la presión humana y desde hace años en la isla ya no se realizan excavaciones arqueológicas ni restauraciones de monumentos para no dejarlos en la intemperie y que el paso del tiempo les afecte.

Mascaró Pasarius llamó a la Isla de Pasqua la Menorca del Mediterráneo y a Menorca la Isla de Pasqua del Pacífico. Salvando las distancias, las dos islas son frágiles y debemos cuidar nuestro patrimonio cultural para que la masificación no lo termine engullendo. En Rapa Nui lo estan empezando a hacer.