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Analizar las consecuencias de la reciente nevada caída sobre Cataluña me obligó a rebuscar documentación sobre la de diciembre de 2001, que viví con responsabilidades directas, desde la Capitanía General de Barcelona. Hay siempre lecciones aprendidas que conviene recordar, y yo aprendí una de mis subordinados, directamente relacionada con el sentido de la responsabilidad y con la disciplina intelectual. Tenía anotada entre recortes de prensa una frase del político ingles George Canning, tan citado en estos tiempos conmemorativos de la Guerra de la Independencia por su decidido apoyo a nuestras levantadas Juntas, que decía: «No es el haber recibido una lección lo que nos salva, sino el haber sabido aprovecharla».

Rebobinemos. Diciembre 2001. Unas fuertes nevadas caídas a partir del día 14 colapsaron carreteras y ciudades. El temporal afectó especialmente a los accesos a Barcelona y Lérida. En la madrugada del 14 al 15, unidades del Ejército ya repartían mil mantas en un repleto polideportivo de Pons.

Pero el mayor problema estaba en la zona Bruch-Igualada, especialmente en el túnel, donde 250 camiones estaban materialmente varados entre el interior y sus accesos.

La Capitanía alertó a las unidades que disponían de vehículos con cadenas, es decir, con gran capacidad de tracción. Circunstancialmente, batallones de Huesca y Pamplona, que preparaban maniobras a realizar en Noruega, se encontraban en el Campo de Maniobras de San Gregorio en Zaragoza. La otra gran unidad, la Brigada Urgel IV, estaba en su base de Sant Climent Sasebas, en Gerona. Estos últimos conocían muy bien Cataluña, y no era la primera vez que actuarían en emergencias. Muchos mandos y tropas eran catalanes. Escribo en pasado porque la Brigada fue disuelta en una más de nuestras reestructuraciones. Todos preavisados, todos en principio en sus bases pendientes de un acuerdo entre la Delegación del Gobierno en Cataluña que dirigía una valiente e inolvidable Julia García Valdecasas y la Generalitat, que presidía un inteligente Jordi Pujol. Se había roto el acuerdo parlamentario PP-CiU de la primera legislatura del Gobierno Aznar en el 2000, y no puede decirse que un año después las relaciones entre ambas formaciones fueran idílicas. También el Estado Mayor del Ejército en Madrid tenía su voz, al depender de órdenes del Ministerio. Todo este rompecabezas político ocurría a la vez que unos ciudadanos sufrían. Finalmente, en la madrugada del 14 al 15 se desbloquearon las trabas y se cursó urgentemente la orden a Sant Climent Sasebas para que sus TOA (Transportes Oruga Acorazados), unos durísimos vehículos de procedencia norteamericana, se desplazasen a la zona de Igualada-Bruch. Largo trayecto de más de 200 kilómetros a velocidad limitada por las características de los propios mecanizados y por las dificultades de las carreteras.

Insistíamos en la orden de urgencia, cuando pasaron una llamada del entonces Comandante Puy Barón. ¿Desde dónde llamas? «Ya estoy en los túneles. Aquí hay trabajo duro».

El General de la Brigada, el jefe del Batallón de Carros y el propio Comandante no habían cumplido estrictamente las órdenes, pero habían cumplido inteligentemente la misión. Eran conscientes del sufrimiento que podían paliar, asumiendo las responsabilidades derivadas de posibles accidentes o de controvertidas interpretaciones políticas.

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Utilizo como idóneo un pensamiento del general Jorge Vigón: «Ser disciplinado no es tampoco callar, abstenerse o no hacer más que lo que se cree poder emprender sin comprometerse; no es el arte de evitar las responsabilidades, sino actuar en el sentido de las órdenes recibidas, y por esto, encontrar en el propio espíritu, por la investigación y por la reflexión, la posibilidad de realizar estas órdenes; y en el carácter, la energía necesaria para correr el riesgo que lleve consigo la ejecución».

El Comandante Puy asumió su responsabilidad, actuó en el sentido de las órdenes –sabía que la Capitanía estaba dispuesta a ayudar desde el principio– y tuvo el coraje y la energía necesaria para correr el riesgo. «Sé que me jugaba un paquete si salía mal», confesó después. No. No se lo jugaba.

Al hacer suya la frase de Tácito «lo seguro es poco atractivo; en el riesgo está la esperanza», cumplía con lo que los ciudadanos del Bruch esperaban. Había ganado siete horas.

La portada de «La Vanguardia» del lunes 17 de diciembre premiaba a aquellos soldados de Sant Climent con una gran foto en su portada y un pie significativo «El Ejército ayuda a sacar las castañas del hielo», «Ocho vehículos acorazados ayudaron ayer a rescatar con su potente fuerza de tracción los camiones atrapados cerca del túnel del Bruch».

La lección fue especialmente válida para mí, pero debería serlo también para parte de nuestra adormecida sociedad. Son muchas hoy en día las personas que se conforman con lo preciso de su obligación. Hacen sólo lo que se les manda, sin asumir, sin arriesgar, sin aportar nada. No todo es malo en una gran nevada si sabemos leer en positivo, si somos capaces de aprender de nuestros errores.

Si aprovechamos la lección, como la del Comandante Puy.

Artículo publicado en La Razón