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Les preguntaría, apreciados lectores, si recuerdan qué hacían ustedes el 7 de junio del pasado año. Era domingo. Seguramente algunos se pasaron por la playa, otros organizaron una paella en su casa, mientras que los de más allá simplemente pasaron un feliz día en familia. Sinceramente, no espero que ninguno de ustedes me contestara que fue a votar. Porque hace un año y un día hubo elecciones al Parlamento Europeo.

¿Recuerdan ustedes que en las dos semanas previas a estos comicios los políticos nos recordaban una y otra vez que Europa era importante? Entre bolígrafos, folletos y globos, el mensaje era que nos teníamos que implicar en Europa, y que ellos serían los primeros en trabajar en pro de este objetivo. En campaña todo se asiente, y claro, también los políticos admitían que si Europa no nos interesaba era por su culpa. Hacían propósito de enmienda, y aseguraban que tras el 7-J volverían, nos explicarían para qué sirve su trabajo y qué puede hacer Europa por nosotros y nosotros por ella. Ha pasado un año, y ¿alguno de ustedes ha visto por aquí a algún eurodiputado haciendo pedagogía? ¿Alguien ha venido a explicarnos para qué sirve su trabajo? Nada de nada. Es más. Si les pidiera el nombre de algún eurodiputado, amigos lectores, ¿me sabrían decir alguno? Quizás Rosa Estaràs, pero no precisamente por el trabajo realizado en Bruselas, sino por cómo se marchó, rauda y veloz abandonando su partido en Balears, como quien huye de un barco a la deriva.

De esta guisa, Europa nos sigue quedando muy lejos. Más, quizás, que un año atrás. Los pocos ciudadanos que fueron a votar (uno de cada tres) deben estar planteándose para qué sirvió su esfuerzo de ir a las urnas. Les tengo que confesar que un servidor, desde que visitó las instituciones europeas, quedó asustado por lo elefantiásico (me permitirá un ex político menorquín que utilice este término) de aquellas infraestructuras. Edificios enormes, miles de trabajadores, grandes medidas de seguridad, protocolo, salas de reuniones... Y luego, quienes tienen que justificar que tanto mastodonte sirve de algo, y que sus 8.000 euros al mes nos aportan beneficios, desaparecen del mapa. Lo siento, pero no lo entiendo. Con la que está cayendo, con los recortes que están haciendo todos los gobiernos, creo que alguien debería explicarnos qué hace el Parlamento Europeo y sus diputados electos. Porque claro, si ya nos quejamos de nuestros representantes en el Congreso, a los que al menos oímos casi a diario, cómo para no quejarnos de esos otros a los que parece que un día enviamos a Bruselas, y no vemos hasta cinco años después, cuando toca volver a pedir el voto.

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No pondré en duda que Europa es necesaria, que la Unión puede llegar a ser útil y que la filosofía general puede resultar incluso buena. Pero Europa es cada día, no cada cinco años. Las ayudas que nos llegan, las normativas que hay que cumplir, que si la Política Agraria Común, que si Bolkestein... Son muchas cosas que afectan a nuestra vida, pero nadie nos las explica. Y tanto me da el color político del eurodiputado de turno. Ninguno de ellos, lo siento, se ha asomado por aquí para aportarnos algo.

En el plan corto, muchos políticos admiten que el desencanto ciudadano con su labor les preocupa, y que deberían hacer algo al respecto. Pues mucho me temo que si estamos desencantados con los políticos de aquí, a los de Europa es que directamente les ignoramos. No expresamente, sino porque no dan síntomas de vida.

Creo recordar que el 7-J del pasado año lo pasé en casa, tranquilamente. Pero es que no estoy seguro. En cambio, les podría recordar a qué hora fui a votar en todas las pasadas elecciones locales, autonómicas y generales. No sé, algo tendrá que ver. Por si acaso, les recuerdo ya a los señores eurodiputados que en unos años habrá elecciones, lo digo para que vayan cogiendo los billetes...