TW
4

Uno de los lugares más frecuentado por los turistas que visitan Tokio es el famoso paso de peatones en forma de X, el más transitado del mundo, situado junto a la estación ferroviaria de Shibuya. Junto a la puerta nº 8 de acceso al vestíbulo de la estación se encuentra un jardín con uno de los monumentos más visitados y fotografiados de la ciudad. Se trata de una pequeña estatua de bronce que representa a un perro de la raza japonesa Akita llamado Hachikō.

La historia de Hachikō es muy singular

Desde 1924 Hachikō acompañaba todas las mañanas a su dueño, el ingeniero agrónomo y profesor Hidesabur Ueno, a la estación de Shibuya cuando éste se dirigía a tomar el tren que le trasladaba a la Universidad Imperial de Tokio. Horas más tarde Hachikōō regresaba a la estación para recibir a Ueno y acompañarle a casa. Aquella rutina diaria se vio interrumpida el 21 de mayo de 1925 cuando Ueno no regresó a Tokio. Aquella mañana, mientras impartía una de sus clases en la universidad, falleció repentinamente tras sufrir una hemorragia cerebral. Esa tarde, como cada día, Hachikōō acudió a la estación pero al no encontrar a Ueno, se resistió a regresar sin él a casa.

El perro Hachikōō seguía acudiendo cada día a la estación, esperando encontrarse con su amo ya fallecido.

Tras la muerte de Ueno, su novia tuvo que abandonar el domicilio que había compartido con él, quedando Hachikōō al cuidado de un pariente. A pesar de contar con un nuevo amo, Hachikōō no olvidó a Ueno y cada tarde regresaba a la estación de Shibuya a esperarlo. En 1934, en una de las entradas de la estación, se erigió una estatua de bronce que representaba a Hachikōō en actitud expectante con la oreja derecha erguida. En la inauguración de la estatua estuvo presente Hachikō. Poco después, el 8 de marzo de 1935, Hachikōō falleció en el vestíbulo de la estación y el personal ferroviario trasladó su cadáver a la sala de equipajes donde le rindieron una emotiva ceremonia de despedida. Posteriormente, los familiares instalaron un monolito con su nombre junto a la tumba del profesor Ueno.

Imagen de la emotiva ceremonia de despedida que le rindieron al perro tras su fallecimiento.

Durante la Segunda Guerra Mundial fundieron la estatua de Hachikōō para utilizar el bronce en la industria militar pero en 1948 erigieron una nueva estatua en el mismo lugar. Desde entonces, el 8 de marzo de cada año se celebra ante la estatua una ceremonia en recuerdo de aquella bella historia de amistad y fidelidad.

La historia de Ueno y Hachikōō ha inspirado multitud de artículos periodísticos, libros, reportajes, historias de manga, programas de televisión, etc. Incluso ha sido llevada al cine en dos ocasiones. La primera, una película titulada «Hachikōō Monogatari», se filmó en Japón en 1987. Fue protagonizada por Tatsuya Nakadai y dirigida por Seijirō Ōyama. La segunda, filmada en 2009 en Estados Unidos, se tituló «Siempre a tu lado, Hachikō» (Hachi: A Dog’s Tale) y contabacomo protagonista principal a Richard Gere y como director a Lasse Hallström.

La estatua dedicada en la actualidad al perro Hachikōō.

Una joven rescatada en Calesfonts

En 1919, seis años antes de la muerte del dueño de Hachikō, en Menorca, una isla a 10.322 km de Honshu, isla sobre la que se encuentra Tokio, se vivió otra historia que también refleja la fidelidad de un perro hacia un ser humano. Sucedió en Villacarlos, actual Es Castell, y fue recogido el 1 de noviembre de 1919 en las páginas del diario quincenal «Ecos de Villa-Carlos», dirigido y redactado por el impresor Andrés Borrás Módena, futuro alcalde de Es Castell.

«Una joven salvada por un perro. Ya en la calle nuestro número anterior, nos enteramos del hecho siguiente: Habiendo ido a lavar ropa al mar en el sitio conocido por Punta de Calafons, el día de San Rafael, la joven que sirve en casa del médico D. Bartolomé Martorell, conocida por ‘Quica Sardina’, al levantarse para tomar un cubo tuvo la desgracia de tropezar y caer al agua, lo cual visto por un perro que posee dicho médico, que la iba acompañando, se arrojó al mar y cogiéndola por un hombro logró mantenerla con la cabeza a flote y llevarla a la orilla donde logró la joven tras grandes esfuerzos, asirse a una anilla y saltar a tierra con el remojón consiguiente y el susto que es de suponer.

Sucedió el hecho en un momento en que no transitaba por aquel sitio persona alguna, y a no haber sido por el animalito seguramente que hubiese perecido ahogada la infeliz joven. Celebramos el no tener que lamentar una desgracia y esperamos que por la Sociedad de Salvamento de Náufragos se tendrá en cuenta el proceder del noble animalito».

Una gesta que fue olvidada

Al contrario de lo ocurrido en Tokio, la noticia no trascendió ni fue recogida por otros diarios de la Isla, cayendo rápidamente en el olvido por lo que nadie recuerda el nombre de la niña ni del perro. Tampoco se conservan fotografías del perro, por lo que desconocemos su raza. Suponemos que se trataba de un animal corpulento y acostumbrado al mar ya que de otra manera no se explica que mantuviera el cuerpo de la niña a flote.

Esta historia ha llegado hasta nuestros días gracias a un ejemplar de «Ecos de Villa-Carlos» conservado en el Arxiu de Maó.

Una deuda pendiente

A diferencia de lo que ocurrió en Tokio, el comportamiento del perro del Dr. Martorell no fue valorado por la sociedad menorquina de su época, quedando en el olvido. La petición de Andrés Borrás Módena, el director de «Ecos de Villa-Carlos», no fue tenida en cuenta. El 1 de julio de 1920 el diario «El bien público» de Mahón daba cuenta de la ceremonia anual de entrega de premios de la Junta Local de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos. Los premiados fueron 4 ciudadanos de Mahón que durante el segundo semestre del año anterior habían rescatado de las aguas del puerto a 4 niños caídos al mar.

Imagen antigua de un barco de vela en Calasfonts, procedente de la colección Sturla.

«En el Salón de Actos de nuestras Casas Consistoriales se celebró a las once de la mañana de anteayer, el acto patriótico de imponer las medallas concedidas por el Consejo Superior de la Sociedad Española de Salvamento de Náufragos, a los señores José Sintes Capelle, Gabriel Martorell Coll, Estanislao Quintana y el niño Pablo Gomila que valerosamente salvaron a varios niños que cayeron al agua en nuestro puerto y cuyos expedientes fueron tramitados por esta Junta Local».

La petición de premiar al perro del Dr. Martorell que había planteado el año anterior Andrés Borrás Módena no fue atendida. Ni siquiera se mencionó el salvamento en la ceremonia de entrega de premios donde estuvieron presentes todos los niños rescatados menos «Quica Sardina».

Afortunadamente hoy existe mayor sensibilidad hacia los animales. Un hecho como el ocurrido hace un siglo en Calesfonts sería motivo de reconocimiento y reportajes en los medios de comunicación. La acción de aquel perro no solo fue una bella muestra de lealtad, como la de Hachikō; fue sobre todo un acto de amor y entrega desinteresada.

Aún estamos a tiempo de enmendar aquel olvido tan discriminatorio. Retomemos la petición de reconocimiento propuesta por el antiguo alcalde de Es Castell, Andrés Borrás Módena. Una pequeña escultura, como la erigida en Tokio, además de embellecer el Moll de Sa Punta de Calesfonts se convertiría en un punto de encuentro para los amantes de los animales. Quizás con el tiempo, tal como ha ocurrido en Tokio, este pequeño monumento se convertiría en un lugar muy visitado y fotografiado de Es Castell.


Agradezco a Mariana Vinent Cardona, Josefa Martorell Márquez y Miguel Ángel Limón Pons las informaciones aportadas para la redacción de este artículo.

El apunte

El Dr. Bartolomé Martorell. Una vida dedicada a la ayuda al prójimo

Estudios recientes demuestran que la personalidad y el estado emocional de los dueños de los perros influyen en sus animales de compañía. El dr. Bartolomé Martorell Abraham (1861-1933), dueño del perro que rescató a la niña, nació en Palma (Mallorca) y ejerció ininterrumpidamente como médico de Es Castell desde 1895 hasta su muerte en 1933. No debe extrañarnos que su perro no temiera saltar a las aguas de Calesfonts ya que conocía bien el puerto de Mahón. El dr. Martorell era un gran aficionado a los deportes náuticos y competía con frecuencia en regatas en el puerto de Mahón con su pequeña embarcación de vela latina llamada «Balear». Esta afición al mar también la transmitió a su hijo Manuel, que llegó a ser capitán de la Marina Mercante y director de la Escuela de Prácticos y Pilotos del Puerto de Barcelona.

El dr. Martorell poseía inquietudes artísticas: cultivaba la poesía, la escritura, la composición musical y el canto. Estaba plenamente integrado en su comunidad, participando activamente en las instituciones culturales y religiosas de Es Castell. Ejerció la medicina exclusivamente en Es Castell, rehusando hacerlo en otras poblaciones de la Isla en las que habría podido obtener mayores beneficios económicos. En 1919 el Ayuntamiento le tributó un merecido homenaje como premio a su labor durante la epidemia de gripe de 1918, que afrontó en solitario en Es Castell. Se trataba, en suma, de una persona de gran sensibilidad y aficionada al mar que había dado pruebas de entrega a los demás en situaciones de peligro. Por ello no debe sorprendernos que su perro, influenciado por la personalidad de su amo, se lanzara al mar para socorrer a una niña en peligro.