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Dos pérdidas irreparables y extremadamente sensibles durante la semana anterior han azotado a la sociedad menorquina que sigue el deporte con asiduidad. Y lo han hecho porque las dos personas que han abandonado este mundo habían dedicado buena parte de su existencia a la práctica y al fomento de varias disciplinas deportivas, siempre con un altruismo maravilloso que enriquecía su innata calidad humana. Juan Orfila 'Yurca' y Mari Luci Fiol fueron, por encima de cualquier otra consideración, dos buenas personas más empeñadas en dar que en recibir, en ayudar que en pedir y siempre, en sonreír antes que llorar, en poner al mal tiempo buena cara.

El que suscribe tuvo la suerte de conocerlas a las dos. A Yurca, trabajando en los Astilleros Menorca un caluroso verano de principios de los 80, y a 'na Luci', un poco antes, cuando dirigía desde el puesto de base aquel equipo ganador de La Salle Alayor que reinó en el archipiélago, entrenado primero por su propio padre, Bernat, un hombre cálido, afable e íntegro, y más tarde, Arturo Pons, otro personaje con mayúsculas en la sociedad alaiorense.

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Yurca fue la bondad personificada con una sensibilidad natural hacia los niños. Por eso tras colgar la bicicleta, una de sus grandes pasiones, con la que se hizo un nombre en el pelotón los 60 y 70, fue entrenador de fútbol de la OJE. No hay un solo mahonés a quien tuviera en sus equipos que no le recuerde con cariño.

En la época contemporánea, Yurca ha seguido extendiendo el bien desde cualquiera de sus implicaciones. Lo mismo que Mari Luci, obligada a pelear contra una enfermedad cruel que se la ha llevado tan joven. Todos los que tuvimos la fortuna de disfrutar de su compañía en un momento de su existencia nos quedamos con los recuerdos, convencidos de que allá arriba han ganado a dos seres fantásticos, los mismos que hemos perdido nosotros.