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A la tragedia por las inundaciones que afectan a tres millones de pakistaníes, puede seguir otra más trascendental y cruenta: una guerra civil tras la que se segregue parte del país.

La inestabilidad es contagiosa. No es la primera vez que un estado «importa» los terremotos sociales y políticos de su vecindad. Bien sabemos en España cómo nos llegó y en qué forma de guerras, la conmoción de la Revolución Francesa en 1789.

Es conocida la influencia de Pakistán en el actual conflicto afgano. Hace unas décadas ya apoyó abiertamente al régimen de los talibán frente a la ocupación rusa. Hoy, jugando con cartas marcadas o si se prefiere, encendiendo una vela a Dios y otra al diablo, continúa el juego. Su situación de estado tapón entre Afganistán y la India, zona de tránsito para la alimentación del conflicto desde el Mar de Arabia al sur y frontera indeterminada y aleatoriamente permeable en el norte puede perder la partida por «asuntos internos» si no sabe dar respuesta adecuada a los millones de paquistaníes que han sufrido las inundaciones.

La India detrás del telón. Demasiados cruces de etnias y religiones, demasiadas cuencas hidrológicas comunes, demasiadas guerras desde la independencia entre las dos potencias con capacidad nuclear, para mantenerse neutral. Y no se puede predecir a ciencia cierta, como las potencias que forman ISAF verían con buenos ojos una crisis interna en Pakistán, que «diese suficiente trabajo» a sus servicios de inteligencia y a sus políticos, para no interferir en las operaciones afganas. Por de pronto, cualquier esfuerzo humanitario de ISAF será más que rentable, y no sólo por el hecho de ayudar a unas poblaciones castigadas por el agua. ¿Se imaginan cómo reaccionaría el mundo musulmán, si la coalición internacional suspendiera muchas de sus operaciones en Afganistán para volcarse totalmente en ayuda del pueblo paquistaní?

Repasemos la historia, antes de extraer conclusiones. Siguiendo otra constante histórica, la antigua colonia británica de la India que con tanto esfuerzo contribuyó a la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, alcanzó su independencia entre 1947 (India y Pakistán) y 1948 (Ceilán). En el intento de encajar etnias y religiones y a costa del sacrificio de cuatro millones de desplazados, el Imperio de desgajó en tres partes. La central ocupada por la India; dos franjas separadas 1.600 kilometros a su oriente y poniente constituyeron Pakistán. Aparte, la isla de Ceilán, desde 1972 Sri Lanka, constituyó el tercer país. La franja oriental de Pakistán, la rica cuenca del Ganges, no resistió el diseño, ni la distancia física de los órganos de poder paquistaníes situados en la parte occidental.

El detonante lo activó un fuerte ciclón que devastó su costa en 1970. Islamabad, la capital paquistaní, no pudo o no supo dar respuesta a aquella tragedia, que dejó medio millón de muertos y desplazó a diez millones de habitantes. Comenzaba entonces una sangrienta guerra civil que costó miles de vidas. No se puede decir que la India estuviese también ausente de aquel conflicto. El resultado fue una emancipada República Popular de Bangladesh, hoy séptimo país más poblado del mundo, con una inconcebible densidad de población, bien situada económicamente entre «los próximos once» países emergentes.

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El fenómeno de la escisión podría reproducirse ahora tras los desastrosos aluviones, en Baluchistán. La región, al sur de Pakistán, de 347.000 kilómetros cuadrados y habitada por algo más de siete millones de habitantes, no sólo limita con el Punjab y el Sind afganos, sino que alberga una importante puerta de entrada de la corriente que alimenta el conflicto afgano desde el puerto de Gwadar, construido con ayuda china en la amplia ensenada cercana a la frontera con Irán.

El fenómeno de la escisión podría reproducirse ahora en esta región de cultura y etnias muy diferenciadas. Los «estímulos» podrían venir de las mismas fuentes que lo alimentaron en Bangladesh. Todo dependerá de la capacidad de respuesta del Gobierno de Islamabad y de su poder por solicitar y canalizar la ayuda internacional.

Por supuesto creo importante no abrir un nuevo frente, cuando aún sigue abierto el de Cachemira entre los dos países, cuando el de Irak está en difíciles vías de cauterizar y cuando el de Afganistán está en pleno proceso febril.

Pero alguien debe prever la infección total de la región. Aunque sólo sea para preservar la vida de unos habitantes que han sufrido demasiado. Aunque sólo sea –egoistamente–para evitar que estos habitantes no vean más porvenir que el de enrolarse en las filas de Al Qaida o el de buscar la gloria del martirio estallando cinco kilos de cinturón explosivo en cualquier mercado de Bombay, de Londres… o de Madrid.

¡También nos afectan unas inundaciones! ¡ Y no sólo lavamos nuestra conciencia mandando dos aviones con mantas y depuradoras! ¡Hace falta una contundente política europea que sepa ver la situación y sus posibles consecuencias! ¡Nos jugamos bastante más que nuestro estremecimiento por ver sufrir a unos semejantes, intentando agarrarse desesperados al patín de un helicóptero!

Artículo publicado en "La Razón"